P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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– Victoria y yo viajaremos juntos -dijo Dougal, con una voz fuerte y confiada.

Pareció que a ClanFintan le agradaba que los dos centauros permanecieran juntos.

– En cuanto amanezca, los cuatro iremos hacia el sur, hasta que el sol esté a mitad de camino en el cielo. Entonces, Dougal y tú os dirigiréis hacia el este. Rhea y yo continuaremos hacia el sur, y después iremos también hacia el río.

Dougal y Victoria asintieron.

– La noche todavía es joven. Descansemos, amigos -dijo ClanFintan con su voz hipnótica. Yo me apoyé contra él, contenta de que estuviera más recuperado. Quizá todo saliera bien…

El agotamiento me venció, y me sumí en un sueño profundo.

Me despertó el ruido que hacía un pájaro carpintero picoteando el tronco de un árbol.

– Dios, qué pájaro más molesto -refunfuñé, mientras me frotaba los ojos.

Entonces, olí algo que se estaba cocinando, algo delicioso. Los tres centauros estaban alrededor del fuego, asando un pedazo grueso de carne blanca. Yo me levanté y fui estirándome hacia ellos.

– ¡Buenos días! -dijo Dougal, alegremente. ClanFintan me quitó una hoja del pelo. Victoria asintió.

– Buenos días -gruñí yo-. ¿Qué es? Parece demasiado grueso para ser una serpiente -añadí esperanzadamente.

– Es un caimán.

– Ah, bueno. ¿Qué es un caimán?

– Es un cocodrilo pequeño. Es más fácil de matar y de despellejar que uno grande. Más difícil de cazar, pero…

– Lo sé, lo sé, sabe a pollo.

Ellos se rieron. ¿Todos los centauros estaban tan animados al despertar?

El caimán estaba bastante bueno. Parece que lo que dicen los libros es cierto; algunas veces, uno tiene demasiada hambre como para preocuparse de lo que come.

Antes de marcharnos, revisé las heridas de ClanFintan. Las de la cabeza y el pecho tenían buen aspecto, pero las de su grupa no. Supuraban un fluido sanguinolento. Me preocupaban, sobre todo porque hacían que ClanFintan se moviera con rigidez. Le dije que se estuviera quieto mientras le aplicaba más ungüento en todas ellas.

Él me miró a los ojos, sonriendo, y me abrazó.

– Es normal que una herida supure.

– ¡Si casi no puedes andar!

Él se echó a reír.

– ¡Quizá no sea un centauro muy animado por las mañanas!

– No seas listillo, estás cojeando más que Epi cuando se hizo daño en la ranilla.

– Yo soy más viejo que Epi.

Apoyé la cabeza contra el lado de su pecho en el que no tenía heridas.

– Dime la verdad, ¿estás bien?

Él me revolvió el pelo.

– Sí, pero me moveré con más facilidad cuando se me hayan calentado los músculos.

– Quizá deba montar de nuevo en Victoria -dije-. No creo que a ella le importe.

– A mí sí. Quiero que estés cerca de mí -dijo él, y me besó la cabeza-. Pero te agradecería que no me acariciaras la grupa… hoy.

Me aparté de él y seguí aplicando bálsamo en sus heridas, mientras murmuraba:

– Seguramente lo que necesitas es un buen azote en la grupa…

Dejamos la isla y comenzamos el viaje al sur, y el terreno se hizo cada vez más pantanoso. Afortunadamente, la profundidad del agua no llegaba más allá de las rodillas de los centauros. Sin embargo, sus cascos se hundían en el barro, y eso ralentizaba nuestra marcha. Poco después de habernos puesto en camino, un tronco nos adelantó flotando.

A medida que avanzábamos, y salvo por los bichos, las serpientes y el agua verde y viscosa, me sorprendió la belleza oculta del paisaje. Había pájaros picudos y altos en el agua, que nos miraban perezosamente, y en lo más alto de los cipreses anidaban pájaros de color escarlata.

– Deben de ser ibis escarlata -dije, señalando a uno que volaba hacia el agua.

– Sí -dijo Victoria, asintiendo-. Es un pájaro muy escaso. ¿Habías visto alguno antes?

– Sólo lo conozco por un cuento -dije con un suspiro, al pensar en la conmovedora historia que les leía a mis estudiantes de primer año todos los cursos, El ibis escarlata-. Recordadme algún día que os cuente la historia de Doodle.

– Lo haré -dijo Dougal con entusiasmo.

Cuando llegó el mediodía, nos detuvimos en un pedazo de tierra seca, donde los centauros hicieron un descanso antes de que nos separáramos.

– Victoria y Dougal deben ponerse en camino -dijo ClanFintan tras unos minutos, y se volvió hacia Victoria. Se agarraron del brazo, y él prosiguió-: Cuidad el uno del otro -entonces, miró a Dougal-: Si llegáis al templo antes que nosotros, decidles que deben evacuarlo y cruzar el río. Dirigidlos hacia Glen Iorsa. Allí decidiremos lo que podemos hacer. Los humanos ya no están seguros en el templo, pese a lo que haya ocurrido con los otros ejércitos.

Aquellas palabras me conmocionaron, y vi que Victoria también se quedaba horrorizada, pero no dijo nada. Dougal se limitó a sonreír, como si esperara aquellas noticias. Yo me acerqué a Victoria y le di un abrazo.

– Cuídate -me dijo.

– Y tú permite que te quieran -le susurré.

Ella abrió mucho los ojos al oír mis palabras, y yo me quedé asombrada al ver que se sonrojaba ligeramente.

– Soy demasiado mayor como para preocuparme de esas tonterías -me susurró.

– Nadie es demasiado mayor para esas tonterías -repliqué.

Entonces me acerqué a Dougal, que intentó besarme la mano, pero yo tiré de él hacia abajo y le di un abrazo y un beso en la mejilla.

– Cuida a Victoria, y cuídate tú también.

Después, me di la vuelta para no verlos marchar. Oí el chapoteo de sus cascos en el agua, pero pronto la ciénaga amortiguó los sonidos de su partida.

– Volveremos a verlos muy pronto -me dijo ClanFintan, desde detrás, con las manos apoyadas en mis hombros.

– Lo sé -dije, fingiendo valentía.

– Tenemos que irnos.

Me sentó en su lomo, y nosotros también nos adentramos en el interminable pantano.

Tuve la sensación de que habían pasado días en vez de horas cuando ClanFintan, finalmente, hizo un brusco giro a la izquierda.

– Ya hay suficiente espacio entre nosotros -dijo mientras cambiaba de dirección.

– ¡Bien! -dije alegremente, para disimular la preocupación que sentía.

La asombrosa resistencia de ClanFintan estaba empezando a disminuir. Bajo mis piernas, su pelaje estaba húmedo de agua y de un sudor blanco, algo que yo nunca había visto en él. Los cortes que tenía en la grupa no dejaban de soltar un líquido amarillento. Yo oía su respiración cada vez más profunda mientras luchaba contra el suelo cenagoso.

– ¿Qué te parece si camino un rato?

De mala gana, él asintió, y me ayudó a desmontar. Mis botas se hundieron en el terreno hasta que el agua me llegó por los muslos.

Seguimos avanzando lentamente, y después de pocos minutos, yo ya estaba agotada. Me asombraba que él pudiera haber estado caminando en aquel barro todo el día, conmigo a la espalda y el trasero lleno de heridas.

– No puede estar mucho más lejos -jadeé.

ClanFintan no respondió. Parecía que estaba concentrando toda su energía en seguir hacia delante.

Pronto, el nivel del agua disminuyó, lo cual hubiera sido maravilloso si el nivel del barro no hubiera aumentado. El agua me llegaba sólo hasta las rodillas, pero cada vez que ponía un pie en el suelo, me hundía hasta la mitad de la pantorrilla. A la luz menguante del atardecer, no vimos la hierba hasta que la tuvimos delante. Era una vista increíble; muchas de las hojas eran más altas que ClanFintan. Nos detuvimos, los dos casi sin aliento.

– ¿No dijo Victoria que había un campo de hierba alta justo antes del final del pantano? -pregunté esperanzadamente.

– Sí, y dijo que estaba afilada. Deberías montar otra vez para no cortarte.

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