– Sí, sería vergonzoso.
– Verdaderamente.
– Quizá deberíamos hablar de lo que vamos a hacer con el tanga más adelante.
A mí me animó oír el tono sensual de su voz.
– Ahorra energías, muchachote. ¿Quién te crees que eres, John Wayne?
Sabía que él iba a preguntar.
– ¿John Wayne?
Aquél era un tema del que yo podía hablar durante horas. Carraspeé y adopté la actitud de profesora.
– John Wayne, de nombre real Marion Michael Morrison, nacido en Winterset, Iowa. En mi antiguo mundo es lo que se llama un icono americano. Personalmente, pienso que era un patriota y un héroe.
Me miró con curiosidad, y yo seguí hablando.
– Deja que te cuente cosas de él…
Estaba en mitad del argumento de John Wayne y los cowboys, medio ahogándome, cuando ClanFintan me indicó con un gesto que me detuviera.
– Shh -susurró-. Hemos llegado al final del campo de hierba.
Miré hacia arriba y vi que a pocos metros de nosotros había un bosque de árboles altos, salvajes, una jungla impenetrable de cipreses, sauces y almezos, y algo que debían de ser hibiscos mutantes.
Sin embargo, mientras permanecíamos allí en silencio, también oímos un sonido delicioso. Nos dimos cuenta de lo que era al mismo tiempo, y se nos iluminaron los ojos al mirarnos.
– El río -dijo ClanFintan en voz baja.
– ¡Gracias, Epona! ¡Por fin!
– Shh -ClanFintan se acercó a mí y me habló al oído-. Si podemos oír el río, es que las criaturas están en algún lugar cercano, entre el final del pantano y la orilla.
– ¿Y cómo vamos a pasar? -le pregunté.
– Tenemos que atravesar sigilosamente el bosque. Debemos evitar las hojas secas y las ramitas. Pisa con suavidad en las partes húmedas del suelo -me dijo.
– ¿Y si nos ven?
Me tomó por los hombros e hizo que lo mirara atentamente a los ojos.
– Corre hacia el río. No te pares. No te preocupes por mí. Sólo tienes que llegar al río y cruzarlo a nado.
– Pero…
– ¡No! Escúchame. Ellos no me reconocerán. Pensarán que soy sólo un humano. Puedo ganar tiempo para que tú cruces el río. Cuando estés a salvo, cambiaré de forma nuevamente y me reuniré contigo.
Todo aquello era una mentira, y yo iba a decírselo, pero me hundió los dedos en los hombros.
– Piensa en lo que te harán si te atrapan. Yo no podría soportarlo. A mí sólo pueden matarme, pero a ti pueden hacerte muchas más cosas.
– De acuerdo. Iré hacia el río.
Su expresión se relajó, y me besó con dulzura.
– Ahora, vamos a salir del pantano. Pisa sólo donde pise yo.
– Vale, tú mandas.
Él me lanzó una enorme sonrisa.
– Pero sólo por ahora -añadí.
Seguimos caminando lentamente, dejando atrás la hierba y entrando en un mundo de árboles primigenios y maleza densa. Nos movíamos despacio porque debíamos evitar las hojas secas y las ramas que pudieran crujir bajo nuestros pasos.
Desde mi posición, detrás de ClanFintan, veía su espalda desnuda. A cada paso que daba, de sus heridas manaban fluidos. Tenía la piel cubierta de sudor, y sus músculos se encogían y temblaban cada vez que cambiaba el peso de un pie a otro, con lentitud.
A cada minuto, yo esperaba que uno de los monstruos se lanzara contra nosotros gruñendo y moviendo las alas, pero seguimos caminando. Entonces, ClanFintan alzó una mano y se detuvo en seco. Frente a nosotros apareció el río, poderoso y gris a la luz débil del atardecer. Entre los árboles y la orilla había una zona rocosa, de unos quince metros de anchura.
Y en aquella zona había tres criaturas agazapadas. Estaban de espaldas a nosotros, agazapados sobre una hoguera. Uno de ellos alimentó el fuego con ramas secas. No hablaban, pero de vez en cuando, uno de ellos miraba hacia el río y emitía un silbido.
ClanFintan me hizo una señal para que me pusiera tras él, y yo lo hice, sigilosamente.
– Cuando te avise, corre hacia el río. No me mires. No me esperes -me dijo con intensidad.
Yo abrí la boca, pero él me puso un dedo sobre los labios.
– Confía en mí -me susurró.
Yo me tragué las protestas y asentí de mala gana.
Él se agachó y buscó algo a nuestro alrededor. Al final, tomó una rama caída que había junto a sus patas, y me miró.
– ¿Lista? -susurró.
Yo asentí.
Entonces, lanzó la rama a nuestra izquierda, hacia los árboles que estaban justo detrás de los monstruos.
– ¡Adelante! -susurró.
Yo salí disparada de entre los árboles, y el miedo y la adrenalina me hicieron correr a una velocidad poco habitual en mí. Sentí que ClanFintan me seguía.
Y oí a las criaturas. Estaban gruñendo y escupiendo. Miré hacia atrás y las vi dirigiéndose hacia los árboles.
– ¡No mires, corre! -dijo ClanFintan entre jadeos. Lamentablemente, yo no fui la única que lo oyó.
– ¡Allí! -siseó una de las criaturas, señalándonos. Las rocas del suelo crujieron cuando se lanzó hacia nosotros, seguido de las otras dos.
– ¡Más rápido! -gritó ClanFintan.
Llegué a la orilla cuando una de las criaturas alcanzaba a ClanFintan. Oí un sonido de rasgadura horrible cuando las garras del monstruo arañaron el hombro de mi marido.
ClanFintan se inclinó a un lado y se interpuso entre los Fomorians y yo. Esquivó un ataque de la criatura y le dio un puñetazo en el mentón. Oí que crujía, y la cosa dio unos cuantos pasos atrás para recuperarse y atacar a ClanFintan de nuevo.
– ¡Salta! ¡Yo me reuniré contigo en cuanto pueda! -me gritó.
– ¡Sin ti no!
Antes de que él pudiera responder, me agaché y pasé por debajo de su brazo, y corrí directamente hacia las sorprendidas criaturas. Levanté los brazos por encima de la cabeza, y agité las manos salvajemente, gritando:
– ¡Atrás, bestias pervertidas y repugnantes!
Los Fomorians retrocedieron, mirándome con una confusión justificada. ¿Qué mujer humana iba a correr hacia ellos? Y yo era una humana cubierta de barro cenagoso, con el pelo rojo y enmarañado, que movía los brazos como la novia loca de Frankenstein. Yo huiría si me viera. Antes de que pudieran recuperarse, me volví y corrí hacia mi marido.
– ¡Si tú saltas, yo salto! -grité.
Y, recordando todo lo que había oído decir a mi padre a sus jugadores de fútbol americano sobre el bloqueo, corrí hacia delante y le hice un placaje a ClanFintan con el hombro, bajo y fuerte, de modo que conseguí que cayéramos por la pendiente de la orilla, al agua.
Salí a la superficie y oí a ClanFintan expulsando agua de la boca a mi lado, mientras la corriente furiosa nos alejaba de la orilla.
– Relájate -me gritó por encima del agua-. ¡Nada con la corriente!
Hice lo que me decía, dejándome llevar por el agua, situándome siempre a contracorriente. El agua estaba muy fría, y pronto, el entumecimiento me asustó.
– ¡No te alejes de mí! -me gritó ClanFintan-. ¡Ya casi hemos llegado!
Había un saliente de la orilla frente a nosotros. ClanFintan me agarró del pelo con una mano, y con la otra, se aferró a una rama baja, para sacarnos a los dos hasta la parte poco profunda.
– ¡Ay! -me quejé yo, cuando él intentó desenredar su mano de mi pelo.
– Vamos -dijo.
Me tomó de la mano y me condujo, tambaleándose, hasta la orilla, donde los dos nos dejamos caer.
Oí que dejaba escapar un gruñido de dolor al mover el cuerpo para tumbarse de costado.
– Odio decirte esto, pero tienes que volver al agua para lavarte el barro de las heridas.
Él asintió con tirantez, y se obligó a ponerse en pie. Yo lo seguí hasta el río, y lo ayudé a enjugarse el cuerpo con el agua helada. Afortunadamente, todavía conservaba el bolso del ungüento, así que extendí lo que quedaba sobre sus heridas. Él estaba temblando. Los nuevos cortes que tenía en el hombro le sangraban abundantemente.
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