La biblioteca estaba iluminada con muchas velas, todas en su aplique de calavera. La sala estaba exactamente igual que la última vez que yo la había visitado. Los libros descansaban en las estanterías, y le conferían a la habitación una apariencia confortable, en total contradicción con la sensación de angustia que me atenazaba el estómago. Estaba empezando a pensar que quizá la fruta me había sentado mal, cuando algo en la mesa me llamó la atención.
Y se me escapó todo el aire de los pulmones, como si me hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago.
Era el ánfora, la misma que yo había comprado en la subasta. La misma que había provocado el accidente de coche y el paso de un mundo a otro. Intenté recuperar el aliento, pero de repente, estaba demasiado mareada. La habitación comenzó a girar a mi alrededor; intenté dar un paso atrás, pero mi cuerpo no me obedecía. Era como si me estuviera succionando un remolino gigante. Me estaba ahogando. Entonces, el ánfora comenzó a brillar, y supe que la habían enviado allí para devolverme a mi antiguo mundo. Mis brazos se extendieron solos, y comencé a caminar hacia delante.
De repente, algo tiró de mí hacia atrás, y ClanFintan entró como una furia en la habitación. Tiró el ánfora y la hizo añicos contra el suelo. Después la pisoteó y, lentamente, el brillo de la cerámica se apagó.
Me di cuenta de que seguía sin respirar, y las piernas me fallaron. Todo se sumió en la oscuridad.
– Rhea… Rhea -me llamó alguien, desde muy lejos-. Rhea, despierta.
Yo no podía responder.
– ¡Shannon Parker! ¡Abre los ojos y vuelve!
Abrí los ojos de golpe. Estaba tendida en nuestro colchón, entre los brazos de ClanFintan. Él estaba pálido de preocupación.
– ¿Qué ha ocurrido? -pregunté. Entonces lo recordé todo, e intenté incorporarme-. ¡El ánfora! ¡Ha intentado llevarme de vuelta!
Entonces, volví a sentir un intenso mareo.
– Túmbate. La he destruido -dijo ClanFintan, y me besó la frente pegajosa-. He mandado llamar a Carolan.
– Creo que estoy bien -dije, pero no intenté incorporarme de nuevo.
– Pareces un fantasma.
– Tú tampoco estás maravillosamente bien -dije, acariciándole con dulzura la mejilla.
Antes de que él pudiera responder, Carolan entró en la habitación como un rayo, seguido de Alanna.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó él mientras se arrodillaba a mi lado. Me acarició la cara y me tomó el pulso de la muñeca.
– Ha aparecido el ánfora. Lady Rhiannon ha intentado intercambiar su sitio con ella otra vez -dijo ClanFintan.
– ¡Oh, no! -exclamó Alanna, y se tapó la boca con la mano.
– Estaba en el pasillo, y oí un sonido -explicó mi marido-. Lo seguí, y encontré a Rhea en la biblioteca, junto a un ánfora que resplandecía. La habitación temblaba como si fuera un charco de agua. La saqué de la biblioteca y destruí el ánfora. Después, ella se desmayó.
– Ahora me siento mejor.
– ¿Puedes ponerte en pie? -me preguntó Carolan.
– Sí -dije, y ellos me ayudaron a levantarme. La habitación no se movió-. Ayudadme a ir hacia la mesa, me muero de hambre y tengo que beber algo.
– Está mejor -dijo ClanFintan con alivio, pero no me soltó mientras me guiaba hacia la mesa.
ClanFintan ocupó su sitio habitual y me estrechó contra sí. Alanna me entregó una copa de vino, y Carolan y ella se sentaron frente a mí.
Tomé un largo trago, intentando controlar el temblor que tenía por dentro.
– Está intentando volver -dije-. Debería haberme dado cuenta de que iba a suceder. Ella se marchó de aquí siendo la Encarnación de la Diosa, que veía todos sus caprichos hechos realidad, para convertirse en una profesora de instituto de Oklahoma, que cobra un cincuenta por ciento menos que el sueldo medio nacional. Por favor, ¿quién no iba a querer volver? -continué. Sabía que no me entendían, pero me dejaron parlotear-. Debió de oír algo de mi mundo. Vio coches y aviones, rascacielos, autopistas, la magia de la televisión y los ordenadores -dije con una risita-. Pensó que sería la reina de todo eso. Y no es así. Los profesores están muy mal pagados y tienen mucho trabajo. Tenemos que aguantar a padres negligentes que nos culpan por los problemas que han causado con sus malas decisiones. De verdad, algunos nos planteamos si llevar chalecos antibalas al trabajo.
– Amor mío… -ClanFintan, la voz de la cordura, interrumpió mi discurso-. No voy a permitir que te separe de mí.
– ¿Y cómo se lo vas a impedir? -pregunté yo, temblando de nuevo.
– ¿No se lo he impedido hoy? -me rodeó con sus brazos, y yo me aferré a su calor y su seguridad.
– Nos aseguraremos de que todo el mundo sepa cómo es el ánfora -dijo Alanna con una sonrisa de ánimo-. Diremos que la están usando las fuerzas del mal. Y, si aparece otra, será destruida antes de que pueda hacerte daño.
– Si aparece no, cuando aparezca. Sé que ella lo va a intentar otra vez.
– Que lo intente -dijo Carolan-. No le permitiremos que tenga éxito.
ClanFintan me acarició los hombros, y me permitió que pensara que estaba a salvo.
– Come, amor mío -me dijo al oído-. Te sentirás mejor.
– Comer siempre hace que me sienta mejor -dije. Me acerqué a la mesa y me metí un poco de pescado en la boca.
Estaba empezando a relajarme, escuchando a Carolan y a ClanFintan mientras hablaban del procedimiento de la evacuación del día siguiente, cuando alguien llamó a la puerta y entró directamente.
Un guardia sudoroso saludó y dijo:
– Se ha divisado a los Fomorians en las tierras del templo.
ClanFintan corrió hacia la puerta.
– Avisad a Dougal. Que reúna a los centauros y al resto de la guardia en la entrada de la muralla noreste -ordenó ClanFintan, y el guardia asintió y se marchó corriendo. Nosotros cuatro comenzamos a recorrer el pasillo hacia el patio.
– ¿Cómo ha podido llegar tan pronto? -pregunté con incredulidad.
Llegamos al patio, que ya estaba lleno de gente.
– La lluvia -dijo Carolan-. No ha salido el sol, y eso ha sido una ventaja para ellos.
– Debería haber tenido en cuenta lo rápidamente que se trasladan -dijo ClanFintan, volviéndose hacia nosotros-. Carolan, que todos los guerreros que haya en la sala de los enfermos suban a la muralla. No me importa que estén heridos o enfermos. Diles que no tienen elección.
Carolan asintió, besó a Alanna y se alejó.
– Alanna -dijo ClanFintan-, que las mujeres tomen todos los calderos que haya en el templo y los traigan al patio central. Después, que saquen de las despensas los barriles de aceite de las lámparas y que los traigan también.
– Sí, ClanFintan -respondió ella, y se marchó.
– Ni se te ocurra mandarme a hacer un recado, yo me quedo contigo -le dije.
– No se me había ocurrido -dijo él, mientras corríamos por el patio.
Nos dirigimos hacia la muralla de la parte trasera del templo, y ClanFintan la rodeó hacia la izquierda. Pronto nos encontramos con un grupo de centauros y humanos que estaban reunidos en la entrada de una estrecha escalera construida en el interior de la muralla.
Dougal dio un paso adelante. Victoria estaba a su lado.
– Fomorians.
Dougal asintió.
– Lo hemos oído. ¿Qué vamos a hacer?
– ¿Dónde está el centinela que lo ha notificado a los guardias? -preguntó ClanFintan.
Un joven se adelantó y saludó marcialmente.
– Informa -dijo ClanFintan.
– Mi señor, estaba en mi puesto, en el punto de observación norte, en esta orilla del río. Oí unos ruidos extraños, así que subí a la copa de un roble, y al norte, vi una marea de criaturas con alas. Volví al templo rápidamente para dar el aviso.
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