P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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– Victoria, sube con tus Cazadoras a la muralla. Necesitamos vuestras ballestas.

Victoria y las Cazadoras se movieron inmediatamente hacia las empinadas escaleras, y comenzaron a subir a las almenas. ClanFintan se dirigió al resto del grupo, que estaba compuesto por miembros exhaustos de mi guardia personal y un tercio de la legión de centauros, que también estaban agotados, pero decididos.

– Las mujeres están reuniendo calderos y aceite en el patio central. Ayudadlas a subirlos a las almenas. Subid también antorchas y leña. Puede ser el único modo de conseguir que no entren en el templo.

Los guerreros se pusieron en acción, y nos dejaron solos con Dougal.

– Nosotros nos uniremos a las Cazadoras -dijo ClanFintan, y comenzó a subir las escaleras.

El paso de ronda que recorría toda la muralla era más ancho que la pasarela de la cúpula del Templo de la Musa. Las balaustradas de Epona eran gruesas y estaban bien situadas. Las Cazadoras estaban en posición, preparando sus ballestas. Yo me quedé entre ClanFintan y Dougal, mirando hacia el exterior, como todos los demás, a la escasa luz del anochecer, e intentando distinguir formas entre la niebla. No se movía nada, salvo la lluvia.

Unos ruidos desde el interior de la muralla nos llamaron la atención, y los guerreros comenzaron a aparecer desde las escaleras, portando pesados calderos y barriles de aceite. Nos concentramos en ayudarlos, mientras las Cazadoras y los centauros mantenían la vigilancia.

Cada tres o cuatro barrotes de la balaustrada había un agujero en el suelo del paso de ronda. Y, colgando desde aquellos huecos, había unos ganchos de hierro. Los guerreros comenzaron a llenar los agujeros con carbón y leña. Después suspendieron los calderos de los ganchos, los llenaron de aceite y encendieron los fuegos.

Recordé que ClanFintan había alabado el Templo de Epona como fortaleza, y que Carolan había explicado que, al contrario que las musas, Epona era una diosa guerrera. Así pues, el templo estaba preparado para una batalla; yo sólo esperaba que tuviéramos suficientes hombres para librarla.

Pronto se nos unieron centauros y guerreros heridos. Sus rostros eran graves, mientras obedecían las órdenes sin hacer ni un solo comentario, y ClanFintan los situaba por todo el paso de ronda de la muralla.

Entonces, oí que se dirigía al centinela que había dado aviso de la llegada de los Fomorians.

– ¿Cómo te llamas, guerrero?

– Patrick -respondió él.

– ¿Hay en el templo arcos y flechas?

– Sí, mi señor.

– Tráelos -dijo ClanFintan.

Carolan se unió a nosotros brevemente, comprobando el estado de sus pacientes.

ClanFintan se lo llevó aparte para darle instrucciones.

– Que Alanna reúna a todas las mujeres dentro del templo. Decidles que hagan un hatillo. Deben cargar con una manta, un odre de vino y un arma. Cualquier arma. Un cuchillo de cocina, o un par de tijeras son mejores que nada.

– Se lo diré -respondió Carolan, y se dirigió rápidamente hacia las escaleras.

– ¡ClanFintan! -la voz de Victoria atravesó las almenas-. ¡Allí!

Seguimos la dirección que nos indicaba y vimos un frente de criaturas aproximándose al templo. Yo comencé a oír sus silbidos depredadores en el silencio nocturno.

– Esperad hasta que la Cazadora dé la orden -dijo mi marido, con la voz fuerte y segura-. Apuntad a la cabeza y al cuello. Como ya sabéis, son difíciles de matar.

La línea se acercó.

Vi que Victoria apuntaba con su ballesta. Las Cazadoras y los guerreros la imitaron.

El frente seguía aproximándose.

Empecé a distinguir a las criaturas. Tenían un brillo anormal en los ojos, y también en las garras y los colmillos húmedos.

– ¡Ahora! -gritó Victoria.

Tras el siseo ensordecedor de las flechas, se oyó el sonido horrible de la carne atravesada por los astiles. Muchas de las criaturas de primera fila cayeron, pero sus camaradas pasaron por encima de ellos y prosiguieron su camino, ajenos a la muerte.

– ¡Otra vez!-gritó Victoria.

Hubo oleada tras oleada, lluvia tras lluvia de flechas, pero no detuvieron la marea de Fomorians. Pronto estaban a los pies de la muralla.

– ¡Derramad el aceite! -gritó ClanFintan, y los calderos se volcaron sobre las criaturas.

Los que estaban junto al lienzo gritaron y se retorcieron agónicamente cuando el aceite hirviendo les quemó la carne hasta los huesos. Los demás silbaron y se detuvieron, sin saber si debían trepar por los cuerpos de sus muertos.

– ¡Dejad caer las antorchas!

Los guerreros arrojaron antorchas encendidas sobre las criaturas empapadas en aceite, que al instante fueron envueltas en llamas, y que comenzaron a lanzarse ciegamente hacia sus compañeros, prendiéndolos también. Las llamas se extendieron por las tierras del templo, y pronto, los monstruos estaban corriendo frenéticamente, derribándose entre sí para poder apartarse de la muralla.

Yo aparté la vista. No podía presenciar su agonía.

Los guerreros del templo y los centauros prorrumpieron en gritos de victoria.

– Más aceite -dijo ClanFintan, que no se permitió ni un segundo de celebración-. Preparad más flechas. Van a volver.

Después de aquello, hubo unos momentos de silencio. ClanFintan me estrechó contra sí, y yo apoyé la cabeza en su pecho.

– ¡Mujer!

Se oyó una voz siseante que nos rodeó.

– ¿Dónde estás, mujer?

El sonido se expandió por toda la muralla; era como si las palabras me estuvieran buscando. Salí del abrazo de ClanFintan y corrí hacia una de las almenas. Nuada estaba caminando de un lado a otro sobre un montón de cuerpos humeantes. Tenía las alas erectas. Su pelo blanco flotaba desordenadamente a su alrededor, y su cuerpo desnudo era completamente visible a la luz del fuego del aceite.

Al verlo, sentí toda la ira vengativa de una diosa.

– ¿Qué quieres, criatura patética?

– A ti, mujer. Te deseo a ti.

– Es una lástima. Nunca me tendrás.

Supe que era cierto. Sentí que mi Epona me prometía que Nuada nunca iba a poseerme, pasara lo que pasara.

– ¡Sí! -gritó él. Noté que su cara, que normalmente era muy blanca, estaba enrojecida, y que él estaba sudando-. Te poseeré, ¡pronto! El resto de mi ejército se unirá a mí mañana -dijo, y soltó una risotada provocadora-. He dejado que se divirtieran con las mujeres del otro templo, pero esa diversión no ha durado mucho. Tengo más esperanzas puestas en ti -añadió con más carcajadas-. Despídete esta noche de tu diosa débil, y también de esa mutación a la que llamas compañero. ¡Mañana me pertenecerás!

ClanFintan le hizo un gesto a Victoria, y ella le lanzó la ballesta. Con un movimiento veloz, mi marido apuntó y disparó. El silbido fue seguido de un grito de Nuada cuando la flecha le cortó un lado de la cabeza, separándole la oreja del cuerpo.

Nuada intentó contener la sangre con la mano, mientras se daba la vuelta y desaparecía entre las sombras.

– Ese tipo tiene que ir a terapia -murmuré.

– Dormid en turnos -les dijo ClanFintan a los guerreros de las almenas-. Victoria, Dougal, Patrick, id en busca de Carolan y Alanna, y reuníos con nosotros en la habitación de Rhea. Sígueme -me ordenó sin contemplaciones, mientras se dirigía hacia las escaleras.

Todos obedecimos.

Cuando atravesamos la puerta de mi habitación, antes de que yo pudiera recuperar el aliento, ClanFintan me abrazó con fuerza y me besó. Yo le respondí con toda mi alma, y cuando el beso terminó, él me estrechó contra su cuerpo.

– Ese monstruo nunca te poseerá. No lo permitiré.

– Lo sé, amor mío -murmuré contra su piel.

Alguien llamó a la puerta. ClanFintan se separó de mí con reticencia y gritó:

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