– Es preciosa -susurré, y extendí los brazos para que Alanna pudiera empezar a vestirme.
El vestido se ajustó a mi torso con un precioso diseño entrecruzado. La falda era larga, y caía con elegancia hasta el suelo. Yo me senté obedientemente, y Alanna me cepilló el pelo. Cuando iba a hacerme un moño para sujetármelo, la detuve.
– Sólo átamelo con una cinta.
– Pero se te va a soltar, y te molestará -dijo ella.
Me encogí de hombros.
– ¿Y cuándo no me molesta?
Antes de que Alanna pudiera responder, alguien llamó a la puerta.
– ¡Adelante!
– Mi señora -dijo uno de los guerreros-, ClanFintan me ha pedido que os diga que es el momento.
– Gracias. Dile que ya voy.
Él se marchó rápidamente, y Alanna me ató el pelo con una cinta. Después me coloqué la corona, y ella se acercó a otro armario y sacó una capa larga de color gris, con capucha y todo.
– Oh, por favor, ¿Rhiannon se ponía eso?
No parecía su estilo. Definitivamente, no era el mío.
– Sólo cuando iba a algún sitio en el que no quería que la reconocieran -dijo Alanna, y me ayudó a ponérmela. Después se retiró y observó su obra-. Estás bien cubierta -dijo.
– Bueno, vamos.
Caminamos hasta la puerta y salimos hacia el patio central. Yo la tomé de la mano.
– Pase lo que pase, ve hacia el río.
Ella me miró con temor, pero antes de que pudiera responderme, nos vimos entre la muchedumbre del patio.
La falange se extendía por todo el césped que había entre el templo y la muralla. La parte exterior la ocupaban los guerreros centauros, intercalados con guerreros humanos. Todos llevaban espadas y escudos. El siguiente anillo estaba formado por hombres que llevaban variedad de armas, desde espadas a dagas. Obviamente, eran los padres, abuelos, hermanos e hijos de las mujeres que estaban en el centro. A mí se me encogió el corazón al verlas. Mientras consolaban a los bebés y a los niños, enviaban miradas de coraje y ánimo a los hombres que las rodeaban.
– ¡Ave, Epona! -dijo ClanFintan, saludándome con su voz fuerte.
La falange se volvió y repitió sus palabras.
– ¡Ave, Epona!
Mi marido se me acercó y me besó la mano. Yo me sentí calmada, y dije:
– Quisiera bendecir a la gente antes de irnos.
– Por supuesto, Amada de Epona.
Él inclinó la cabeza y se apartó con aplomo. El templo quedó silencioso.
– Todos tenemos una vida que vivir, un pequeño resplandor del tiempo entre dos eternidades. No hay segundas oportunidades, ni tampoco vueltas al pasado.
Mi voz sonaba como si estuviera hablando por un micrófono, aumentada por la presencia tangible de Epona.
– La vida no trata de dolor o de placer. Es un asunto muy serio, el de vivir con autenticidad, y de aprovechar la magia que puede suceder entre momentos -dije, y miré a mi marido-, y entre almas. Hoy, caminaremos con valor hacia la luz, porque igual que hay bestias y demonios ahí fuera, también hay bondad y amor aquí dentro.
Moví el brazo en un gesto que los abarcó a todos, y terminé:
– Epona estará con nosotros en este viaje. La oscuridad no puede cubrir una llama, por lo tanto, ¡seamos llamas!
La gente respondió con un rugido en una sola voz. Después, ClanFintan dio un paso adelante.
– La falange saldrá cuando las Cazadoras den el aviso de que nosotros hemos tomado posiciones entre los Fomorians y vosotros.
Asintió, y Victoria se acercó hacia la entrada a la muralla. Desapareció brevemente, y volvió a aparecer en las almenas.
– Cuando estemos en posición -continuó ClanFintan-, el anillo exterior de la falange os conducirá hacia las puertas del templo. No vaciléis. No os detengáis. Vuestro objetivo es llegar al río. Cuando lo crucéis estaréis a salvo, y nosotros os seguiremos. Que Epona esté con vosotros.
La gente asintió, y se volvieron en silencio hacia las puertas del templo.
– Tú debes colocarte en el centro de la falange -me dijo suavemente ClanFintan.
– Creía que tú ibas a guiarnos -dije. Sabía que tenía que ser valiente por mi pueblo, pero el hecho de pensar en que él iba a estar rodeado de un ejército de Fomorians hacía que me doliera el pecho.
– Victoria os guiará. Yo debo permanecer con los otros centauros -me dijo ClanFintan. Me abrazó y me susurró-: Me reuniré contigo al otro lado del río.
– Por favor, ten cuidado -le pedí con la voz temblorosa.
Su beso fue rápido y fuerte. Después se dio la vuelta y se alejó.
Alanna me tomó de la mano.
– Vamos -dijo.
La falange se separó y nos permitió entrar hasta el centro. Me alegré al ver que Tarah y Kristianna estaban allí, valientemente, junto a Carolan. Él besó a su esposa y me saludó.
– ClanFintan se ha empeñado en que yo esté en el centro. Dijo que tengo que estar seguro para salvarlo de los puntos de sutura de Victoria.
Yo intenté responderle con algo ingenioso y conciso, pero en realidad, me sentí aliviada porque Victoria interviniera y me librara de hablar.
– Los centauros han salido por la parte trasera del templo y se dirigen hacia el norte -dijo-. Han soltado a las yeguas -añadió, e hizo una pausa-. Están en posición. ClanFintan ha hecho la señal. ¡Comenzad a moveros!
El anillo de guerreros avanzó mientras Victoria bajaba rápidamente de las almenas y galopaba hasta sus filas.
El ritmo del paso aumentó cuando la falange abandonó la seguridad de las murallas del templo. Cuando los que estábamos en el centro salimos por la gran puerta, ya íbamos corriendo.
La mañana, que había amanecido nublada y lluviosa, se estaba convirtiendo rápidamente en un día claro y cálido. El sol lucía por encima de nosotros. «Por favor, Epona», recé, «que el sol queme toda la niebla y sea una gran molestia para los Fomorians». Miré hacia la izquierda, intentando atisbar el campo de batalla, pero entre los últimos vestigios de la niebla y el apretado anillo de guerreros, no veía nada.
Pronto me di cuenta de que eso no tenía importancia, porque podía oír. Oía gritos y gruñidos, que se extendían inquietantemente por las tierras del templo.
– ¡Seguid avanzando! -gritó Victoria, cuando las mujeres reaccionaron al ruido y vacilaron.
– Vamos -dije yo, y animé a las que me rodeaban-. Todo va a salir bien. Seguid el ritmo de los guerreros.
Entonces, el sonido de unos cascos retumbó entre la niebla y, a medida que desaparecía, una manada de yeguas aterrorizadas apareció ante nuestra vista. Daban vueltas, con los ojos en blanco, inseguras, y de pronto nos vieron.
– ¿Ves a Epi? -grité, intentando distinguirla entre el mar de caballos que galopaban.
– ¡No! -respondió Carolan.
Entonces, abrí los ojos con horror al divisar una forma negra, alada. Y después otra, y otra. Segaban entre los caballos espantados, acuchillando y clavándoles las garras. A mi lado, una de las niñas gritó, y aquel grito agudo atravesó todo el campo. Vi que los Fomorians volvían la cabeza en dirección a la falange, y dejaron la matanza de caballos para deslizarse hacia nosotros.
– ¡Seguid adelante! ¡Moveos! -grité con mi mejor voz de profesora, y el grupo avanzó.
Otro grito atrajo mi atención hacia el campo de batalla, y miré por encima de mi hombro hacia atrás, justo para ver cómo un guerrero centauro daba caza y decapitaba a una de las criaturas que nos perseguían.
– Han penetrado en las filas de los centauros, pero los guerreros los están persiguiendo -dijo Carolan.
Intenté seguir corriendo mientras mantenía parte de mi atención centrada en lo que estaba ocurriendo detrás de nosotros. Las yeguas todavía estaban aterrorizadas, y corrían a nuestro alrededor desordenadamente. Había más Fomorians acercándose a nosotros, pero ahora, yo veía con claridad la línea de centauros que nos protegía. Todavía luchaban contra el ejército Fomorian, e intentaban perseguir a las criaturas que conseguían traspasar el límite, pero no podían atraparlas a todas, y los monstruos alados nos estaban alcanzando.
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