P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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El grito de batalla de McNamara se unió al de Woulff, y todos recorrieron la distancia que nos separaba con una carga de la que incluso John Wayne habría estado orgulloso.

Entonces, los guerreros que estaban a mi espalda secundaron el grito, y sentí que avanzaban hacia el templo con energías renovadas. Miré por encima de mi hombro, hacia atrás, y vi que un Fomorian se acercaba gruñendo hacia mí.

– ¡Epi! -grité.

La yegua se giró y mordió el borde del ala derecha de la criatura. Después echó la cabeza hacia atrás y le rasgó la membrana. El monstruo gritó de dolor, y perdió el equilibrio durante el tiempo suficiente para que yo pudiera descargar un golpe de mi espada sobre él, con ambas manos, y cortarle el cuerpo desde el hombro hasta el pecho. Entonces, el peso del monstruo que caía al suelo me arrancó la espada de las manos.

Casi al instante, otra de las criaturas subió al cuerpo de su compañero muerto y yo sólo pude agarrarme a las riendas, mientras los dientes y los cascos de Epi lucían a la luz de la mañana.

Tuve la sensación de que la yegua batallaba durante horas en aquella pequeña colina, pero mi mente sabía que sólo habían pasado unos minutos. Sin embargo, estábamos completamente rodeadas de figuras negras.

– ¡Dejádmela a mí! -siseó una voz familiar, y los monstruos se abrieron para dejar paso a Nuada, que se acercaba cubierto de sangre-. Mujer -dijo con desprecio-, qué amable has sido al separarte de los demás y esperarme con tanta paciencia.

Epi se movió con inquietud debajo de mí. Cuando Nuada se acercó, emitió un relincho de advertencia.

– Parece que tu amiga no se alegra de verme -dijo él, y se rió horriblemente.

– ¡Rhea! -gritó mi marido, y vi que se acercaba a galope tendido hacia la colina.

Nuada también lo vio.

– Matad a la yegua -ordenó, mientras se giraba para enfrentarse a ClanFintan-. Rápido.

Las criaturas silbaron de placer y comenzaron a cerrar el círculo que nos rodeaba, como si fueran el nudo de una horca. Epi giró, manteniendo a los monstruos a raya con los cascos y los dientes. Sin embargo, nuestra colina estaba resbaladiza de sangre, y yo di un bandazo muy fuerte cuando Epi se resbaló y cayó de rodillas. El movimiento fue inesperado, y no pude evitar que mi cuerpo saliera despedido por el impulso. Volé sobre el cuello de Epi, y aterricé con fuerza sobre el suelo húmedo. Sentí una descarga de dolor blanco que me cegó, cuando mi cabeza colisionó con la empuñadura de una espada. La oscuridad, asfixiante como una avalancha, me envolvió.

No hubo un interludio agradable en mi Paraíso de los Sueños. La pérdida de conocimiento fue total y abrumadora, y sólo la voz de Epona pudo despertarme.

«Vamos, Amada, no puedes descansar todavía. Él te necesita».

Mi alma respondió a aquella llamada insistente, y mi espíritu se elevó, con una oleada de vértigo, desde mi cuerpo abollado. Al principio no pude enfocar con claridad mi visión. La batalla a los pies de la colina sólo era una masa de figuras irreconocibles, teñidas de rojo.

«Concéntrate», me susurró la diosa. Yo respiré lentamente, parpadeé, y de repente, conseguí enfocar la escena.

Varios miembros de mi guardia personal se habían unido a Epi, y estaban repeliendo con éxito a los Fomorians. Aliviada, dirigí mi atención hacia el enfrentamiento que se estaba desarrollando a cierta distancia de los demás guerreros y de las demás criaturas.

ClanFintan y Nuada giraban cautelosamente, uno frente al otro. Mi cuerpo espiritual flotó hasta ellos. Ambos estaban cubiertos de sangre y de sudor. Nuada sangraba por la herida de la cabeza, y tenía varios cortes en las alas. Yo me acerqué más, y comprobé que lo que había tomado por sangre era en realidad un sarpullido rojo que se le extendía por el torso. Sin embargo, cuando le lanzó una cuchillada de sus garras a ClanFintan, y sus uñas letales rasgaron la piel del hombro derecho del centauro, comprendí que la enfermedad todavía no había disminuido sus fuerzas.

ClanFintan había perdido la espada, y se defendía de Nuada con una simple daga y con sus cascos.

– Apártate de mi camino, caballo mutante. Deseo poseer el cuerpo de tu esposa -siseó Nuada.

– Nunca.

En vez de enfurecerlo, parecía que el Fomorian le producía a ClanFintan una calma extraña. Luchaba metódicamente, sin ceder terreno. Sin embargo, tampoco conseguía hacer mella en las defensas del monstruo.

– ¿Sabes, hombre caballo? Ella me lo agradecerá -dijo Nuada, acompañando su comentario de un golpe de garra. Ninguna de las dos cosas dio en el blanco.

– Nunca -repitió ClanFintan con su voz profunda.

– Si es que todavía sigue viva -dijo Nuada.

Aquello sí tuvo efecto en el centauro. Se arrojó hacia delante de repente, y Nuada saltó para hacer frente a su ataque. Quedaron aprisionados el uno contra el otro; los colmillos afilados de Nuada, a centímetros del cuello de ClanFintan, y la daga del centauro, justo encima de la yugular prominente del Fomorian.

Mi cuerpo descendió hasta que estuvo colocado al lado de mi marido. Yo no me iba a quedar de brazos cruzados mientras aquella cosa mataba a otro hombre, al que yo quería.

– Eh, Nuada. ¿Soy yo lo que estás buscando, muchachote? -le dije seductoramente al Fomorian.

Al oír el sonido de mi voz, Nuada alzó la cabeza y perdió durante un instante la concentración. Yo vi que mi marido conseguía liberar la mano de la de la criatura, y que cortaba limpiamente el cuello del Fomorian con su daga. Vi con claridad la expresión incrédula de Nuada al notar que su propia sangre se derramaba hasta el suelo. ClanFintan retrocedió y alzó las manos, y sus cascos húmedos relucieron por encima del cuerpo de la criatura.

– Nunca -repitió con la voz áspera, mientras lo pisoteaba una y otra vez, reduciendo la perversidad de Nuada a la insignificancia.

Oí un grito, y miré hacia el campo de batalla. Los ejércitos de Woulff y McNamara se unían a nuestros guerreros. Centauros y humanos se convirtieron en una sola fuerza, y comenzaron a diezmar las debilitadas fuerzas de los Fomorian.

Yo sentí una oleada de mareo y de repente, me faltó la respiración.

– ¡Rhea!

La voz de ClanFintan sonaba muy lejana.

– No puedo…

Sentí que volvía a mi cuerpo, y cuando entré en él, abrí los ojos lo suficiente como para ver que ClanFintan me tomaba en brazos.

– Aguanta -dijo, mientras mi visión se oscurecía-. Voy a llevarte a casa.

Después, no supe nada más.

Capítulo 24

Cuando anocheció, el viento cambió de dirección, y yo di gracias a mi diosa. Durante tres días, el hedor de los cuerpos quemados había invadido el templo, y eso no había servido para aliviar mi enorme dolor de cabeza. Carolan me había asegurado que el chichón que tenía en la sien izquierda era sólo del tamaño de una piedra de gallo (traducción: ¿testículo de un gallo?, ¿quién sabía?), pero yo estaba segura de que era del tamaño de una uva mutante, y de que tenía el color de un arco iris de morados y malvas. De todos modos, el consenso era que me iba a recuperar conservando todo mi entendimiento.

Bueno, gracias a Dios.

A Epona.

Los Fomorians habían sido exterminados. Nuestro ejército conjunto había acabado con todas las criaturas, que, debilitadas por la viruela, no habían podido resistir su poder.

Carolan enunció la hipótesis de que, dado que los Fomorians eran humanoides y no humanos, sus cuerpos eran excepcionalmente vulnerables a la enfermedad. Su periodo de incubación era menor que el nuestro, y la enfermedad progresaba más rápidamente en ellos. La noche de la batalla, los terrenos circundantes del templo eran como los exteriores de rodaje de La noche de los muertos vivientes. Por lo menos, así me lo había descrito Victoria, aunque ella no hubiera visto la película. Yo todavía estaba bajo los efectos de la conmoción cerebral, vomitando y viendo doble, así que tuve que conformarme con una descripción.

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