Mi cuerpo descendió hasta que estuve a pocos metros sobre las cabezas de las criaturas.
El tiempo se detuvo. Las criaturas se quedaron congeladas debajo de mí, como si una mano invisible hubiera presionado el botón de pausa. A medida que yo me acercaba, mis ojos se concentraron con más atención en el pedazo de carne deforme que todavía estaba atrapado en el cuerpo de la mujer, y me di cuenta de que estaba viendo a una criatura recién nacida. La carne arrugada era en realidad un par de alas inmaduras, que protegían por completo el cuerpo embrión como un capullo protegía una oruga. La luz de las antorchas parpadeaba y resaltaba dos apéndices en la parte superior de las alas, parecidos a unas garras. Todo el embrión brillaba a causa del líquido amniótico y la sangre.
– ¡Oh, Dios mío!
Mi exclamación terminó con el momento de inmovilidad. Alguien giró la cabeza en dirección a mí. Los ojos del monstruo inspeccionaron el aire que había sobre la mesa.
– ¡Llevadlo a la caverna de incubación!
Su voz tenía un tono áspero, susurrante. Parecía que las palabras tenían que luchar por salir de su garganta.
Una criatura alada femenina se acercó apresuradamente y sacó el feto de la herida abierta. Antes de que yo pudiera hacer algo más, las alas de la adulta se doblaron hacia delante, y cubrieron al recién nacido por completo. Rápidamente, ella salió de la habitación, seguida por casi la mitad de las otras criaturas que habían observado el obsceno espectáculo. Yo vi cómo se alejaban y mi mirada se fijó de nuevo en los bancos que estaban alineados contra las paredes. Las figuras que estaban sentadas en ellos se encogieron cuando el grupo pasó hacia la salida, y yo solté un jadeo de terror al darme cuenta de que aquellas formas eran mujeres, mujeres humanas, todas ellas en diferentes estados del embarazo.
Cerca de la mesa surgió un sonido siseante que atrajo mi atención.
La criatura que había hablado todavía me estaba mirando, y yo sentí que mi espíritu temblaba. Intenté mantenerme inmóvil.
– Nuada, ¿qué sucede? -le preguntó otra de las criaturas con sumo respeto.
– No lo sé -respondió-. Siento algo. He sentido esta presencia antes, en el Castillo de MacCallan, justo cuando estábamos derrotando al guerrero solitario.
Entonces extendió las alas agresivamente, mientras su mirada abrasadora atravesaba el aire que me rodeaba.
– Casi puedo verla…
De una zancada ágil, saltó sobre la mesa y puso un pie a cada lado del cuerpo ensangrentado de la mujer muerta. Ahora estaba justo debajo de mí.
– Tal vez pueda tocarla -dijo y comenzó a estirar uno de sus largos brazos con las garras extendidas.
En mi pecho comenzó a formarse un grito y…
– ¡Aaaahh!
El alarido salió de mi boca con la fuerza de una explosión. El pánico se apoderó de mí, aunque los sentidos me decían que olía a primavera y a caballo, y no a sangre y a terror. Sin embargo, yo tenía la mente entumecida de espanto, y luché violentamente, pataleando y mordiendo las ataduras que me habían atrapado.
– ¡Rhiannon! ¡Quieta! ¡Estás a salvo!
La voz de ClanFintan atravesó el hielo de mi miedo. Me di cuenta de que estaba en el establo y dejé de luchar, pero la adrenalina siguió recorriéndome el cuerpo. Estaba temblando incontrolablemente.
– Oh, Dios. Ha sido horrible.
Él me abrazó.
– ¿Ha sido el Sueño Mágico?
Asentí contra su pecho.
– ¿Las criaturas otra vez?
– ClanFintan, he encontrado a las mujeres -dije, y él se apartó un poco de mí para poder mirarme a los ojos-. Están en el castillo que hay junto al paso de la montaña.
– El Castillo de la Guardia.
– Sí, tiene que ser ése.
– ¿No has estado nunca allí?
– No, claro que no -respondí, sin pararme a pensar si Rhiannon había estado o no-. Pero es grande y cuadrado, y está situado en el extremo de un desfiladero estrecho.
– Ése es el Castillo de la Guardia.
– Están allí. Las criaturas tienen a las mujeres, y deben de haber estado apareándose con ellas… -en aquel punto tuve que parar, y me cubrí la cara con las manos.
Con un movimiento suave, ClanFintan se puso en pie y me tomó en brazos, envuelta en la manta. Salió hacia las hogueras del campamento y me depositó con delicadeza sobre un tronco.
– Dame el odre de vino -le dijo a Dougal, que se había despertado y estaba somnoliento y sorprendido. El centauro obedeció, y me miró con preocupación-. Vamos, bebe -me dijo ClanFintan, y sujetó la bota para que yo pudiera dar unos cuantos tragos de líquido rojo.
– Gracias -dije. Me limpié la boca e intenté controlar el temblor.
– Ahora, cuéntamelo.
Su voz era firme, reconfortante. Me tomó la mano y me la apretó suavemente. Los demás centauros se habían despertado y estaban escuchando. Su presencia me reconfortó. Yo estaba a salvo con ellos.
Tomé aire profundamente.
– Las mujeres estaban allí. Al principio, sólo me di cuenta de que se comportaban como si estuvieran conmocionadas. Entonces oí los gritos, y seguí el sonido hasta una gran habitación. Había una mujer embarazada atada sobre una mesa. Estaba de parto, rodeada de esas criaturas. Mientras yo observaba, una de esas… cosas se abrió paso con las garras para salir de su cuerpo. Era uno de ellos -dije, y apreté con fuerza la mano de ClanFintan-. Y había más mujeres embarazadas en esa habitación. Muchas más. Estaban sentadas, idas, como si sus almas ya las hubieran abandonado. Entonces, una de las criaturas notó mi presencia e intentó agarrarme, y yo me puse a gritar y me desperté.
Terminé con un gran suspiro y tomé otro poco de vino.
– ¿Una de ellas sintió tu presencia? -preguntó ClanFintan.
– Sí. Dijo que casi podía verme. Mencionó la noche en que asesinaron a mi padre. Dijo que también me había sentido entonces.
ClanFintan se puso en pie bruscamente y comenzó a pasearse de un lado a otro, delante de la hoguera.
– No sabía que también podían atravesar la protección de Epona.
– ¿También? ¿A qué te refieres con eso de «también»?
Vi que miraba significativamente a los centauros, que lo estaban escuchando con suma atención. Después, volvió la cara lentamente hacia mí. Tenía una expresión dura y remota, como la que tenía la primera vez que yo lo había visto. Tuve un escalofrío al sentir las palabras que él había pronunciado en el exterior del Castillo de MacCallan: «Ya han dejado de esconderse». Como si supiera más de ellos de lo que había mencionado.
– ClanFintan, ¿qué ocurre?
– Los centauros sabíamos que los Fomorians habían desplegado su maldad en Partholon desde hace tiempo.
– ¿Lo sabíais? Pero…
Dougal dio un paso adelante y se dirigió a mí con preocupación.
– Mi señora, algunos lo sabíamos y lo creíamos. Otros no creyeron las señales.
– ¿Qué señales? ¿De qué estáis hablando?
ClanFintan respondió con calma a mi agitación.
– Sabes que hace poco, justo antes de que nos comprometiéramos, yo me convertí en el jefe de los Fintan. Y sabes que antes, el Gran Líder de mi pueblo era mi padre.
Asentí, como si supiera a lo que se refería. Él continuó:
– Hace casi un año, mi padre comenzó a comportarse de una manera extraña. Al principio, fueron sólo cambios pequeños. Adoptó costumbres nuevas. Por ejemplo, se despertaba y dormía a horas raras. Eran cosas que sólo notábamos su familia y los consejeros más cercanos. Sin embargo, poco a poco sus problemas con el sueño aumentaron. Estaba siempre muy callado, como si se sintiera preocupado o siempre estuviera absorto en sus pensamientos. Todos comenzaron a darse cuenta de que tenía problemas, y a medida que pasaba el tiempo, se encerró más y más en sí mismo, como si viviera en un mundo propio, oscuro, en el que la perversidad acechaba en todos los rincones, en el que los viejos amigos eran objetos de sospecha.
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