ClanFintan se movía entre las dos hogueras, hablando con sus hombres y haciendo cosas de hombre, como por ejemplo, sacarle brillo a la hoja de su espada, que ya estaba impecable. Yo notaba su mirada fija en mí de vez en cuando, y cuando lo miraba a los ojos, sentía la atracción que había entre nosotros de una manera muy agradable, pero también desconcertante.
Tuve la sensación de que había pasado muy poco tiempo cuando los centauros comenzaron a dividir las aves cocinadas. La carne estaba tan caliente que tuve que soplar el muslo que me habían servido. Estaba deliciosa, y no dudé en aceptar una segunda pieza cuando me la ofrecieron.
Después de cenar, nos sentamos alrededor de las hogueras, haciendo la digestión y charlando. ClanFintan permaneció cerca de mí. Dougal y Connor compartieron nuestra hoguera. Los otros tres centauros se acomodaron alrededor de la otra. Dougal explicó, antes de que yo pudiera preocuparme, que en aquella ocasión los dos centauros desaparecidos estaban haciendo su turno de vigilancia alrededor del perímetro del campamento.
De haberlo pensado con detenimiento, quizá me hubiera parecido extraño que una criatura que era medio hombre y medio caballo pudiera sentarse y conversar después de la cena. Sin embargo, supongo que no podía decir que estuvieran realmente sentados; su parte equina estaba reclinada con las patas bajo el cuerpo, lo cual le confería a sus torsos humanos la apariencia de estar, bueno, sentados. Parecía extraño, pero yo estaba empezando a entender que los centauros lo hacían todo con una elegancia sobrenatural. Lo cual tenía sentido, porque aquello era otro mundo.
De todos modos, nos estábamos relajando, y yo estaba empezando a sentirme caliente y seca, y quizá un poco somnolienta. Dougal comenzó a tararear una melodía que se parecía mucho a una de mis canciones favoritas de Enya, pero no podía identificarla. Era vagamente celta. De repente, dejó de tararear, y sonrió mirándome con expectación.
– Estaba pensando que es una lástima que nuestro bardo no esté aquí, cuando me he acordado de que tenemos a alguien incluso mejor -dijo. Había elevado la voz, y los demás centauros nos estaban mirando-. ¡Estamos bendecidos por la presencia de la Amada de Epona! ¡La mejor narradora de historias de Partholon!
Mientras yo palidecía, todos los centauros sonrieron y me animaron. Yo miré a ClanFintan para que me rescatara, pero él tenía una sonrisa de orgullo en los labios y también me estaba animando.
Sé que es poco corriente, pero me había quedado sin saber qué decir.
El júbilo se extinguió lentamente, y Dougal me miró como si yo acabara decirle que no podía tomar postre.
– Perdonad, mi señora. Quizá no estéis de humor para contar historias después de todo lo que ha pasado en el día de hoy.
Me miró con aquellos ojos castaños y enormes llenos de lástima. Como un cachorrillo desilusionado.
Demonios.
– No, yo… eh… sólo necesito un momento para, eh, pensar en qué historia quiero contar.
Oh, Dios santo. ¿Qué historia, qué historia, qué historia, qué historia?
Mi pequeño cerebro de profesora comenzó a revisar sus archivos mentales, y ¡tachán! La asignatura de inglés del segundo curso de la universidad vino a mi rescate.
Sonreí a Dougal y él, prácticamente, se retorció de placer. Realmente era muy mono.
Durante años yo había tratado de imbuir a mis estudiantes de dieciséis años de la belleza de la balada poética, estoy segura de que sin éxito. Sin embargo, mis esfuerzos por ilustrar a las masas habían tenido un efecto secundario: era capaz de recitar El salteador de caminos y La dama de Shalott de memoria. Me gustan ambas, pero tengo debilidad por El salteador de caminos, sobre todo en la versión que Loreena McKennitt adaptó musicalmente. Loreena le había transmitido a la balada de Alfred Noyes toda la magia irlandesa. Muy trágica, muy céltica. Y más fácil de recitar que la balada original.
Repasé mentalmente las estrofas, sustituyendo algunas palabras, como por ejemplo, «mosquete» por «espada», «gatillo» por «hoja de la espada», etcétera. No había visto armas de fuego desde que había llegado aquí, y me imaginaba que si hubiera ese tipo de armas en este mundo, los centauros las tendrían.
Me puse en pie y erguí los hombros. Ellos me miraron con toda su atención. Yo carraspeé y comencé a recitar:
El viento era un torrente de oscuridad
que soplaba entre los árboles fuertes,
la luna era un galeón fantasmal
que se mecía en un mar de nubes,
la carretera era un jirón de luz de luna
sobre el pantano púrpura,
y el salteador de caminos llegó cabalgando,
cabalgando, cabalgando…
el salteador de caminos llegó cabalgando
hasta la puerta de la posada.
Yo no sé cantar, pero si sé que soy muy buena narradora. A mis estudiantes les encanta que les lea o les recite historias. Hago todas las voces. Según ellos, es genial. Así que quizá yo no sea Loreena McKennitt, con su voz aguda y bella, pero tampoco estaba intentándolo. No canté la balada; la recité con pasión, de una manera expresiva.
Para la segunda estrofa, ya estaban en mi poder.
Tenía un sombrero francés
inclinado sobre la frente,
un puñado de encaje en la barbilla,
un abrigo de terciopelo burdeos,
y pantalones de ante marrón;
se le ajustaban sin una sola arruga,
¡y las botas le llegaban hasta la rodilla!
Cabalgaba con un centelleo de joyas,
la empuñadura de su estoque
lucía bajo el cielo estrellado.
Caminé alrededor de las hogueras mientras continuaba recitando la bella y trágica historia del salteador de caminos, ganándome a mi público. Ellos sonrieron con placer cuando Bess, la hija del terrateniente, trenzó «un nudo de amor rojo oscuro en su largo pelo negro». Me deslicé hacia a ClanFintan mientras narraba cómo el salteador de caminos besaba el cabello ondulado de Bess, y juraba que volvería para estar con ella a la luz de la luna aunque el infierno se interpusiera en su camino.
Entonces erguí la espalda y alcé la barbilla, y me convertí en Bess cuando los casacas rojas la amordazaron y la ataron a la cama, en un intento de usarla como señuelo para atrapar a su amado. Dejé que mis ojos se llenaran de lágrimas cuando Bess, valerosamente, se atravesó el pecho con una espada y le gritó un aviso a su salteador de caminos para que los soldados no pudieran apresarlo.
Entonces, los centauros abrieron unos ojos como platos, cuando el salteador de caminos averiguó que su amor había muerto intentando salvarlo.
¡Volvió espoleando como un loco,
gritando una maldición al cielo,
dejando a su paso el camino blanco,
convertido en humo,
blandiendo el estoque en lo alto!
Manchadas de sangre estaban las espuelas
al mediodía dorado;
roja como el vino se volvió
su chaqueta de terciopelo,
cuando ellos lo mataron en el camino,
como a un perro, en el camino,
y él quedó tendido, ensangrentado,
en el camino,
con un puñado de encaje en la garganta.
Comencé en la última estrofa en las sombras, entre las dos hogueras, dibujando las palabras con las manos como una maga haciendo ilusionismo.
Dicen que en las noches de invierno,
cuando el viento sopla entre los árboles,
cuando la luna es un galeón fantasmal
que se mece en un mar de nubes,
cuando la carretera es un jirón
de luz de luna sobre el pantano púrpura,
el salteador de caminos llega cabalgando,
cabalgando, cabalgando…
el salteador de caminos llega cabalgando
hasta la puerta de la posada.
Terminé retorciéndome las manos, con la mirada perdida en la distancia, como si estuviera segura de que el fantasma del salteador de caminos cabalgaba hacia nosotros. Los chicos se quedaron en silencio durante un instante, y después, gracias a Dios, rompieron en aplausos, hablando todos a la vez sobre aquellos malditos casacas rojas y preguntándose dónde podrían encontrar a su Bess.
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