Yo volví junto a ClanFintan, mientras recibía las felicitaciones de la tropa, y me senté en mi tronco.
– Me ha gustado tu historia -dijo ClanFintan, y me pasó el odre de vino. Con agradecimiento, yo tomé un trago.
– Gracias. Es una de mis favoritas.
– Nunca la había oído -dijo él. Su voz sonaba diferente, más contemplativa que curiosa.
– Bueno, no me sorprende. Es una invención mía -respondí. Crucé los dedos por la espalda. No quería plagiar, y le envié una disculpa silenciosa al difunto señor Noyes.
– ¿Quiénes son los casacas rojas?
– Los malos. Es una metáfora para el mal -respondí. No parecía que él quedara muy convencido, así que adopté mi actitud de profesora-. El rojo corresponde a la sangre. La sangre tiene una connotación negativa. Por lo tanto un casaca roja sería una alusión a una persona malvada, del mismo modo que el sol que se eleva por un cielo rojo al amanecer es presagio de que se avecina un desastre, y que una mirada enrojecida sería una mirada negativa o mala.
– ¿Y quién es el rey Jorge?
– Un tipo inventado -respondí, y volví a cruzar los dedos.
– ¿Y qué es un salteador de caminos?
– Es un tipo de ladrón que sólo actúa por los caminos -respondí.
– Ya.
Yo traduje aquello como una expresión «mujer centauro» correspondiente a «qué cuentista eres», pero me comporté como si no hubiera entendido nada.
– Caramba, ha sido un día muy largo -dije. Me estiré y, después de un gran bostezo, añadí-: Creo que voy a acostarme.
Durante un momento, él no reaccionó, sólo siguió mirándome con extrañeza, como si estuviera intentando encajar las piezas de un rompecabezas. Y, de repente, me acordé de que Alanna había insistido con vehemencia en que nadie debía saber que yo no era Rhiannon.
Seguramente, tenía buenas razones para ello, pero también me había dicho que podía confiar en ClanFintan. Decidí que iba a mantener la boca cerrada sobre mi procedencia por lo menos hasta que tuviera oportunidad de hablar con Alanna de nuevo.
Así pues, miré inocentemente a mi curioso y guapo marido, y después me fijé en la entrada del establo.
– Eh… ¿te importaría entrar ahí primero y asegurarte de que no hay ninguna alimaña arrastrándose ni acechando antes de que me haga una cama de heno?
Su mirada de concentración dejó paso a una sonrisa.
– Por supuesto -respondió, y se dio la vuelta-. Dougal, lady Rhiannon necesita dos mantas.
Dougal fue a buscarlas obedientemente.
– Ven -dijo ClanFintan. Se puso en pie y me ofreció la mano para ayudarme-. No dejaré que nada se arrastre sobre ti, ni que te aceche.
Yo tomé su mano y juntos entramos a la penumbra del establo. No era muy grande, pero estaba lleno de balas de heno. ClanFintan desató algunas y las movió, y cuando Dougal le entregó las dos mantas, ya había dispuesto un nidito muy agradable en la parte delantera del establo. Puso una de las mantas sobre el lecho de heno y me hizo una señal para que me acercara.
– No hay nada que pueda hacerte daño.
– Gracias. No me gustan las cosas que se deslizan sigilosamente, ni las que salen corriendo de un lado a otro.
Me senté en mitad del nido y comencé a quitarme las botas. ClanFintan se inclinó y me ayudó a hacerlo.
Eso me gustaba de él.
El establo estaba oscuro y olía a heno recién cortado. Era muy acogedor.
– ¿Dónde vais a dormir vosotros?
– Haremos turnos de guardia, y entre los turnos, descansaremos junto a las hogueras.
– ¿Soy la única que va a dormir aquí?
– Sí.
– Entonces, ¿no sería indecente que me quitara la ropa? -pregunté. Odio dormir con ropa.
– No, creo que no sería indecente -respondió. Su voz se había vuelto de terciopelo líquido otra vez.
Me quité la ropa, la doblé cuidadosamente y la deposité sobre un montón de heno. Yo sabía que él me estaba mirando, y me gustó. Después me tendí sobre la cama y le sonreí.
Él me tapó con la otra manta.
– Buenas noches. Que duermas bien, Rhiannon -dijo.
Sin embargo, no hizo ademán de marcharse.
– ¿Cuándo es tu turno de vigilancia? -pregunté. Qué demonios, era mi marido.
– Un poco después de que salga la luna.
– Entonces, ¿puedes quedarte conmigo hasta que me duerma?
– Si tú quieres, sí.
– Sí quiero.
Me incorporé y me hice a un lado para dejarle sitio. Él se reclinó sobre el nido. Era como si estuviera sentado detrás de mí. La parte humana de su torso era alta, pero no tan grande como para que resultara embarazoso. Yo dejé que se acomodara, y después me incliné hacia atrás, de modo que mi cabeza y mis hombros descansaron cómodamente contra su pecho, entre sus brazos. Cambié de posición para mirarlo, todavía entre sus brazos.
Mi pelo se estaba comportando de una manera enloquecida, como de costumbre. Al dejar que se me secara junto al fuego, se me había rizado como el de una gorgona. Él me lo apartó de la cara.
– Lo siento. Molesta demasiado. Debería cortármelo -dije, y soplé para quitarme uno de los rizos de la boca.
Me miró con un pestañeo de sorpresa.
– Las mujeres no se cortan el pelo.
Oh, oh.
– Sería más fácil si lo hiciéramos -dije. Demonios. ¿Habría notado él que yo tenía el pelo más corto que Rhiannon? Añadí apresuradamente-: Cuando Alanna me cortó las puntas el otro día, debería haberle pedido que cortara un poco más.
– Quizá el pelo corto sea más cómodo, pero es menos atractivo.
– Puede que tengas razón.
– Sí.
Entonces él comenzó a acariciarme el pelo y enredó sus dedos en él. Alzó la mano, todavía atrapada entre mis rizos, se inclinó hacia abajo y enterró la cara en mitad del cabello. Aquel movimiento me atrapó contra su pecho y sentí, más que oí, su suave gemido.
Después sacó la cara de mi pelo y me miró a los ojos. Estábamos muy cerca el uno del otro.
– Entonces, ¿te gusta mi pelo? -mientras yo susurraba la pregunta, sus ojos viajaron hasta mi boca.
– Me estoy dando cuenta de que me gustan muchas cosas de ti.
Yo sonreí.
– Parece que eso te sorprende.
Él volvió a mirarme a los ojos.
– Es cierto, me sorprende.
– No tiene por qué. Lo que ves es lo que soy realmente.
Antes de que él pudiera iniciar una conversación que Alanna no habría aprobado, yo lo atraje hacia mí y lo besé.
Me pregunté si alguna vez me acostumbraría a su contacto. Era como de calor líquido. A medida que él exploraba mi boca, mi mente se trasladó a otros lugares de mi cuerpo, lugares que también me gustaría que explorara. Se me puso la carne de gallina y gemí contra sus labios.
Entonces, él se apartó de mí. Sólo un poco, pero yo sentí la ausencia de su calor como un viento frío.
– ¿Por qué has parado?
– Tienes que dormir -respondió él, y me dio un golpecito en la nariz con el dedo-. Además, yo tengo que parar esto antes de que se me olvide que no puedo permitirme cambiar de forma esta noche.
Bajó el dedo desde mi nariz, y comenzó a dibujar la forma de mis labios. Aquello también me produjo un escalofrío.
Atrapé su dedo entre los dientes y se lo mordí con delicadeza. Me sentí gratificada al notar que él tomaba aire bruscamente. Liberé su dedo con un beso.
– Es un rollo.
– ¿Qué es un rollo?
– Un rollo es que no puedas cambiar de forma esta noche.
– Un rollo es algo malo.
Nos sonreímos el uno al otro, como adolescentes.
Yo me acurruqué contra él, y su calor me envolvió.
– Intenta dormir -susurró contra mi pelo.
– Se me ocurren otras cosas que preferiría estar haciendo.
– Relájate y piensa en el sueño.
Читать дальше