– ¿Eso es humo?
– Sí, mi señora. Mirad, ya vuelven.
Yo vi a los centauros, iluminados ahora por las antorchas que portaban, justo fuera de las murallas del castillo. Mientras observaba, ellos lanzaron las antorchas hacia el interior del recinto, y el fuego anaranjado se reflejó en su pelaje. Vi que los siete se alejaban lentamente del castillo, caminando hacia atrás, y que inclinaban las cabezas al unísono para despedirse de los muertos. Después se volvieron como uno solo, y galoparon hacia nosotros.
Sentí un aleteo en el corazón cuando ClanFintan se acercó a mí. Tenía una expresión seria, como el resto de los centauros, pero sus ojos buscaron los míos, y juro que sentí el calor de su mirada mientras él recorría la distancia que nos separaba.
– Rhiannon, marchémonos de este lugar.
Me ofreció el brazo para que me agarrara. Los centauros apenas se detuvieron mientras él me alzaba hacia su lomo. Nos dirigimos hacia el pinar. Volví la cabeza hacia atrás y miré al castillo. El humo ascendía hacia el cielo y las llamas estaban ya devorando la muralla.
– Descansaremos en el establo que hay cerca del riachuelo.
El sonido de su voz hizo que volviera a girar la cabeza y me agarrara a sus hombros, a medida que él aceleraba el paso. Yo recordaba vagamente un establo que habíamos dejado atrás, justo antes de salir de la carretera y adentrarnos en el bosque.
No había oscurecido del todo cuando salimos de entre los árboles y cruzamos una corriente bastante profunda que se adentraba en el bosque, cerca del establo. ClanFintan me depositó suavemente en el suelo y Dougal abrió la puerta. Asomé la cabeza al interior, y distinguí montones de algo que olía como el heno recién cortado, un olor muy agradable. Sin embargo, yo sabía por experiencia que a las serpientes también les gustaba el olor del heno, como a los ratones y a las ratas, así que permanecí fuera del establo mientras Connor encendía una buena hoguera. Observé a los otros centauros mientras montaban el campamento y me di cuenta de que aquella noche estaban mucho más callados. Además…
– ¡ClanFintan!
Él se volvió rápidamente hacia mí, con una expresión de preocupación.
– Faltan dos de tus centauros -dije.
Entonces él sonrió.
– Han ido a cazar nuestra cena. Volverán pronto.
Los demás centauros también sonrieron, lo cual contribuyó a aumentar mi sensación de estupidez. Aunque, por lo menos todavía eran capaces de sonreír.
– Eh… ya lo sabía.
Inhalé profundamente el aire nocturno y percibí un olor decididamente apestoso. Volví a olisquear. Era yo. Olfateé en dirección a ClanFintan. Y él.
– ¡Huelo mal!
ClanFintan me miró con asombro y oí varias carcajadas de los centauros.
– Creo que el río forma un remanso a poca distancia de aquí. Si eres capaz de soportar el frío, podrás asearte allí.
– Asearme no, demonios, necesito un buen baño -respondí, y volví a olisquear en dirección a él-. Y no soy la única.
En aquella ocasión, Dougal se echó a reír sin disimulo.
– No me refiero sólo a él -dije mirando significativamente al centauro, que se ruborizó. Entonces fue ClanFintan quien se echó a reír. Eso terminó de decidirme.
– Toma una manta y ven conmigo -le dije, y eché a caminar con decisión hacia el río. No oí que me siguiera, así que me detuve y lo miré-. No querrás que me vaya sola en mitad de la noche a bañarme al río, ¿verdad?
Él siguió inmóvil, con una expresión confusa e impotente. Como un hombre.
– ¿Acaso no has jurado que me protegerías?
Aparentemente, eso debió de convencerlo, porque tomó una manta de las manos de uno de los centauros y comenzó a caminar detrás de mí. Yo decidí comportarme un poco como Rhiannon y me volví hacia el resto de la manada.
– Sería muy agradable tener una comida caliente esperándome cuando termine el baño -después les guiñé un ojo y sonreí-. Algo me dice que voy a necesitarla.
Me dirigí hacia el río, deleitándome con el sonido de su risa.
– ¿Dónde estaba ese remanso? -le pregunté. Como de costumbre, no tenía ni idea de adónde iba.
– Un poco más abajo. He visto una pequeña presa de castor por allí.
Señaló un montículo de ramas que abarcaba casi toda la corriente.
Y tenía razón. Había un remanso muy agradable al otro lado de la presa. Nos acercamos hasta la orilla del agua y nos detuvimos. Había oscurecido por completo y la luz de las hogueras de los centauros irradiaba un brillo inquietante alrededor del establo. La luz no nos llegaba, en realidad, pero se reflejaba en la superficie del agua y ayudaba a paliar la oscuridad. Yo veía el remanso con claridad.
– Eh… -carraspeé, y me di cuenta de que ClanFintan me estaba mirando-. El agua va a estar muy fría.
– Sí, creo que sí -respondió él en tono de diversión.
– No seas tan listillo. Tú también hueles mal. Y yo tengo que montarte, lo cual significa que tú también vas a bañarte.
– Oh.
Nos quedamos en silencio de nuevo. Dios, aquello era ridículo. Después de todo, aquel centauro era mi marido. Además, ya me había visto lo suficiente como para que no hubiera azoramiento. Lo miré, y me di cuenta de que él también me estaba mirando a mí. De nuevo. Respiré profundamente y me recordé que yo nunca había sido tímida. Entonces, comencé a quitarme las botas. Acto seguido me solté el pelo, me desabroché los pantalones, me los quité y los dejé sobre una roca grande y plana mientras intentaba decidir si me quedaba con el tanga puesto o no. Opté por no hacerlo y me quité el pequeño triángulo de tela. Sin mirar a ClanFintan, intenté deshacer el mundo de las cintas que me sujetaban el peto por la espalda, y entonces oí que él se movía detrás de mí.
– Permíteme que lo haga yo.
Su voz era grave. Tenía aquel tono aterciopelado y sensual que yo deseaba oír. Sus dedos reemplazaron a los míos y sentí su calor único a través del cuero suave. Pronto, los nudos estuvieron deshechos, y yo pude sacarme el peto por la cabeza.
Cuando mis pies tocaron el agua, olvidé cualquier pensamiento de pudor.
– ¡Dios mío! ¡Está congelada!
Oí una risotada.
No me permití vacilar, porque sabía que me rendiría, así que entré en el remanso. El fondo era de guijarros pequeños y suaves, así que no me cortaban los pies. Respiré profundamente y me hundí en el agua hasta los hombros.
Aunque estaba tiritando, descubrí que bajo el agua no se estaba tan mal. Sobre todo, teniendo en cuenta que así ocultaba la vista de mi cuerpo desnudo a los ojos de ClanFintan. Me volví hacia el centauro; su rostro estaba entre las sombras, pero vi el blanco de sus dientes cuando me sonrió.
– Ojalá tuviera jabón. Me vendría bien lavarme el pelo.
Él se acercó a la orilla y se puso a rebuscar en el suelo, cerca de sus cascos. De repente elevó una pata y pisoteó varias veces una piedra negra y plana.
– ¿Te servirá esto? -me preguntó, y señaló el suelo, que estaba cubierto de unos trozos de piedra arenosa y muchas burbujas de jabón.
No me moví. Que yo supiera, en Oklahoma no había ninguna piedra que sirviera de jabón. Estaba desconcertada. Otra vez.
– Sé que no está perfumado ni procesado, pero el jabón de arena funciona muy bien, incluso en su forma natural.
Tonta de mí.
– Eh… por supuesto. Pero voy a congelarme si me pongo en pie. ¿Te importaría traerme un puñado?
ClanFintan se inclinó para tomar un puñado de aquella arena jabonosa.
– Será mejor que te quites el chaleco -dije yo, con una sonrisa burlona-. Te vas a mojar.
No creo que nunca haya visto a un hombre quitarse la camisa o el chaleco tan rápidamente. En un instante, entró en el remanso chapoteando y avanzó por el agua hacia mí, con las manos llenas de burbujas y arena. Cuando llegó a mi lado, me ofreció el jabón, y yo, con agradecimiento, tomé un puñado. Después comencé a enjabonarme los brazos, las axilas, y, bueno, otras partes. Tuve que alzarme un poco en el agua para llegar a aquellas otras partes. Intenté mantenerme de espaldas a él porque se había quedado inmóvil, observándome, frotándose suavemente el pecho con algo de arena. Pecho que era muy musculoso, muy ancho, y en aquel momento estaba muy desnudo. Era una buena cosa que el agua estuviera tan fría; de repente yo había empezado a sentir calor.
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