– Oh, por supuesto. Debería haberme dado cuenta antes.
Poco a poco disminuyó la marcha, y fue acercándose a la corriente. Se volvió hacia sus centauros:
– Vamos a hacer una… paradita -les dijo, sonriéndome.
Nos detuvimos en la orilla. ClanFintan giró la cintura y me pasó el brazo por la cintura, levantándome con facilidad de la montura. Cuando mis pies tocaron el suelo, me sentí humillada, porque noté que no me obedecían y tuve que aferrarme al brazo de ClanFintan. Él entendió rápidamente lo que me ocurría, y me agarró con firmeza.
– Lo siento. Creo que se me han dormido los pies -dije.
– No tenéis por qué disculparos. No os habéis quejado, así que yo seguí con la marcha -respondió él con preocupación-. Debería haber prestado más atención a vuestras necesidades. Vamos, sentaos en este tronco.
Él me alzó y me sentó sobre un árbol caído, y después me quitó las botas con facilidad. Después, comenzando por el pie derecho, empezó a masajearme y frotarme desde la planta hasta la pantorrilla, y después hacia los dedos.
Se me escapó un gemido.
– ¿Demasiado fuerte? -preguntó, mirándome.
– Shh, no hables -sí, era de hora de tutearlo y dejar de fingir los modales de aquella bruja-. Mi pierna está teniendo una experiencia profunda y llena de significado con tus manos. No los interrumpamos.
Él se echó a reír.
– ¿Notáis algo en el pie?
– Estoy notando un montón de cosas. ¿A qué te refieres?
Él sonrió y cambió a la otra pierna.
– Mmm. Se te da muy bien -le dije-. Gracias.
Una vez que hube mostrado mi agradecimiento por sus cuidados, comencé a pensar en la recompensa, cuando él me dio una palmada firme en la pantorrilla, lo que me sacó bruscamente de mi sueño clasificado X.
– Creo que ahora podréis andar -dijo.
Me bajó del tronco del árbol y me colocó junto a él. Tenía razón; mis pies estaban mucho mejor. Sin embargo, durante un instante pensé en fingir lo contrario.
– Sí, ya puedo andar -le dije-. Sin embargo, antes de ponerme las botas de nuevo, ¿tenemos tiempo para que me moje los pies en el río?
– Unos instantes, lady Rhiannon. Quiero que tengamos a la vista el Castillo de MacCallan hoy, antes del atardecer.
– ¿Vamos a llegar pronto? -pregunté, y al recordar lo que íbamos a encontrar allí, se me formó un nudo en el estómago.
– Podéis quedaros aquí, y dejar que yo me ocupe de lo que haya que hacer en el castillo -me dijo él con gentileza.
– Gracias, pero no. Se trata de mi padre. Es mi responsabilidad, y tengo que ver por mí misma lo que le ocurrió.
– Lo entiendo, y estaré con vos.
Estiró el brazo lentamente, casi con reticencia, y me tomó de la mano.
– Me alegro de que estés conmigo. Pero ahora necesito un poco de intimidad para… bueno, ya sabes.
Él sonrió y me apretó la mano antes de soltármela.
– Estaré cerca por si me necesitáis.
– Estoy segura de que moriría antes… -murmuré mientras me alejaba hacia unos arbustos cercanos, con cuidado de no pincharme los pies descalzos.
Cuando terminé, me uní a los chicos junto a la orilla y me agaché para tomar unos sorbos de agua clara y helada, y me lavé la cara. Uno de los centauros, un joven muy atractivo de pelaje caoba, se acercó a mí y, con una sonrisa tímida, me entregó algo que parecía un pedazo de cecina.
– Gracias -le dije con una sonrisa enorme, agradeciendo que no fueran herbívoros.
– De nada, mi señora -respondió, y se ruborizó dulcemente antes de irse de nuevo hacia sus compañeros, que ya estaban formando y preparándose para la marcha.
Yo me metí un extremo de la cecina entre los dientes y me puse las botas, y después me acerqué a ClanFintan. Él también estaba comiendo un poco de cecina, mientras se aseguraba de que la silla estuviera bien segura en su espalda.
– Bueno, estoy lista -dije.
Alcé los brazos, y él me subió a la silla en un abrir y cerrar de ojos. Pronto estuvimos al galope.
El resto del día siguió el mismo patrón. Viajábamos hasta que yo no sentía los pies, o hasta que tenía que orinar nuevamente. Entonces, se lo decía a ClanFintan, y hacíamos un pequeño descanso.
Aparte de una pequeña capa de sudor en la piel, los centauros no mostraban síntomas de cansancio. Yo me avergonzaba de mi agotamiento, así que reprimía las ganas de lloriquear.
Cuando me di cuenta de que hacía tiempo que no veía a más viajeros por la carretera, también noté que el sol estaba empezando a bajar hacia el horizonte. Respiré profundamente y percibí el olor a sal y a agua en el aire fresco. A nuestra derecha, vi que los viñedos habían dejado paso al bosque, y supe que nos estábamos acercando al castillo por el este.
– Ya casi hemos llegado.
Mi voz sonó mucho más calmada de lo que yo me sentía.
– Sí -respondió él, y aminoró el paso a un trote suave-. Vos dijisteis que las criaturas llegaron por la parte noreste del bosque, ¿no es así?
– Sí -susurré al recordar todo lo que había visto en mi sueño.
– Entonces, lo rodearemos y entraremos desde el suroeste. Si todavía están en el castillo, quizá los deslumbre el sol de poniente, y eso oculte nuestra llegada.
ClanFintan les indicó a sus centauros que lo siguieran por el camino, y nos encaminamos hacia el sol. El olor a sal se intensificó, y pronto oímos el sonido del mar chocando contra la costa rocosa. Los robles y arces silenciosos fueron seguidos de pinos susurrantes, y me sorprendió percibir el olor a Navidad mezclado con la sal, y con algo más… algo que no conseguía identificar. Una fragancia extraña, pegajosa. Y, cuando los árboles dieron paso a las rocas, nos detuvimos. La costa se expandía ante nosotros hasta donde alcanzaba la vista, y al norte, el castillo aparecía erguido como un guardián pétreo, peligrosamente cerca del acantilado.
El sol iluminaba la fachada oeste del castillo, y convertía la piedra gris en plata resplandeciente. Se me cortó la respiración y tuve un súbito arrebato de emoción. Si hubiera nacido en aquel mundo, me habría criado en aquel castillo asombroso. Parpadeé y me dije que era el viento lo que me había llenado los ojos de lágrimas.
– Mi señor, mirad allí, en el terreno que rodea la entrada oeste -dijo uno de los centauros, en un tono adusto. Yo entorné los ojos y seguí la dirección que indicaba con el dedo. Había montones de escombros esparcidos en el exterior de la muralla, como si fueran sacos de grano o balas de heno o…
– Oh, Dios mío. Son cadáveres -dije con la voz temblorosa, y entendí qué era aquel olor indescriptible.
– Dougal, ve a ver si hay algún movimiento.
El centauro de pelaje blanco asintió y desapareció en el bosque.
– Connor, ve con él.
El centauro de color rojizo siguió a su compañero hacia el bosque, y desapareció también.
Después, ClanFintan se giró hacia mí.
– Lady Rhiannon, vos habéis dicho que esa noche percibisteis la presencia del mal antes de ver a las criaturas. ¿Sentís ahora lo mismo?
Yo miré fijamente hacia el castillo e intenté calmarme.
– No, no siento nada como lo de aquella noche.
– ¿Estáis segura, mi señora?
Cerré los ojos y me concentré. Después de unos instantes, respondí:
– Sí, estoy segura. Esa sensación es inconfundible, y ahora no la tengo.
Yo tenía las manos sobre sus hombros, y él me las apretó suavemente.
– Bien -dijo. Después se volvió hacia Dougal y Connor, que acababan de volver junto a nosotros-. Informad.
– Salvo por la presencia de los pájaros carroñeros, no hay movimiento. Y no hemos detectado tampoco olor a fuego -dijo Dougal.
– Lady Rhiannon no siente la presencia de las criaturas. Creo que podemos entrar en el castillo con seguridad -dijo ClanFintan, y se giró de nuevo hacia mí-: Señora, no tenéis por qué entrar al castillo. Si esperáis aquí, os traeré noticias de vuestro padre. Podéis confiar en que le rendiré todos los honores que se merece.
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