– Todos nosotros daríamos nuestra vida por ella, o por vos.
Verdaderamente, lo decía muy serio. Yo no quería que nadie muriera por mi yegua ni por mí, pero su declaración me puso la carne de gallina, e hizo que recordara a John Wayne mientras dirigía a sus marines hacia el peligro.
No supe qué decir. Otra vez. Mis estudiantes estarían entusiasmados ante el hecho de que yo me hubiera quedado sin palabras dos veces en tan corto periodo de tiempo.
Me limité a asentir, y me acerqué a despedirme de Epi. Le di un beso rápido en el hocico y le dije:
– Pórtate bien mientras yo no esté.
Ella me pasó el hocico por el pelo un instante, y después volvió a pacer con satisfacción. Yo me sentí como una madre cuyo hijo de dos años se queda encantado en la guardería sin ella.
– ¿Lady Rhiannon? -la voz de ClanFintan tenía un matiz de impaciencia.
– Ya voy -dije.
Los centauros habían estado muy ocupados mientras yo dormía. Los ocho que venían con nosotros ya lo habían recogido y cargado todo, y estaban listos para partir. Creo que la noche anterior estaba demasiado oscuro como para que me diera cuenta de que cada uno llevaba un par de alforjas grandes en los costados, además de unas espadas típicas escocesas con aspecto de ser muy peligrosas, atadas a la espalda. Era desconcertante. De todos modos, la comida y las mantas habían salido de aquellas alforjas, y yo me pregunté qué otras cosas ricas habría dentro. ClanFintan estaba un poco apartado del resto del grupo, con el torso girado, mientras se ataba mi silla al lomo. Yo terminé mi desayuno de un bocado rápido.
Bueno, lo mejor era tomar al toro por los cuernos. Por decirlo de algún modo.
Al oír que yo me acercaba, él terminó de asegurar la cincha y sacó el estribo.
– ¿Lista?
– Claro.
Él se dispuso a ayudarme a montar, agarrándome firmemente del codo izquierdo.
– A la de tres… Uno… Dos… ¡Tres!
Y me alzó. En realidad, estuvo a punto de tirarme al otro lado. Era mucho más fuerte de lo que yo había pensado, o quizá yo fuera más ligera de lo que él pensaba, porque tuve que agarrarme a sus hombros para no caer.
– Oooof -dije con elegancia.
– Oh, lo siento -respondió él, aunque no parecía que lo sintiera mucho.
– Eh, no os preocupéis. No todos los caballos pueden ser tan fáciles de montar como Epi.
– Quizá os sorprendáis -dijo él, en tono burlón.
Yo me ocupé metiendo los pies por los estribos y fingí que no lo había oído. Me pareció oír que se reía suavemente.
– Entonces, ¿tengo que espolearos o chasquear con la lengua, o hacer algo para que os pongáis en marcha?
– Sólo debéis agarraros con fuerza a mí, y yo me ocuparé de lo demás.
Me despedí de Epi agitando la mano mientras él empezaba a caminar. Los demás centauros nos siguieron. Para hacer las maniobras de subida por la ribera hacia el camino, busqué unas riendas inexistentes. Aquello me recordó el primer dilema de montar a caballo sobre mi marido.
– Eh… ¿y a qué debo agarrarme, exactamente?
Él sonrió por encima de su hombro, mirando hacia atrás. Se lo estaba pasando muy bien con todo aquello.
– Poned las manos sobre mis hombros, o agarrad mi cintura. Lo que os resulte más cómodo.
Yo le tiré de la coleta.
– ¿Y qué os parece si me agarro de aquí?
Oí risitas ahogadas de los centauros que estaban más cerca de nosotros.
– Preferiría que no lo hicierais.
– No hay problema -respondí.
Una vez que subimos al camino, él comenzó un trote rápido. Yo apoyé las manos en sus hombros, disfrutando de la sensación que me producía el tocar sus músculos fuertes. Su paso era suave, confortable para el jinete, y yo me relajé y me deleité con la velocidad a la que recorríamos el bosque.
Me incliné hacia delante y le hablé al oído.
– ¿Cuánto tiempo podéis aguantar este ritmo?
– Un buen rato.
Me incliné un poco más hacia su oído, y apoyé contra su espalda las puntas de mis pechos. Para eso era mi marido.
– Esto habría agotado a Epi en menos de una hora.
Me encantó ver que a él se le ponía el vello de los brazos de punta cuando mi respiración le acarició el oído. O quizá fuera porque le estaba haciendo cosquillas en la espalda. Vaya, era muy sensible.
– Los centauros tenemos más resistencia que un caballo… o que un hombre.
Su voz se había hecho más grave, y yo noté una ráfaga de placer, como una corriente eléctrica, por la espalda.
– Me alegro de saberlo -le susurré al oído, y le apreté los hombros.
Decididamente, Rhiannon era tonta.
No tomamos el pequeño sendero que yo había estado siguiendo. En vez de eso, ClanFintan se alejó del río y atravesó los árboles hasta que llegamos a una carretera bien trazada. Al poco tiempo nos encontramos con una bifurcación, y tomamos el ramal del noroeste, que nos alejaba más del río. Aquélla debía de ser una ruta más rápida; por increíble que pudiera parecer, los centauros aprovecharon las buenas condiciones del camino y aceleraron la velocidad. ClanFintan y sus compañeros no se cansaban a medida que, con su galope, devoraban la distancia que nos separaba del castillo. El hecho de haber tenido que buscarme debía de haberlos retrasado.
Había bastante tráfico en aquella carretera, pero todos se dirigían hacia el lugar del que nosotros proveníamos. Los grupos de viajeros eran sobre todo familias grandes; las mujeres iban en carretas y los hombres caminaban o montaban a caballo a su lado, normalmente, acompañados por algunos animales de granja. Me di cuenta de que era gente próspera y bien arreglada, no como yo me hubiera imaginado que eran los campesinos. No estaban esmirriados, ni tenían los dientes podridos, ni su pelo estaba sucio y lleno de parásitos. Eran gente muy atractiva, casi tan guapos como magníficos eran sus caballos.
Sin poder evitarlo, me sentí un poco pagada de mí misma al recordar que mi Epi sobresalía incluso entre aquellos maravillosos caballos. En realidad, también ClanFintan sobresalía, pero él no entraba estrictamente en la categoría de «caballo», así que no podía sentir engreimiento por eso.
Me había preguntado, antes de que nos cruzáramos con alguien, si me reconocerían. Pronto tuve la respuesta. La primera familia con la que nos cruzamos comenzó a saludar amablemente a los centauros, pero se detuvieron en cuanto me vieron a mí. La cortesía de su saludo se transformó en euforia.
– ¡Es Epona!
La madre, que iba conduciendo una carreta llena de niños adorables y bolsas de provisiones, me vio la primera. Sus hijos comenzaron a saludar con entusiasmo.
– ¡Epona!
– ¡Bendita seáis, lady Rhiannon!
Yo sonreí y les devolví los saludos agitando la mano con suavidad, sintiéndome tan tonta como Miss América de gira. Supongo que los fieles de Rhiannon no estaban al corriente de lo bruja que era. Mejor para mí. Y las cosas fueron parecidas durante toda la mañana. Los centauros siguieron galopando a un ritmo asombroso, y no dejaron de pasar viajeros en dirección al Templo de Epona.
El paisaje era precioso, verde, fértil y próspero. Había viñedos, cereales y granjas. Las praderas estaban salpicadas de flores y había pequeños riachuelos que regaban los campos. En resumen, era una tierra de la que cualquiera estaría orgulloso.
A media mañana vi un precioso arbusto cerca de otro riachuelo que atravesaba nuestro camino.
– ¿Podríamos hacer una paradita para recargar energías y… bueno, para ocuparnos de las cosas necesarias de la naturaleza? -le pregunté a ClanFintan, inclinándome de nuevo hacia su cuerpo.
Él tenía los brazos cubiertos por una fina capa de sudor, pero su respiración era normal. Estaba en muy buena forma.
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