P.C. Cast - En El Lugar De La Diosa

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La única emoción que esperaba Shannon Parker de las vacaciones de verano era hacer unas cuantas compras. Sin embargo, recibió la llamada de un ánfora antigua y se vio transportada a Partholon, donde todos la trataron como a una diosa. Una diosa muy temperamental…
Sin saber cómo, Shannon había adoptado el papel de otra, se había convertido en la encarnación de la diosa Epona. Y, aunque eso tenía una ventaja (¿a qué mujer no le gustaban los lujos?), también conllevaba un matrimonio ritual con un centauro y la amenaza de muerte a su nuevo pueblo. Además, todo el mundo la odiaba, porque pensaban que era una simple doble de su diosa.
Shannon tenía que averiguar cómo podía volver a Oklahoma sin morir en el intento, sin contraer matrimonio con un centauro y sin volverse loca…

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– Agárrate con fuerza, Rhiannon. Aquí el camino está muy empinado.

ClanFintan me agarró ambos brazos y me transmitió su fuerza y su calor, consiguiendo que me sintiera protegida y preciada, algo que no era muy común en la vida de Shannon Parker.

Y, demonios, de eso se trataba. Era aquel endemoniado caballo, hombre o lo que fuera. Y Alanna. Y Dougal, y Connor. Y mi padre, o más bien el padre de Rhiannon, que había muerto antes de la que debería haber sido su hora.

Aquel mundo se estaba convirtiendo en mi mundo. Cerré los ojos y escondí la cara en el hombro de mi marido, y me di cuenta de que una parte de mí ya había echado raíces en aquel lugar.

Maldita fuera Rhiannon y malditos sus tejemanejes. ¿Por qué no podía haberme casado con un abogado agradable y haber criado un par de hijos en un barrio tranquilo de las afueras?

En vez de eso, me veía en aquel extraño mundo, en el que había un centauro por el que yo sentía atracción, unas criaturas que aterrorizaban a la civilización, y en el que tenía el trasero extremadamente dolorido y las piernas entumecidas, además de las axilas sin desodorante.

Como dirían sucintamente mis estudiantes… «¡Vaya un rollo!».

Capítulo 13

Los centauros sólo se detuvieron a beber durante las horas siguientes. Yo había vuelto a quedarme sin fuerzas, y tenía que luchar por mantenerme erguida. Afortunadamente, veía el reflejo del sol de poniente en el río, que estaba a nuestra derecha. Eso significaba que estábamos muy cerca del templo. Entonces, ClanFintan elevó el brazo para saludar a alguien que había a un lado de la carretera.

– ¿Quién era? -pregunté yo.

– Otro centinela -dijo él.

– Oh… eh… ¿es que ha habido más?

– Por supuesto. Durante las últimas horas hemos saludado periódicamente a quienes enviamos a mantener la vigilancia.

– Eso ha sido una buena idea.

Él soltó un resoplido, y yo cerré la boca. Si no me fallaba la memoria, Epona había sido la diosa de las legiones romanas, además de una diosa celta, y era adorada como deidad de los guerreros. Me pregunté si Rhiannon habría recibido adiestramiento en el arte de la guerra.

Quizá eso le sirviera de ayuda en mi clase del instituto. Quizá.

Los poderosos músculos de ClanFintan se tensaron cuando la carretera emprendió un ascenso gradual. Después giró bruscamente a la izquierda, y ante nosotros apareció el templo. ClanFintan se detuvo bruscamente, y Dougal y Connor hicieron lo mismo, intentando recuperar el aliento. Mis ojos se bebieron el templo y el terreno que lo circundaba como los caballos sedientos bebían el agua. La maravillosa muralla de mármol que rodeaba las edificaciones ofrecía su blancura a la mirada bajo la luz del día, y resultaba impresionante. El río rodeaba el templo por el sureste, y las tierras que había a sus pies estaban llenas de viñedos, ya cargados de frutos oscuros.

Sin embargo, había una diferencia entre el paisaje que se extendía ante mí en aquel momento y el que yo había visto cuando salí de allí: había gente, humanos y centauros. Estaban acampados alrededor de la muralla. La brisa agitaba suavemente la tela de las tiendas que habían montado. Hombres y mujeres estaban atendiendo las necesidades de su existencia con eficiencia, vigilando a los animales y a los niños, hablando, cocinando. Era como si me viera en medio de una feria medieval.

Entonces, oí un grito desde muy cerca de nosotros, que se repitió una y otra vez. Todas las cabezas se giraron hacia nosotros, y todo el mundo comenzó a elevar las manos para hacernos un saludo de bienvenida.

– ¿Avanzamos? -ClanFintan miró a sus dos compañeros, y después los tres me miraron a mí.

Tardé un instante en darme cuenta de que estaban esperando a que les diera permiso.

– ¡Oh, sí! Sí, vamos.

ClanFintan se puso a un medio galope animado, como si momentos antes los muchachos y él no hubieran estado intentando recuperar fuerzas. Los hombres, qué monos son. Aunque tuvieran la parte trasera de caballo, se comportaban como hombres al cien por cien.

A medida que nos acercábamos a la gente, ellos se adelantaron para saludarnos, y yo me recordé que era el centro de atención. Entonces comencé a saludar con la cabeza alta y una sonrisa.

– ¡Epona!

– ¡Salve la Amada de Epona!

– ¡Bienvenida a casa, Encarnación de la Diosa!

– ¡Amada de Epona, bendícenos!

Yo seguí saludando. Gracias a Dios que he visto muchos programas especiales sobre la familia real en la PBS.

Al poco tiempo llegamos a las puertas de la muralla y a la entrada del templo. Allí entre las sombras, Alanna esperaba nuestra aparición. Me alegré muchísimo de verla. Estaba vestida con una cosa vaporosa de color amarillo y tenía las manos recatadamente colocadas ante sí. Mi impaciencia por desmontar debió de hacerse patente en mi forma de montar, porque ClanFintan me ayudó rápidamente. Yo asentí y sonreí a mis adoradores y me acerqué a Alanna. Me di cuenta de que ClanFintan y los chicos se habían vuelto hacia la multitud para cortarles el paso y dejar que yo pudiera entrar en casa. Le estaba asegurando a la gente que yo estaba bien, sólo cansada, que volvería a bendecirlos a primera hora de la mañana, bla, bla, bla…

Yo me olvidé de la reticencia de Alanna y la abracé con fuerza.

– ¡Me alegro mucho de verte!

– Yo también me alegro de que estéis bien, mi señora -dijo ella en tono servil, y yo noté que estaba tensa.

Bajé los brazos y ella me hizo una reverencia. Después me precedió por la entrada. En vez de pasar al patio ajardinado que había frente a nosotras, ella giró y abrió una puerta pequeña, sin decorar. Dentro estaban los dos guardias tan escasamente vestidos que yo recordaba bien.

Antes de seguirla, me volví hacia ClanFintan.

Él me sonrió.

– Descansa y refréscate. Yo iré a que mis guerreros me informen de lo que ha ocurrido durante el tiempo que hemos estado fuera, y me reuniré contigo más tarde… -hizo una pausa y añadió-: En tu habitación.

Su voz se había hecho grave, ronca. Creo que yo me ruboricé.

– Si es eso lo que deseáis, mi señora.

Nos miramos a los ojos, y de repente, a mí me costaba respirar. Olvidé lo cansada que estaba. Olvidé lo sucia y maloliente que estaba. Sólo podía pensar en su pecho cálido y en su boca contra la mía.

– ¿Mi señora? -la voz de Alanna rompió el hechizo.

– Oh… eh… ya voy -le dije a ella, y después le hice un guiño a ClanFintan-. Sí, eso es exactamente lo que deseo.

Él me lanzó una sonrisa sexy, y yo se la devolví. Después, me apresuré a seguir a Alanna, antes de hacer alguna tontería en público, como morder a mi marido.

El guardia cerró la puerta secreta, y yo seguí a Alanna por un pasillo que me resultaba familiar.

– Por aquí, señora -dijo.

Torcimos la esquina y vi la puerta de mi habitación, flaqueada por otros dos guardias monumentales. Les sonreí cuando ellos me saludaron, y les di las gracias antes de que cerraran después de mi paso.

– ¡Oh, Dios mío, estoy impaciente por contártelo todo! -exclamé, y seguí a Alanna mientras ella rebuscaba en mis armarios y sacaba telas vaporosas y escasas.

– Sí, mi señora.

– Bueno, fue horrible… y maravilloso -dije, y sonreí, pero después me sentí desconcertada, porque ella no me devolvió la sonrisa-. Encontramos a mi padre… al padre de Rhiannon. Eso fue espantoso. Habían muerto todos. Nunca había visto nada semejante. Los quemamos. Espero que sea lo que hubiera querido mi padre.

– Estoy segura de que su espíritu lo entenderá.

– ¿Lo crees de veras?

– Sí, mi señora -dijo ella, y siguió rebuscando cosas en el armario.

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