– Siento que hayas tenido que ver el horror de lo que sucedió en el Castillo de MacCallan -me dijo con tristeza.
– Tenía que ir. No quería hacerlo, pero necesitaba ir.
– Sí. Me alegro de que ClanFintan te acompañara.
– No sé lo que habría hecho sin él -dije. De repente, recordé algo que me sobresaltó-. ¡Epi! Ni siquiera he preguntado si ha vuelto a casa sana y salva.
Alanna frunció el ceño con confusión, y después su expresión se aclaró.
– La Elegida. La yegua de lady Rhiannon. Sí, los centauros de ClanFintan la escoltaron hasta casa. Está descansando plácidamente en el establo.
– ¿Se le ha curado el casco?
– No parecía que tuviera nada malo cuando yo la vi -me dijo ella con una sonrisa-. Entonces, ¿os habéis hecho amigas?
– Es estupenda, y a mí siempre me han encantado los caballos.
– Teniendo en cuenta tu nueva situación, ésa es una coincidencia muy afortunada.
– Cierto.
Las dos nos quedamos calladas, pensativas, sopesando las dimensiones a ambos lados de un espejo, las diosas de los equinos, el sexo con los centauros…
– Me gusta de verdad.
Alanna me miró con un pestañeo. Inocentemente.
– ¿Quién, mi señora?
– Que no me llames así… -dije, y le salpiqué con un poco de agua. Ella se rió-. Ya sabes quién. El señor Alto, Moreno y Equino.
– ¿Ya no te disgusta tener que pasar la noche con él? -me preguntó.
– No soy capaz de quitarle las manos de encima -dije, y creo que me ruboricé.
– Ahora hablas igual que lady Rhiannon -dijo Alanna, y se tapó la boca con las manos para ahogar una risita.
– Y tú hablas igual que Suzanna -dije yo, y nos reímos juntas-. Oh, vaya, eso me recuerda que él iba a ir a mi habitación para darme un informe. Por favor, ayúdame a elegir algo maravilloso que ponerme.
Alanna se levantó de un salto y tomó una toalla gruesa en la que yo me envolví rápidamente. Me senté en el tocador, y comenzamos a secar mi pelo.
– Y tenemos el problema de esas criaturas espantosas -dije, y nuestros ojos se encontraron en el espejo-. Oh, Alanna, tuve otro de esos sueños. Las criaturas han apresado a todas las mujeres del castillo. Vi cómo una criatura recién nacida salía del cuerpo de una de ellas, rasgándole la carne y la piel -expliqué con un escalofrío, y Alanna abrió mucho los ojos y me tomó de las manos-. Dime que los centauros son fuertes y pueden matar a esas criaturas. Sé tan poco de este mundo… ¿Tengo yo un ejército, o algo parecido? ¿O los soldados de Rhiannon sólo son chicos para pasarlo bien?
– Los centauros son guerreros muy poderosos -dijo ella con firmeza-. Y lady Rhiannon elige a sus guardias por su capacidad para la lucha, aparte de sus otras habilidades y… sus otros atributos.
Yo le apreté las manos y me volví hacia el espejo.
– Por lo menos es una viciosa inteligente.
Alanna sonrió.
– Hablando de ser inteligente… Me siento como una idiota, porque no conozco nada de este mundo. ¿No tiene Rhiannon un mapa, o algo que puedas mostrarme? Ni siquiera sabía lo que era el Castillo de la Guardia. ClanFintan debe de pensar que soy tonta.
– Sí, hay un mapa de Partholon en tu habitación -me dijo ella. Después me preguntó-: ¿Sabes que tienes que realizar una ceremonia de bendición para todo el mundo, mañana por la mañana?
– Se me había olvidado -respondí. Estupendo, como si no tuviera ya suficientes preocupaciones-. ¿No puedes ocupar tú mi lugar?
Alanna se quedó horrorizada.
– ¡No! Tú no eres lady Rhiannon, pero de todos modos eres la Amada de Epona, y nuestra Suma Sacerdotisa.
Yo abrí la boca para interrumpirla.
– Tienes el Sueño Mágico. Sólo eso es prueba del favor de Epona.
Intenté de nuevo abrir la boca.
– Y la yegua te quiere y te acepta.
Cerré la boca.
– Eres la Amada de Epona, y la líder espiritual de la gente. Ellos cuentan contigo, tanto como los estudiantes contaban contigo en tu antiguo mundo. No puedo creer que vayas a fallarles.
Me puse a pensar. Quizá pudiera recordar una breve bendición para el día siguiente, que hiciera hincapié en los sentimientos celtas. Yeats siempre fue uno de mis favoritos, y entre Shakespeare y él, y algún otro a quien pudiera plagiar, quizá encontrara suficiente material como para salir del paso. Comencé a repasar poesías y soliloquios…
– Alza la cabeza, Rhea. Deja que termine tus ojos.
Yo parpadeé y obedecí, vagamente sorprendida al darme cuenta de que, mientras yo estaba ensayando mentalmente, ella me había transformado en Cenicienta antes del baile. Terminó de maquillarme los ojos y me entregó un tarro de brillo para los labios. Después, me mostró dos paños insignificantes de seda para que los inspeccionara.
– ¿Tienes alguna preferencia?
– Sí -dije, y tragué saliva-. Me gustaría dejar algo para su imaginación.
Ella se echó a reír.
– ¡Dices unas cosas muy raras!
– Me parece que me gusta el verde con el ribete dorado.
El otro atuendo era de una tela blanca demasiado transparente para mi gusto.
– El verde le va muy bien a tus ojos -dijo ella, asintiendo.
Alanna me ayudó a vestirme rápidamente, envolviéndome en la seda.
– Ese diseño dorado es muy bonito -dije-. ¿Qué es?
Alanna estaba sujetando el broche en la boca, y me respondió a través de los labios fruncidos.
– Calaveras, por supuesto.
– Por supuesto.
Debería habérmelo imaginado.
Finalmente, me prendió el broche en el vestido, sobre el hombro derecho, y me entregó un par de sandalias de color crema con un poco de tacón. Cuando me hube atado las cintas, Alanna terminó de colocarme los pliegues de seda del vestido y me observó atentamente. Asintió, como si estuviera satisfecha consigo misma, y se volvió hacia el tocador para abrir las tapas de unas cajas muy decoradas. Mientras ella removía el contenido, me di cuenta de que había destellos, y miré por encima de su hombro.
Las cajas estaban llenas de joyas.
– Oh, Dios mío, ¿todo eso me pertenece?
– Ahora sí -dijo ella.
– Supongo que a Rhiannon le daría un ataque de nervios si alguien tocara su botín.
– Más o menos -respondió Alanna con una sonrisa.
– Bueno, pues vamos a cargarme de joyas.
– Muy bien.
Como ya he mencionado, el gusto de Rhiannon era muy parecido al mío, y eso también sucedía en lo referente a la joyería. Tenía collares, broches y pendientes de diamantes, topacios y ámbar. Era como si alguien hubiera volcado allí varias bandejas de Tiffany’s.
Mientras intentaba no balbucear, conseguí decidir qué piezas quería ponerme: un collar de brillantes que descansó pesadamente entre mis pechos, casi desnudos, un par de pendientes de oro y perlas y un brazalete de diamantes enormes y redondos, unidos con eslabones de oro. Estiré el brazo y admiré el fuego de los brillantes. Eran maravillosos.
– Que no se te olvide esto -dijo Alanna, y me mostró una corona que ya había llevado antes.
Era una preciosidad, pero yo vacilé.
– ¿No crees que es demasiado?
– Rhiannon siempre la llevaba. Es signo de vuestra nobleza y condición. Sólo la Suma Sacerdotisa y Amada de Epona puede llevar esta corona.
Yo decidí seguir las indicaciones de mi instinto.
– Entonces, creo que la dejaremos aquí. Esta noche sólo quiero ser la Amada de ClanFintan -dije, y miré a Alanna con preocupación-. Sin embargo, no quiero enfadar a mi diosa. ¿Crees que a Epona le importará?
Alanna me dio un abrazo suave, tan parecido a los de Suzanna que a mí se me encogió el corazón.
– Epona querría que honraras a tu marido y que fueras feliz.
– Bien. Pues entonces, volvamos a mi habitación -dije, y me encaminé hacia la puerta-. Y yo iré primero. Tengo que empezar a aprender el camino. Si me confundo, me comportaré como una bruja. No creo que nadie note nada fuera de lo común en eso.
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