– ¿Nadie tiene alguna información, aunque sea básica, de esas… cosas?
– Fomorians -dijo Alanna, para ayudarme con la palabra.
– Sí, Fomorians -repetí yo. La miré a ella y después miré a ClanFintan-. ¿No dijiste que sabías algo sobre ellos por las leyendas?
– Sólo sé que cuando fueron vencidos, hace mucho tiempo, se exiliaron en las montañas. Y que tenían poderes oscuros y bebían la sangre de los seres vivos.
Más buenas noticias.
– ¡Entonces son vampiros!
– ¿Vampiros? -preguntaron los dos al unísono.
Suspiro. Supongo que no habían leído a Bram Stoker.
– Los vampiros son criaturas que se alimentan de la sangre de los otros. Normalmente, son seres muy desagradables. No les gusta viajar a la luz del día. Sólo se les puede matar de ciertas maneras y…
De repente la expresión confusa de ClanFintan cambió.
– Tal vez los Fomorians tengan debilidades, como esos vampiros.
– ¿Y cómo vamos a averiguar si las tienen?
Los tres nos miramos. Entonces se me encendió la bombilla de la cabeza. ¡Claramente, necesitábamos un profesor!
– ¿No tenemos un historiador en el templo? -me volví hacia Alanna-. Ya sabes, un profesor de historias antiguas…
– Sí, por supuesto, mi señora. Se llama Carolan.
Curiosamente, ella se sonrojó. Incluso sus orejas enrojecieron.
Me pregunté qué le ocurría.
– ¡Bien! ¿Podrías, por favor, ponerte en contacto con ella, decirle lo que necesitamos investigar, y traérmela mañana por la mañana, antes de que yo tenga que bendecir a la gente?
– Lo haré, mi señora.
Alanna bajó la mirada y la clavó en la copa de vino. Pensé que debía averiguar cuál era su problema con la profesora.
– Bien. Me alegro de que eso esté resuelto.
Alguien llamó a la puerta. En aquella ocasión pude responder por mí misma.
– ¡Adelante!
Tarah entró en la habitación con una gran sonrisa en su preciosa cara.
– Mi señora, ¿puedo traeros la cena?
Yo le sonreí.
– Sí, me gustaría.
Ella se apartó y dio una palmada imperiosa. Entonces comenzaron a entrar sirvientes en la habitación. Todos portaban bandejas que despedían aromas deliciosos.
Volví a sonreir a Tarah.
– ¡Buen trabajo!
– ¡Dijisteis que teníais hambre, mi señora! -respondió ella. Estaba tan contenta con mi aprobación que pensé que se iba a salir de su piel de porcelana.
– Sí, tengo hambre.
Mis ojos encontraron los de ClanFintan, y compartimos una sonrisa secreta.
Sí, ciertamente teníamos hambre…
Mientras los sirvientes llenaban nuestros platos, Alanna aprovechó la oportunidad para ponerse en pie y hacerme una reverencia.
– Me ocuparé de lo que hemos hablado, mi señora -dijo. Después se volvió para inclinarse hacia ClanFintan-. Os deseo una buena noche, mi señor.
– Gracias, Alanna.
– Sí, gracias, amiga. Como siempre tienes mi amor, además de mi agradecimiento por tu lealtad.
Alanna no se ruborizó ni se quedó sorprendida por aquella frase que todo el mundo debía de considerar poco corriente por mi parte. Se limitó a lanzarme una mirada de gratitud y salió elegantemente, con la cabeza alta. Hubo un momento de silencio, y después los sirvientes, confusos y silenciosos, la siguieron.
Rhiannon debía de haber sido una bruja horrible.
La puerta se cerró.
Yo me estaba muriendo de hambre, en todos los sentidos de la palabra.
Y ahora que estábamos solos, me sentía increíblemente nerviosa. Me puse a mirar con gran interés la comida que tenía en el plato.
– Vaya, esto tiene un aspecto maravilloso.
Con entusiasmo, pinché un pedazo de algo que parecía pollo y me lo metí en la boca.
– Sí, maravilloso.
La voz de ClanFintan había recuperado el tono susurrante. Eso me provocó escalofríos desde los dientes hasta los dedos de los pies. Y por todas partes entre medias.
Sus ojos se clavaron en los míos. Tenía un codo apoyado en el brazo del diván. En la otra mano tenía la copa de vino. Ni siquiera estaba fingiendo que tuviera interés en la comida.
Yo tragué rápidamente.
– ¿No tienes hambre?
Su sonrisa lenta atrajo mi mirada hacia sus labios carnosos.
– No. He cenado antes de venir a tu habitación.
– ¡Ya has cenado!
¿Por qué no me lo había dicho? Yo también habría cenado.
– Disfruto viendote comer -dijo-. Verdaderamente, te encanta la comida.
Bueno, en eso tenía razón.
Yo todavía me sentía incómoda.
– Pero yo no quiero cenar sola.
Él se quedó sorprendido.
– No estás cenando sola. Yo estoy aquí.
– Sí, eso es cierto -murmuré, a través de aquello que sabía a pollo.
ClanFintan se echó a reír.
– Eres muy graciosa. No sabía eso de ti.
– Bueno, nunca te acostarás sin saber algo nuevo.
– Eso es cierto.
Parecía que le había gustado el dicho. Supongo que los clichés funcionaban bien en este mundo.
Yo mastiqué la comida y lo observé atentamente.
– No parece que hayas hecho un viaje tan duro, llevando una pasajera, y prescindiendo de dormir durante varios días.
En realidad, parecía fuerte y fresco, guapísimo, para ser más exactos.
– Me ha gustado llevar tu carga -su voz ronca era muy sugerente-. Y mi resistencia es mayor que la de un hombre humano.
Yo tomé un pedazo de langosta de una cola abierta. Goteó mantequilla y yo la succioné con la boca.
Oí que se le cortaba el aliento.
Lentamente, me lamí el líquido de los labios.
– Ya lo habías mencionado antes.
– Sí, lo había hecho.
Me complació darme cuenta de que su respuesta sonaba tensa.
– No creo que te haya dado las gracias por seguirme. Nunca lo habría conseguido sin ti. Gracias.
– No tienes nada que agradecerme. La próxima vez que necesites emprender una búsqueda, por favor permíteme que te acompañe desde el principio.
Antes de succionar otro pedazo de langosta, dije con un ronroneo:
– No se me ocurriría salir de casa sin ti.
Con la lengua, atrapé otra gota de mantequilla de mis labios, y después saboreé la carne blanca y la mastiqué lenta y deliberadamente. Tragué y volví a lamerme los labios.
– Te llamaré señor American Express.
Él estaba hipnotizado y vagamente confuso.
– ¿American Express? ¿Quién es?
La langosta se había terminado, así que tomé una fresa azucarada y la mordí delicadamente, mientras observaba como él me observaba a mí.
– Es alguien que me permite tener exactamente lo que deseo -expliqué, y lamí el jugo de la fresa de mis dedos-. Mmm, esto es buenísimo.
– Sí, buenísimo.
Vaya, vaya, vaya. No creía que estuviera hablando de la fresa.
Tomamos un poco de vino. Yo intenté comportarme recatadamente mientras nos estudiábamos el uno al otro. Se me había subido el vino a la cabeza, y estaba empezando a perder inhibiciones. En realidad, nunca había tenido un problema de inhibición. Sin embargo, el asunto del hombre caballo había sido un poco sobrecogedor al principio.
¡Y de eso se trataba! ClanFintan había dejado de ser un hombre caballo para mí. Noté que mis labios se curvaban en una sonrisa seductora. De repente, entendía lo que debía de haber sentido la Bella al enamorarse de su Bestia. Él era mi marido, y yo lo deseaba. Lo único que tenía que hacer era estirar el brazo y podría acariciarlo.
Dejé la copa de vino en la mesa y me incliné hacia adelante. Su brazo derecho todavía descansaba en la curva del diván. Lentamente, posé los dedos en su bíceps y se lo acaricié, hacia abajo, hasta que terminé en su palma. Él cerró los dedos cálidos alrededor de mi mano. No tiró de mí, como habría hecho un hombre humano. En vez de eso, me acarició la muñeca y esperó, permitiendo que fuera yo quien decidiera cuándo quería acercarme a él, o si quería acercarme a él.
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