P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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Ella sonrió.

– Sólo prométeme que serás listo y prudente. No eres Lobezno, ni tampoco Seabiscuit.

Kegan frunció el ceño con desconcierto.

– Son más palabras de Oklahoma. Te las explicaré más tarde. Bueno, como te decía, cuando Kyle quedó sepultado bajo un montón de piedras del techo, yo creí que iba a morir también. Entonces oí una voz femenina, que me decía que entrara al cristal, y yo obedecí. Cuando salí de la piedra, estaba con Birkita en Usgaran.

– ¿Fue la voz de Adsagsona la que te dijo que entraras en el cristal?

– No -respondió Morrigan-. Fue la voz de mi madre. Sólo estoy segura de haber oído la voz de Adsagsona una vez, y fue en el ritual de la luna nueva que se celebró el día que llegasteis Kai y tú. Habló en voz alta, y todo el mundo la oyó.

– Pero tú has dicho que oyes una voz en la mente, muy a menudo.

– Sí, y otras en el viento, también. Pero ninguna se parece a la que oí en Usgaran, y no puedo estar completamente segura de que sea Adsagsona la que habla conmigo -dijo Morrigan. Después hizo una pausa, respiró profundamente y añadió-: Kegan, tal vez Kai tenga razón. Puede que las voces que oigo sean todas de Pryderi.

– ¡No! -Kegan dibujó un símbolo muy complicado en el aire, con el puño, y pronunció una serie de palabras ininteligibles que chisporrotearon de poder contra el cuerpo de Morrigan-. No pronunciamos el nombre de la criatura. Llámalo la Triple Cara de la Oscuridad si tienes que referirte a él, pero no digas su nombre. Hay demasiado poder en él.

Morrigan se estremeció.

– ¿Cómo sabemos que Kai no tenía razón?

Kegan comenzó a pasearse de nuevo.

– Tu abuelo te explicó que lady Rhiannon se había contaminado con los susurros oscuros que escuchó, ¿verdad?

– Sí. Hizo cosas muy malas, como escaparse de este mundo cuando estaba a punto de suceder una guerra con unos demonios.

– ¿Conocía de antemano la Guerra Fomoriana?

– Sí -dijo Morrigan con tristeza.

– Tú no harías eso.

– ¿El qué?

– Escaparte del Reino de los Sidethas si lo amenazara un invasor. Tú te quedarías a luchar por tu pueblo.

Morrigan sintió esperanza al oír aquello.

– Yo no me marcharía. Sé que no me marcharía.

– Y por eso, puedes saber que no te ha contaminado ningún dios malvado.

– ¿Sólo porque he dicho que no saldría corriendo si aparecieran unos monstruos horribles y nos atacaran? ¡Demonios, Kegan! Para mí es muy fácil decirlo.

Él sonrió.

– Sin embargo, lo que dices es la verdad. Y ésa no es la única prueba. La prueba está en tu comportamiento, en tus acciones. Morrigan, escúchame con atención. Tu comportamiento no es malvado. El de tu madre sí lo fue, por lo menos, antes de que rechazara la oscuridad y se reconciliara con Epona.

– De acuerdo, eso sí tiene sentido. Pero de todos modos, no sabemos de quiénes son las voces que oigo.

Kegan volvió a pasearse.

– Tú no lo has mencionado, pero tal vez podamos catalogar esas voces si nos remontamos a tu ritual de ascensión. Dices que sólo has oído una vez la voz de Adsagsona, pero la diosa tuvo que hablarte cuando te comprometiste a entrar a su servicio.

– Yo no he tenido ninguna ceremonia de ascensión. Ni siquiera sé lo que es eso.

Morrigan tuvo la sensación de que Kegan la miraba como si se hubiera vuelto loca.

– Has cruzado la División entre un mundo y otro. Eres la hija de una gran sacerdotisa. Eres la primera Portadora de la Luz que tiene el Reino de los Sidethas en más de tres generaciones. ¿Y todo eso, sin haberte puesto al servicio de tu diosa?

– Eh… pues sí -dijo Morrigan, que se sentía un poco tonta.

Kegan se acercó a ella y le acarició la mejilla. Tenía una sonrisa de ternura, aunque también tenía una expresión preocupada.

– Mi amor, eres la persona más asombrosa que he conocido. ¿Cómo es que nunca has celebrado un ritual de ascensión?

– En mi antiguo mundo no existen. O por lo menos, si existen, mis abuelos no los conocen. No es que no honremos a Epona. Mi abuela se asegura de que lo hagamos -dijo Morrigan con una sonrisa-. ¿Te había dicho que Birkita y ella son reflejo la una de la otra?

Kegan sonrió.

– No me sorprende -respondió, y le besó la frente-. Pero honrar a los dioses y ponerte a su servicio a través de un ritual de ascensión son cosas distintas.

– Entonces, ¿qué hago?

– Debes comprometerte con Adsagsona, aceptar a tu diosa y rechazar el servicio a cualquier otro dios.

– En concreto, a cualquier dios con tres caras.

– Exacto.

– ¿Y si ese dios oscuro me ha estado persiguiendo?

– Entonces, durante la ceremonia se dará a conocer a ti e intentará convencerte para que te entregues a él antes de que te comprometas con Adsagsona. Después de que te pongas al servicio de tu diosa, él ya no podrá hacer nada, porque a menos que renunciaras a ella, le pertenecerás a Adsagsona para toda la eternidad.

Morrigan volvió a respirar profundamente e intentó sonreír con valentía, pese a que tenía un nudo en el estómago.

– Entonces, parece que tenemos que organizar una ceremonia de ascensión.

Capítulo 21

– Me duele mucho el estómago -dijo Morrigan.

– Respira hondo, todo va a ir bien -dijo Kegan, y le pasó el brazo por los hombros mientras caminaba a su lado en dirección a Usgaran.

– ¿Y si está enfadada conmigo?

– ¿Tal y como pensabas que estaba yo?

– Sí -respondió Morrigan, pasando por alto la ironía de su tono de voz-. O peor.

– Morrigan, tienes que confiar más en aquéllos que te quieren.

– No es que no confíe en vosotros. Lo que me preocupa es mi capacidad para estropearlo todo.

Él le dio un beso en la cabeza.

– Te preocupas demasiado.

– Sí, bueno, espera a que llevemos unos años juntos. Tendrás más respeto por mi capacidad de estropearlo todo.

– Me gusta cómo suena eso -dijo él.

– ¿El qué? ¿Mi capacidad de estropear las cosas?

– No. El hecho de que pasar años juntos. Además, seguramente yo también tendré cosas que a ti no te gustarán -afirmó, y le lanzó una sonrisa de picardía-. Aunque no muchas.

Morrigan arqueó una ceja.

– Ya sé que te encanta flirtear -le dijo. Al ver que él abría unos ojos como platos y fingía una gran inocencia, Morrigan puso los ojos en blanco-: Incluso Birkita me dijo que eres un granuja.

– ¿Birkita me llamó eso? -preguntó Kegan, intentando no sonreír.

– Sí. Aunque yo no necesitaba que me lo dijera.

Él suspiró.

– Habladurías feas y exageraciones.

– Oh, por favor. Lo que tú digas. Sin embargo, has de saber que en Oklahoma, las mujeres modernas no toleran que sus hombres vayan por ahí persiguiendo a otras.

Él sonrió.

– Yo nunca he tenido que perseguir a nadie.

Morrigan le devolvió la sonrisa.

– Muy bien, lo diré de otro modo. Según mi abuela, donde las dan las toman. En otras palabras, si tú no quieres que yo flirtee con otros hombres, o centauros, o lo que sea, te sugiero que te acuerdes de no flirtear con ninguna mujer, o mujer centauro, o lo que sea.

– Nunca te daré razones para dudar de mi fidelidad -rezongó él.

– Muy bien. Lo mismo digo -repuso Morrigan con petulancia.

Entonces advirtió que ya habían llegado a Usgaran. La sonrisa burlona se le borró de los labios y se detuvo en seco al ver que la sala estaba llena de artesanos y Sacerdotisas. Se dio cuenta inmediatamente de que todo el mundo estaba mucho más callado de lo normal. No había charlas agradables, y en el ambiente reinaba la tristeza. Birkita estaba sentada cerca del Cristal Sagrado, que estaba oscuro. En el regazo tenía un trozo de tela que estaba bordando con hilo de plata, pero tenía los ojos clavados en la piedra. A Morrigan le pareció que estaba más pálida de lo normal, y además, tenía ojeras. «Por mi culpa», pensó.

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