– Alborotado y cachondo – afinó Maleza.
– Anda tú, el de cachondo, acércate a ver qué ocurre.
El cabo salió del "Seiscientos" y fue hacia el grupo. Se abrió paso entre la gente hasta desaparecer. No tardó en emerger e hizo señas a los del coche para que se acercaran.
Aproximaron el auto a los soportales y se apearon los tres.
– EsTriguero el cantor, que le ha sacado unas coplas muy buenas al muerto.
– ¿No te digo? – comentó Plinio haciéndose sitio.
Triguero, el cantor popular, gordo, con chaqueta azul de cuello cerrado y boina pequeñísima, junto a la carretilla que le servía para su trabajo, improvisaba con su buena voz:
Tomelloso, Tomelloso,
qué suerte que te dio Dios
con tener al Jefe Plinio
como justicia mayor.
Juntos, él y don Lotario
Maleza y don Saturnino
harán al muerto que hable
y cuente su desatino.
…El Faraón que esperaba
pa siempre un nietecico,
le echaron un muerto anónimo
metido en un cajoncico.
La gente aplaudía y le pedía más:
– ¡Echa otra,Triguero, que está aquí la justicia! El cantor, sin inmutarse, carraspeó, puso cara de pensar un poco, consciente de quienes ahora le escuchaban, y en seguida rompió con su voz de tenor y musiquilla caprichosa:
De los mil muertos que hay,
mama, en nuestro Cementerio,
ninguno ha armao tanto ruido
desde tiempos de mi abuelo.
Aunque te calles, difunto,
y no traigas dirección,
el gran Plinio, de seguro,
te sabrá hacer el padrón
Plinio se despidió de Triguero alzándole la mano, cuando el cantor dijo:
– ¡Viva Plinio, el Jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso! – y empezó a dar palmas. Todos le secundaron.
El Jefe marchó rodeado de los suyos un poco confuso por tanta celebración.
– ¡Venga, muchachos, todos a una! – pidió Triguero jubiloso:
Aunque te calles, difunto,
y no traigas dirección,
el gran Plinio, de seguro,
te sabrá hacer el padrón.
Y todos coreaban verso a verso.
– ¡Coño, qué tío! ¿Y cómo se habrá enterado que mi hija pare en septiembre? – exclamó el Faraón -. Aquí le llevan a uno la cuenta de todo.
Cuando Plinio y don Lotario tomaban café en el San Fernando aquella siesta, apareció Calixto, el escultor, con un bulto bajo el brazo. Venía eufórico, son- riéndole su cara de infeliz. El pelo abundante de su cabeza gordísima le onduleaba sobre la frente. Como siempre, iba en mangas de camisa y con la corbata de cinta.
Sin decir palabra, puso el bulto sobre la mesa y quitó con mucho mimo el paño que lo cubría. Era, claro, la mascarilla del difunto.
Calixto miraba su obra con ojos y sonrisa tierna, sin decir palabra.
– Muy bien, Calixto, está muy bien – le alabó Plinio.
Se acercaron algunos curiosos, entre ellos el Faraón.
– Sí, señor, muy propio.
– ¿Verdad que sí? Esto parece muy fácil, pero tiene su técnica y si me apuran su arte, sí, señor, su arte.
El Faraón la tomó y se la puso ante la cara, como careta:
– Hu… Hu… Hu…
– Oye, Calixto, ahora que veo a éste hacer esa gansada me acuerdo. ¿Te vio Cañizares? Me dijo que iba a hacer caretas.
– Sí, me vio y ya tiene muchas hechas… Las está pintando. Pero está chalao… Si fuera carnaval.
– Hu, hu, hu – seguía el Faraón-. ¡Que no me conoces, Moraleda!
Manolo Perona, el otro camarero, se acercó con dos jóvenes. Uno con aparatos fotográficos en bandolera y otro con aire muy desenvuelto.
– Manuel, estos dos señores periodistas que le buscan.
Plinio se levantó a saludarles. El de la cámara hacía ya una fotografía al Faraón con la mascarilla del muerto puesta. Al lucir el flash, muchos socios se volvieron a ver qué pasaba.
Se presentaron los recién llegados como redactores de "El Caso".
– Venimos a hacer una información muy amplia – decía el desenvuelto-. Estaremos aquí el tiempo que haga falta. El señor Juez nos ha dicho que usted no tendrá inconveniente en ayudarnos.
– No faltaba más – dijo Plinio a la vez que los presentaba a don Lotario, a Calixto y al Faraón.
– Manolo, hijo, trae cafés y copas para todos – dijo don Lotario gozoso. Los periodistas lo enloquecían, pensando en su admirado Manuel, naturalmente.
– Este muerto le va a costar a usted por lo menos mil duros – le dijoel Faraón por lo bajo.
– Es igual, aunque me costara diez mil.Esto es vida.
El "gráfico" hacía fotos a todos. Don Lotario se arrimaba aPlinio cuanto podía.
A Calixto le hizo una contemplando su mascarilla con cara de muy artista.
– ¿Tiene usted alguna pista segura, Jefe?
– Segura, ninguna.
– ¿No cree usted que puede tratarse de un caso de más importancia de lo que parece?
– No tengo idea. Estamos, justamente, en los primeros pasos.
El periodista utilizaba un magnetófono. Con una mano le aproximaba aPlinio el micro a la boca, mientras con la otra se tomaba el café.
– ¿Qué impresión le hizo, don Antonio, el saber que tenía un muerto en su nicho? – dijo el dinámico muchacho colocándole alFaraón el micrófono en la sotabarba.
– … Pues… como yo estaba vivo y los de mi familia también, no me acongojé mucho, ésa es la verdad – respondió, mirando al chisme, casi bizco.
– ¿Y usted, don Lotario, qué opina del caso?
– Yo soy amigo y colaborador oficioso del Jefe y no tengo opinión.
– ¿Pero como ciudadano particular de Tomelloso…?
– Hombre, que es un caso muy complicado y excepcional.
Los de "El Caso" siguieron preguntando a otros que había por allí.
Cuando se disponían a irse llegó don José, el alcalde. Plinio le presentó a los periodistas. Naturalmente, le preguntaron lo que a todos.
– ¿Qué quiere que le diga? Éste es un pueblo muy tranquilo y no hay precedentes de este tipo.
Luego, el alcalde llamó aparte a Plinio.
– Oiga usted, han estado en mi casa una señora mayor, con dos hermanas, que vienen de Madrid. Parecen gente muy elegante, con un "Jaguar", chófer uniformado y qué sé yo. Dice la señora que el muerto es su esposo.
– ¡No me diga!
– Y está muy cargada de razón. Y que viene a recogerlo. Que lo han reconocido por algunas fotos que aparecieron anoche en la prensa de Madrid.
Plinio se rascó la patilla.
– ¡Atiza! -dijo -, hasta ahora sólo nos salieron locos del pueblo, pero con estas exhibiciones nos van a llegar de toda España.
– No. Ésta no parece loca ni mucho menos. Habla con mucha seguridad y me ha enseñado fotos de su marido que se parecen bastante a las del muerto… Y digo a las fotos porque yo no lo he visto. Con el Juez hablé por teléfono y me ha dicho que desbroce usted el terreno. Así es que las he mandado para el Cementerio.
– Le digo a usted, don José, que esto se está poniendo "tierno".
– ¿Ve usted alguna luz sobre el caso?
– Hasta ahora no me fío de nada – dijo Plinio con cierta consternación -. A ver si se posa todo un poco.
Y es que, como usted ha dicho muy bien a los periodiqueros de "El Caso", en principio, este asunto no parece propio del pueblo. Tiene otro estilo… Claro, ¡que vaya usted a saber!
– Pues como no lo aclare usted pronto, Manuel, se lo advierto, van a empezar a meterse aquí gentes muy gordas. Esta mañana me llamó el gobernador.
Y me ha hecho muchas preguntas cuya intención no veo clara. Tengo la impresión de que piensan algo que no quieren decir. Hay muchos follones por el mundo y por España pasan ahora muchos extranjeros.
El alcalde quitó de pronto gravedad a sus palabras, puso cara de guasa, le dio una palmada en el hombro a manera de saludo y añadió:
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