Javier Negrete - El sueño de los dioses

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El sueño de los dioses: краткое содержание, описание и аннотация

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En un remoto pasado, el dios Tubilok exploró las dimensiones del tiempo y el espacio, y en su busca del poder y el conocimiento absolutos perdió la razón. Durante siglos ha dormido fundido en la roca, pero ahora despierta de su sueño milenario, dispuesto a aniquilar a la humanidad y sembrar la locura y la destrucción por las tierras de Tramórea. Voluntariamente o por la fuerza, el resto de los dioses lo acompañan en su demencial cruzada. Sólo quedan tres magos Kalagorinôr, «los que esperan a los dioses». Para enfrentarse a la amenaza necesitarán la ayuda de los grandes maestros de la espada. Esta vez, Derguín y Kratos tendrán que llevar la guerra a escenarios insospechados. Al hacerlo desvelarán su pasado y nuestro futuro, y descubrirán los secretos que se ocultan en las tres lunas y en las entrañas de Tramórea.

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Togul Barok pensó en ello. El homúnculo le había dicho: «Me engendraron antes que a ti». De ese modo, la historia que le había contado Mendile cobraba algo más de sentido. Cuando Ilizia acudió al templo de Tarimán ya estaba embarazada de tres meses. En ese momento, la estatua del dios había cobrado vida para hacer algo extraño con Ilizia, algo que al único testigo, el emperador, le había escandalizado. ¿En qué había consistido aquella aberración? ¿Había engendrado Tarimán otro feto? Sin embargo, Mendile parecía convencida de que no se había producido el coito. ¿A qué manipulación habría sometido las entrañas de Ilizia?

Pero entonces él sería hijo de Ilizia y Tarimán, no de Himíe y Mihir Barok. Algo seguía sin tener sentido.

– ¿Puedes librarme de él? -preguntó en susurros, temeroso de que su gemelo interior pudiera oírlo.

Un intento vano.

Viviré mientras vivas tú. Vivirás mientras viva yo. Si intentas matarme…

– La misma luz que me ha servido para verlo podría quemarlo -respondió Linar-. Sólo tendría que aumentar su intensidad.

– ¡Pues hazlo!

– Me temo que de paso abrasaría parte de tu cerebro. No sé qué consecuencias tendría. Podrías quedarte ciego, mudo, convertido en un vegetal babeante o simplemente morir. Creo que no sería buena idea.

– ¿Y si en vez de quemarlo entero le achicharras a él su minúscula cabeza?

– Si muere en tu interior y empieza a pudrirse puede que gangrene tu cerebro. ¿Te parece que es la mejor solución?

No te librarás de mí tan fácilmente, hermano.

El dolor se hizo tan intenso que Togul Barok cayó de rodillas. Se imaginó a su gemelo escarbando en el interior de su cerebro con aquella garra atrofiada. ¿Hasta qué punto podría hacerle daño si lo pretendía?

Dame el control. ¡Deja que mate a este asesino que nos quiere separar!

Togul Barok se visualizó a sí mismo utilizando la lanza negra para asesinar al misterioso heraldo y absorber su alma. Es lo que haría el gemelo si se lo permitía. Pero ¿y si Linar resultaba más difícil de matar, como parecía, y le arrebataba la lanza?

¡ Está bien! Más adelante. Lo mataremos más adelante. ¡ Pero deja de hacerme daño!

Vivo dentro de tu cabeza. No me puedes mentir. Si me prometes que lo mataremos, debes ser sincero.

¡Podría quitarnos la lanza negra! No debemos arriesgarnos hasta que no sepamos más sobre él. ¿Crees que se parece tanto a Ulma Tor por pura casualidad? No estamos tratando con un ser humano normal.

Aquello pareció calmar a su gemelo interior, que aflojó la presión sobre el hueso. Togul Barok se puso en pie. Linar no había hecho amago de tenderle la mano para ayudarle a levantarse. Algo que le agradeció.

– No pienso quitarte esa arma que llevas a la espalda -dijo Linar-. No deseo esa carga para mí.

– ¿De qué estás hablando? -¿Él también me lee la mente? ¿Es que soy un libro abierto?

– Tienes un fragmento de lanza. Ignoro de dónde la has sacado, pero sospecho que ya la has utilizado y por eso sigues vivo.

Togul Barok se llevó la mano a la espalda para desenganchar la lanza del arnés. Linar lo contuvo con un gesto.

– No quiero verla. No quiero recordar que la he visto. Si él consigue los dos fragmentos… El peligro es grave ahora, pero en ese caso podría no tener remedio.

– ¿Quién es él? ¿De qué estás hablando? No me gustan las adivinanzas, Linar de los Ruggaihik.

– Ni a mí, emperador. Pero cuando no hay certezas debemos movernos entre enigmas. ¿Qué intenciones tienes?

– ¿Es que debo rendirte cuentas ahora?

– No, pero puedes aceptar el consejo de quien es mucho más viejo que tú.

Togul Barok giró sobre sus talones y miró hacia el oeste. Se habían alejado tanto de la Espuela que habían salido de su sombra y volvían a contemplar la luna azul flotando sobre el peñasco. La luz de Rimom se veía a ratos verdosa o violeta por las nubes de polvo que flotaban en el aire. El rostro del dios seguía contemplándolos desde su superficie.

El perfil del peñasco había cambiado drásticamente. De los torreones y las almenas no quedaba ni rastro, la Espuela había perdido mucha altura y en el fondo se abría una gran depresión en forma de V, de tal modo que ahora se levantaban dos riscos donde horas antes sólo había uno.

– No sé qué intenciones tengo -reconoció Togul Barok-. Podría regresar a Áinar y reclutar un ejército, pero ¿contra quién lo enfrentaré?

– Es posible que el ejército que tengas te baste.

– ¿Cómo? No me quedan ni doscientos cincuenta hombres.

– ¿Cuántos de ellos conocen el secreto de la Urtahitéi?

– No sé de qué me hablas.

– Lo sabes, y sabes que yo lo sé. -Linar hizo un rictus y se tocó el parche que le cubría el ojo derecho-. No dispongo de mucho tiempo. Contesta a mi pregunta, emperador.

– Han sobrevivido ciento veinte Noctívagos.

– Ése es el ejército que necesitarás.

El supuesto heraldo suspiró. Era el sonido más humano que había emitido hasta entonces.

– Voy a mirar lo que no me atrevo a mirar, pero no queda otro remedio. Cuando lo haga, me escucharás con atención, porque apenas nos quedará tiempo.

– El emperador de Áinar no tiene costumbre de recibir órdenes.

– Si mis temores son ciertos, antes de que se cumpla un mes no existirá Áinar ni ningún otro reino sobre el que puedas reclamar tu imperio. Escucha y atiende esta vez, y quizá así ganes tiempo para que en el futuro sean otros quienes obedezcan tus instrucciones.

¿Decías que no era insolente?, le chistó el gemelo colérico. ¡Es peor que ese cuervo de Ulma Tor! ¡Aniquílalo con la lanza!

– Te escucharé, viejo. Pero más vale que tus palabras merezcan la pena.

– Bien. Ahora, no mires.

Linar le dio la espalda y se llevó ambas manos a la frente. Se va a quitar el parche, pensó Togul Barok.

El viejo cayó de rodillas con un grito de dolor. En su nuca apareció una tenue luz roja, como si su cráneo se hubiera vuelto translúcido y en su interior ardiera una brasa.

¡ Ahora! ¡Ahora es débil! ¡Usa tu lanza ahora!

– ¡Ni se te ocurra hacerlo en este momento!

Linar se había levantado y dado la vuelta con tal rapidez que Togul Barok ni siquiera llegó a captar su movimiento. Era como si le hubieran robado unos segundos a su vista o a su consciencia.

El viejo ya no tenía el parche, sólo una cuenca vacía y oscura casi el doble de grande que el otro ojo. Su mano izquierda estaba cerrada, ocultando algo que sin embargo emitía luz roja a través de sus dedos.

– Éste es mi consejo, Togul Barok -dijo Linar, con voz ronca y fatigada, como si en aquel brevísimo lapso de tiempo se hubiera sometido a una terrible prueba-. Si eres tan inteligente como creo, lo obedecerás. Toma a tus ciento veinte elegidos y dirígete con ellos al Trekos. Pero cuando llegues a él, en lugar de cruzarlo sigue su curso río abajo hasta llegar al bosque de Corocín.

– Corocín -repitió Togul Barok, fascinado por el brillo carmesí que palpitaba a través de la mano de Linar como un pequeño corazón.

– Es un lugar plagado de peligros, pero si no te apartas del río no te toparás con problemas. Cuando llegues a Tirimnás y la Ruta de la Seda, en lugar de viajar a tu país, dirígete al este. A pocas horas de camino observarás que a la derecha de la calzada se extiende un vasto erial. Es el desierto de Guinos. Atraviésalo en dirección sudeste, hasta llegar a su mismo centro. Sabrás que has llegado cuando encuentres un cráter mayor que los que has visto abrirse hoy.

– Ese desierto es un lugar maldito…

– Has estado en otros similares después de cruzar la Sierra Virgen y has sobrevivido.

– ¿Cómo lo sabes?

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