– Me temo que nos saltaremos la cena de hoy, Capitán. Mañana será otro
día.
Al menos allí, al amparo de la cara oriental de la Espuela, el aire estaba limpio. El viento soplaba del este, poco a poco barría del campo de batalla la nube de polvo e impedía que llegara a este lado del peñasco.
Togul Barok agachó la cabeza y se apretó las sienes. El dolor se volvía cada vez más insoportable, pero no quería ceder el control. Su gemelo era capaz de descargar su frustración sobre sus propios hombres, y bien sabían los dioses que aquí no disponía de tantos como para permitirse el lujo de prescindir de ellos, y mucho menos de los Noctívagos. Cuando regresara a Áinar podría organizar más tropas, al menos cien mil soldados con experiencia y otros tantos bisoños. Pero ¿qué haría con ellos? ¿Subirlos a las tres lunas para guerrear contra los dioses?
Mientras se clavaba los dedos en la cabeza con tanta fuerza que habría podido reventar una sandía, se dio cuenta de que el suelo, oscuro por la sombra de las ruinas de Mígranz, se teñía de verde. Entre algunos de los soldados sentados en las inmediaciones se oyeron murmullos de temor. Shirta estaba asomando por el este. ¿Habría otro rostro dibujado en su superficie anunciando una segunda ola de destrucción?
Por alguna razón que él mismo no acabó de entender, le invadió un extraño temor de que le quitaran la lanza de poder, y se la escondió a la espalda. Después giró poco a poco el cuello. Aún no había alzado apenas los ojos cuando vio en el suelo una sombra. Una cabeza, un cuerpo que caminaba apoyándose en un báculo que no parecía necesitar. La sombra era muy larga.
Es porque la luna acaba de salir, pensó.
Pero al terminar de levantar la mirada, comprobó que el hombre que se le acercaba era muy alto. Aunque no tanto como él, no bajaría de dos metros.
Por un momento, al verlo recortado contra la luz verde, dudó. La trenza cruzada sobre el hombro y el pecho, el parche en el ojo… ¿No era Ulma Tor, el nigromante que le había prometido conseguirle la Espada de Fuego y había fracasado de forma lastimosa? El pelo de Ulma Tor era negro, su tez morena y vestía de oscuro, mientras que el cabello del recién llegado se veía blanco y su capa parda o grisácea. Pero ahora casi todos tenían el pelo y la ropa teñidos de gris por el polvo y las cenizas.
No, no podía ser él. Ulma Tor no era tan alto. Además, llevaba el parche en el ojo izquierdo, mientras que aquel hombre era tuerto del derecho. Y debía tener muchos más años, o al menos lo parecía.
Fuera por la mezcla de apatía y desesperación que reinaban entre los soldados o por la seguridad con que caminaba, nadie hizo ademán de detener a aquel hombre. En el báculo llevaba atada una bandera blanca. Cuando estaba a unos pasos de Togul Barok, el desconocido la arrancó, hizo un gurruño con ella y se la tiró.
El emperador de Áinar la recogió al vuelo y, sin levantarse de la piedra donde estaba sentado, la desenvolvió. Dos serpientes enroscadas: el símbolo de los heraldos.
Había otra serpiente tallada alrededor del báculo. Su cabeza giraba en ángulo recto formando el puño del bastón. Los ojos eran dos joyas que la doble visión de Togul Barok interpretó como violetas, pero bien podrían ser verdes o rojas. En cuanto a la cara y las manos del desconocido, no se veían tan azuladas y gélidas como las de Ulma Tor, pero notaba algo raro en ellas. Demasiado uniformes, tal vez.
– De modo que eres un heraldo. ¿Vienes a ofrecerme la rendición de la fortaleza?
– Bien sabes que ya no hay nada que rendir, emperador.
Por fin, los hombres de Togul Barok reaccionaron. Seis soldados rodearon al heraldo, que abrió la capa para demostrar que no llevaba armas.
– Dejadle en paz -ordenó Togul Barok-. No es necesario que me defendáis.
– Sabemos que eres perfectamente capaz de protegerte solo, señor -dijo Capitán-. Pero están ocurriendo tantas cosas raras…
Togul Barok lo despachó con un gesto, y con otro indicó al viejo que se sentara. El heraldo miró a su alrededor y comprobó que por allí cerca no había ningún asiento ni piedra, salvo la que servía de acomodo para las posaderas del emperador.
– Seguiré de pie.
– No será por no mancharte la ropa, ¿no? Parecemos todos pescados rebozados en harina -dijo Togul Barok.
– Me da cierto pudor sentarme delante de un emperador.
– Eres muy alto, amigo. Me duele la cabeza de torcer el cuello para mirarte.
No era normal que Togul Barok confesara una debilidad. Pero la presión en el temporal derecho era tan intensa como un corazón palpitando ahí dentro, TUMM, TUMM, TUMM, y no le dejaba oír sus pensamientos. Sabía que había perdido la batalla con su gemelo: era cuestión de segundos que tomara el control.
– No obstante, seguiré de pie -se empeñó el heraldo.
– No tengo costumbre de repetir las órdenes.
– Ni yo de aceptarlas.
– ¡Allawé!
La interjección Ainari brotó de sus labios al mismo tiempo que sus cuádriceps y gemelos se estiraban como muelles para levantar sus ciento veinte kilos de peso y Midrangor salía de la funda en una rapidísima Yagartéi.
– ¿Sigue doliéndote la cabeza?
Togul Barok jadeó. Los hombres de guardia se acercaron, pero él los contuvo.
– No pasa nada, Capitán. Sólo ha sido un… experimento.
El gesto de Capitán revelaba que no lo creía en absoluto, pero no se atrevió a contrariar a su señor y se apartó unos pasos.
Togul Barok no sabía muy bien qué había pasado. ¿Por qué el cuerpo de aquel insolente conservaba todavía la cabeza sobre los hombros?
En realidad, no era su intención decapitarlo. Había obedecido a un impulso de su gemelo colérico. Pero el viejo tuerto se lo había buscado, empeñándose en oponerse a él. ¿Es que los heraldos no asistían a ninguna escuela donde les enseñaran que la primera lección era no llevar la contraria a un rey, y menos a un emperador?
Algo había fallado. Midrangor había completado un arco perfecto, pero ni siquiera llegó a rozar al viejo, que estaba un paso más atrás de lo que él había calculado.
¿Desde cuándo cometía él errores de cálculo?
– Tu dolor de cabeza -insistió el heraldo.
Togul Barok envainó la espada sin molestarse en besarla. Sentía que había hecho el ridículo delante de sus hombres. Motivo suficiente para ejecutar veinte veces a aquel heraldo.
Pero saltaba a la vista que el viejo era algo más. Su parecido con Ulma Tor no podía ser mera casualidad. Un personaje como ése tendría algo interesante que explicarle en un día tan extraño y cargado de portentos como el de hoy.
Al fin y al cabo, le sobraba tiempo para matarlo.
Si es que era tan fácil.
– Sí, me sigue doliendo. ¿Por qué lo sabías?
– Tú mismo me lo has dicho.
Togul Barok meneó la cabeza, con lo que sólo consiguió agravar el insufrible latido interior. Sí, se lo he dicho. Ya ni siquiera recuerdo mis propias palabras de hace un minuto.
– Por lo que veo, sabes quién soy, heraldo.
– ¿Quién no ha oído hablar de Togul Barok, gran maestro del Tahedo y emperador de Áinar?
– Paseemos un poco -dijo Togul Barok, haciendo un gesto a sus hombres para que no le siguieran.
Se alejaron hacia el este. La luna verde ya se había despegado del horizonte. Por el momento, brillaba como todas las noches.
– ¿Quién eres, heraldo?
– Nadie importante.
– Tú sabes quién soy yo. No me gusta jugar en desventaja.
– Eso es lógico.
– Deja de darme largas. No conviene desatar mi ira por dos veces.
Llevo la lanza a la espalda, y de esa arma no creo que te escapes, añadió para sí.
– Mi nombre no te va a decir nada.
– Aun así, al menos me servirá para dirigirme a ti.
Читать дальше