LA VENGANZA, ¡PLACER DE DIOSES!
Primera edición: marzo 2022
ISBN: 978-607-8773-35-0
© Teresa Solbes
© Gilda Consuelo Salinas Quiñones
(Trópico de Escorpio)
Empresa 34 B-203, Col. San Juan
CDMX, 03730
www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio
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Distribución: Trópico de Escorpio
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Trópico de Escorpio
Diseño editorial: Karina Flores
Portada: Julio Romero Torres. Mujer con pistola . 1925.
HECHO EN MÉXICO
A mis hijas: Eugenia y Fernanda
Leer a Teresa Solbes en esta novela: La venganza, ¡placer de dioses! , también es un placer de dioses y más dulce que la expiación.
Su prosa, bien estructurada y lógica, se desliza por las páginas y se necesita una gran fuerza de voluntad para detenerse aunque llame el deber, el sueño, el teléfono, la comida.
Si bien es la segunda novela editada, Teresa tiene ya una fila de manuscritos listos para entrar al proceso, porque su vocación de vida son las letras y cuando se es, no hay manera de negar o esconderlo, sino más bien de acogerlo en la entraña para que crezca y se reproduzca.
Eso es lo que deseo, que las novelas de Teresa sigan llegando a mi vida, a mis ojos; con su talento, sus personajes tan bien perfilados, con esas escenas brutales y sin embargo, embellecidas con figuras gramaticales que le dan su sello, su estilo, su sabiduría literaria.
La venganza, ¡placer de dioses! Es una novela social que nos lleva a testificar la amargura y el dolor que se instala en Soledad, víctima de la traición de un sujeto conocido, militar del alto rango a quien acudió para saber qué había pasado con su marido: iban a indultarlo, saldría el día tal a las 9 de la mañana y una hora antes, la guardia civil se presentó en su piso para darle la fatal noticia que la trastorna.
Horas después entra al cementerio de Montjuïc sin importar la lluvia, a pesar de que a esa hora el camposanto está cerrado, y armada con un paraguas destroza, remueve, se llena de lodo, grita, enloquece. Una escena bárbara y maravillosa.
Durante años, Sole acaricia la posibilidad de encontrar a quien, de un plumazo labró su desgracia, tiempos convulsos de guerra, tarea harto complicada, pero es más grande la desdicha que no le permite encontrar la paz, que los obstáculos.
Desde el banco de madera vieja del Paralelo de Barcelona, frente a la fuente, con sus amigas las palomas, a quienes alimenta, quienes le cuchichean y de quienes recibe ternura, rumia su venganza, que al cabo nada le queda en la vida… salvo que aparezca su hijo, un adolescente desaparecido años atrás.
Seguro disfrutarán esta novela como yo lo hice.
Y seguro querrán leer más de Teresa Solbes, que tiene con qué nutrir nuestras ansias lectoras.
Gilda Salinas
Como todas las mañanas a las once, Soledad está ahí, sentada sobre el banco de madera vieja de toda la vida, dándole la espalda al no menos viejo Molino Rojo del Paralelo de Barcelona. Abre con mano segura una arrugada bolsa de papel de estraza y saca el pan deshecho en migajas al aire de las angustias y los recuerdos que, según cuenta, de un tiempo a esta parte la devoran.
—No puedo claudicar —dice entornando los párpados mientras le da de comer a las aves quienes, inquisidoras, persiguen las palmas de sus manos como piratas en busca de tesoros.
Ella tiene un hijo violento y asesino que hace cualquiera de esas cosas que su padre no haría: oprime al confiado, engaña al amigo, mata si le pagan por el crimen…
O, al menos, es lo que le vienen contando a la madre las personas que dicen que lo han visto en distintos lugares de Europa. ¿Será verdad? Lo cierto es que lleva casi once años de indagaciones, aun así, nada se sabe de cierto. Es por ello que decidió contratar al detective Carlos Clubak, el más afamado del momento en el rastreo de desaparecidos durante las guerras.
Carlos Clubak ahora viaja en el Talgo rumbo a Sevilla acompañado de Simón, su ayudante, el que no cesa de preguntarse qué caso tiene ir en su búsqueda.
—Revolver Europa al derecho y al revés para encontrar tal amasijo de basura, por muy madre que ella sea, resulta un desperdicio —comentan los detectives convencidos de que el esfuerzo y el dineral que a la mujer le está costando movilizar a la gente no valen la pena. Sin embargo, Carlos reconoce que gracias a personas como esta y a casos estrafalarios como el que ahora se le presenta, vive con cierto desahogo económico; él se mantiene de sus pesquisas, de buscar lo que nadie encuentra y casi siempre lo consigue. Tiene bien fundamentada la reputación que lo acompaña: “Es un excelente profesional.” Detallan quienes lo conocen.
—No sé si mi destino se me presenta como lo hace porque trato de hacer las cosas con rigor, o simplemente por azar. También pudiera ser porque casi siempre me dejo guiar por ese sexto sentido que, según la teoría junguiana, es gracias a la parte femenina que todos los hombres tenemos y la descuidamos. Por lo visto yo la atiendo bien.
—Lo más seguro, amigo mío, es que se trate solo de olfato, nada más que olfato… —comenta Simón siempre que se pone sobre el tapete el tema de la perspicacia de su compañero; en cuanto a esa parte femenina que Carlos presume de tener bien puesta, él lo duda. De haber sido tal premisa cierta, la realidad de Simón seguro que sería otra muy diferente. Los dos amigos, trabajando en equipo por los mismos intereses, podrían haberse comido el mundo, sin embargo no es así. Hoy el universo de Simón es sombrío, el de su amigo no. Sean cuales sean los peligros a los que se enfrenta, Carlos sale de ellos sano y salvo. No le sucede al otro lo mismo: al menor desliz que se gaste acaba perdiendo los empleos, las amistades cocidas al vapor y hasta la camisa perdería si Carlos no estuviera siempre esperándolo allí, en el fondo del abismo, con los brazos abiertos. La vida los unió desde que nacieron, sin embargo la guerra los mantuvo distantes. Primero la de España: 1936 y, después, la mundial en 1939. Pero ahora el destino ha querido acercarlos más que nunca.
Los sueños de juventud se perdieron entre la pólvora y las traiciones que Simón planeaba a conciencia sin escrúpulo ni reproches inútiles, sacando provecho a los disparates de las posguerras. Venganzas y rencillas entre gente del mismo lugar, vecinos, hermanos… ¡todos contra todos!, parecía ser la consigna. Señales de locura que le llenaron las arcas.
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