Lucy Gordon
Por venganza y placer
Por venganza y placer (2008)
Título Original: The Italian's passionate revenge (2008)
Serie Multiautor: 15º Ardiente venganza
– ¿Quién es? ¿Por qué ha venido este desconocido al funeral de mi marido y por qué me mira?
– Polvo al polvo, cenizas a las cenizas…
En un rincón del cementerio londinense, el predicador entonaba las palabras sobre la tumba, mientras los asistentes tiritaban bajo la fría llovizna de febrero y la viuda deseaba que todo acabara pronto.
Cenizas. Una descripción perfecta de su matrimonio.
Elise miró a su alrededor y vio rostros inexpresivos. Ben Carlton había tenido socios, pero no amigos. Su vida había sido un cúmulo de tratos sucios y malas relaciones. Incluida la de ellos. Un mal matrimonio, por malas razones, con un mal final.
Mucha gente le era desconocida. A algunos los había conocido en las lujosas cenas que a Ben tanto le habían gustado y recordaba vagamente sus rostros. Todos le parecían iguales excepto un hombre.
Estaba al otro lado de la tumba y sus ojos duros la observaban en un rostro inexpresivo. No miraba el féretro, sólo a ella, con fijeza, como si así pretendiera encontrar la respuesta a un interrogante.
Debía tener treinta y muchos años, era alto, moreno y con un aire autoritario que hacía que todos los demás pareciesen insignificantes. Le dijo algo a una señora y Elise captó su acento continental. Se preguntó si pertenecía a Farnese Internationale, la empresa italiana que había contratado recientemente a Ben.
Elise no sabía mucho de los negocios de su marido, pero sospechaba que todos le consideraban un inútil. Por eso la sorprendió que una multinacional lo contratara. Ben se lo había contado con orgullo, porque sabía la pobre opinión que tenía de él.
– Espera a que estemos viviendo en Roma a todo lujo -se había vanagloriado-. En un piso increíble.
Así descubrió que había comprado el piso, sin consultarla, y, peor aún, había vendido su casa de Londres.
– No quiero volver a Roma -había dicho airada-. Me asombra que tú sí. ¿Crees que he olvidado…?
– No digas tonterías. Eso fue hace mucho. Es un buen trabajo, con mucha vida social. Deberías alegrarte. Podrás practicar italiano. Hablabas muy bien.
– Como has dicho, eso fue hace mucho.
– Voy a necesitarte -había atajado él-. No sé hablar el maldito idioma, no me lo pongas difícil.
– Además, has sacado nuestro dinero del país sin consultarme.
– Por si pensabas en divorciarte -había replicado él-. Sé lo que se te pasa por la cabeza.
– Puede que decida vivir por mi cuenta.
Él se había echado a reír al oírlo.
– ¿Tú? ¿Después de tantos años de buena vida. ¡Jamás! Te has ablandado.
Elise, acostumbrada a su grosería, había ignorado el comentario, aunque tal vez él tuviera razón.
Se habían trasladado al Ritz hasta el día de la partida. Pero Ben había muerto de un infarto mientras disfrutaba, en otro hotel, con una mujer que llamó a una ambulancia y desapareció antes de que llegara.
Elise se estremeció. Había oscurecido, pero percibía que el extraño seguía mirándola. Finalmente, el funeral acabó y la gente empezó a moverse.
– Espero que asistan a la recepción -repitió una y otra vez-. A Ben le habría gustado mucho.
– Espero que su invitación me incluya -dijo el hombre-. No me conoce, pero me entusiasmaba la idea de que su marido se uniera a nuestra empresa. Me llamo Vincente Farnese.
Ella reconoció el nombre de inmediato. Según Ben, era uno de los hombres más poderosos de Italia, influyente, rico, metido en política… Además, le había ofrecido una fortuna para que trabajara para él.
Elise no comprendía que alguien pudiera querer contratarlo, y menos aún pagarle bien. Miró a Vincente Farnese, buscando alguna pista que resolviera el misterio. No la encontró. Era un hombre de aspecto sensato, en lo mejor de la vida. Inexplicable.
– Mi esposo me habló de usted -dijo-. Ha sido muy amable viniendo al funeral. Por supuesto que será bienvenido a la recepción.
– Es muy amable -replicó él.
Elise no entendía qué hacía allí. No tenía nada que ganar ya que Ben estaba muerto. Daba igual, sólo deseaba que todo acabara. Cerró los ojos y se tambaleó, pero una fuerte mano la estabilizó.
– Ya queda poco -dijo Vincente-. No se rinda ahora.
– No iba a… -abrió los ojos y lo encontró a su lado, sujetándola.
– Lo sé -dijo él. La guió hasta el coche y le abrió la puerta él mismo. Antes de subir, Elise vio a otra persona que le había llamado la atención junto a la tumba. Una mujer de treinta y algún años, atractiva, con ropa negra, cara y llamativa.
Elise pensó que esa desconocida también la había observado de forma extraña, casi beligerante.
– ¿Quién ese esa señora? -preguntó él, sentándose a su lado.
– No lo sé. Nunca la había visto antes.
– Parece conocerla, por cómo la mira.
El Ritz no estaba muy lejos, y en la grandiosa suite que Ben había insistido en ocupar, había preparado un lujoso bufé. Elise habría preferido algo discreto, pero cierto sentido de culpabilidad la había llevado a celebrar el funeral por todo lo alto. Aunque no lloraría su muerte, al menos le daría la despedida que él habría deseado, la de un hombre rico e importante, a pesar de que sólo lo era en sus fantasías.
Cuando entró en la habitación, el espejo le confirmó que estaba perfecta en su papel de viuda elegante, con su ajustado vestido y el sombrerito negro sobre el cabello rubio, peinado con severidad. Era una experta en el arte de las apariencias, porque una vez había soñado con ser diseñadora de ropa.
Elise sabía que era guapa. Durante los últimos ocho años su función había sido ser encantadora, elegante y sexy, porque era lo que Ben había querido. Era su propiedad y él esperaba la perfección. Su vida se había convertido en una rutina de gimnasios y salones de belleza.
La naturaleza había sido generosa: guapa, buen tipo sin tendencia a engordar, pelo rubio y enormes ojos de un azul profundo. Peluqueras y masajistas la habían convertido en una mujer objeto perfecta.
Era lo que el mundo esperaba: gentil, a la moda y siempre con la palabra perfecta en los labios. Sólo ella conocía su vacío interior. Pero le daba igual.
Hacía tiempo que había olvidado las emociones, el deseo y la pasión. Las había encerrado al casarse con Ben y había perdido la llave.
Elise comprobó que todo el mundo tenía suficiente comida, bebida y atención. Pronto sería libre.
El señor Farnese hablaba con los invitados, supuso que buscando nuevos negocios, como Ben. Pero Ben siempre buscaba impresionar. Vincente Farnese era lo contrario. Todos sabían quién era y buscaban su atención. Él la daba a su placer; si no le interesaban los despedía con un movimiento de la cabeza, cortés pero terminante.
Era cuanto Ben había deseado ser: un hombre guapo y saludable, con un rostro inteligente y de expresión peligrosa. Tenía los ojos negros, pero una luz emergía de sus profundidades. Parecía ser un dueño del mundo que pretendiera seguir siéndolo. Como el león dominante de la manada.
No bebía alcohol. Llevaba dos horas con la misma copa de vino en la mano, y tampoco había comido. En cambio, la mujer en quien se había fijado Elise, comía y bebía con gusto. Al igual que él, parecía estar esperando algo.
– Lo siento no nos han presentado. Ha sido muy amable al… -dijo Elise a la desconocida, cuando la gente empezó a despedirse.
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