– Calma -recomendó Tomás-. Déjeme que analice el contexto de lo que tengo que revelarle. Es importante que hagamos un resumen sobre la historia de Colón, porque existe algo extraño relacionado con su nombre, algo que es pertinente en el contexto de la historia de su vida y del acertijo que nos ha dejado el profesor Toscano.
– All right, go on.
– Muy bien -dijo Tomás e hizo una pausa para intentar reanudar la narración en el punto donde la había interrumpido-. Como decía, Colón se fue a España. Es necesario recordar que España estaba entonces gobernada por la reina Isabel de Castilla y por el rey Fernando de Aragón, los llamados Reyes Católicos, que se habían casado, uniendo así las dos Coronas y los dos reinos. El país estaba en aquel momento envuelto en una campaña militar para expulsar a los árabes del sur de la península Ibérica, pero la reina manifestó su interés por escuchar a Colón, o Colombo. El navegante sometió su proyecto a una comisión de sabios del Colegio Dominicano. El problema es que los españoles se encontraban mucho más atrasados que los portugueses en materia de conocimiento, por lo que, después de cuatro años de estudiar la cuestión, los supuestos sabios españoles concluyeron que la idea de navegar hacia occidente en busca de la India era irrealizable, dado que la Tierra era, en su opinión, plana. En 1488, Colón regresó a Portugal y fue recibido por don Juan II, mucho más esclarecido, ante quien insistió en sus propuestas. Sólo que, cuando se encontraba en Lisboa, Colón asistió a la llegada de Bartolomeu Dias con la noticia de que había rodeado África y había descubierto el paso del Atlántico al índico, abriendo así el deseado camino hacia el viaje directamente hasta la India. El proyecto de Colón, naturalmente, quedó abortado. ¿Por qué motivo el rey portugués habría de invertir en la larga e incierta ruta por occidente si ya había descubierto el atajo por el sur? Desanimado, Colón regresó a España, donde se había casado, entre tanto, con Beatriz de Arana. Hasta que, en 1492, los árabes se rindieron en Granada y los cristianos comenzaron a controlar toda la Península. En medio de la euforia del triunfo, la reina de Castilla dio luz verde a Colón y el navegante partió hacia el viaje que culminaría con el descubrimiento de América.
– Cuénteme novedades, Tom -insistió el americano.
– Le he recordado esto para establecer de modo claro la relación de Cristoforo Colombo con los reinos ibéricos, no sólo con Castilla sino también con Portugal. No fue algo pasajero, sino, como ve, una relación profunda.
– Ya lo he entendido.
Tomás dejó de consultar los apuntes y documentos que había traído y miró a Moliarti.
– Entonces, si ya ha entendido, explíqueme sólo una cosa -pidió-. ¿Por qué razón los portugueses y los castellanos, si tenían una relación tan profunda con Colón, nunca lo llamaron Colombo?
– ¿Cómo?
– Durante el siglo xv, mientras el gran navegante estuvo en Portugal y en Castilla, nunca nadie llamó a Colón por su, en teoría, verdadero apellido: Colombo.
– ¿Nunca lo llamaron Colombo? ¿Qué quiere usted decir con eso?
– No hay un solo documento, portugués o castellano, que llame Colombo a Colón. El primer texto portugués en el cual aparece una referencia a «Colonbo», con «n», es la Crónica de D. Joao II, de Ruy de Pina, escrita a principios del siglo xvi. Hasta entonces, nunca ningún portugués lo había llamado Colombo.
– Entonces ¿cómo lo llamaban?
– Colom o Colon.
Moliarti permaneció unos momentos en silencio.
– ¿Qué significa eso?
– Ahí vamos -dijo Tomás, volviendo a hojear sus apuntes-. Fui a ver los documentos de la época y descubrí que Cristoforo Colombo es presentado como Christovam Colom, o Colon, el nombre propio abreviado a veces como «Xpovam». Cuando el navegante fue a España, los españoles comenzaron llamándolo Colomo, pero deprisa evolucionaron hacia Christóbal Colon, Christóbal abreviado como «Xpoval». Pero nunca Colombo. Nunca, nunca. -Buscó en el fajo de documentos-. Fíjese -dijo mientras sacaba la hoja que buscaba-: ésta es la fotocopia de una carta del duque de Medinaceli dirigida al cardenal Mendoza, fechada el 19 de marzo de 1493 y guardada con la referencia de documento catorce del Archivo de Simancas. Fíjese ahora en lo que aquí está escrito -dijo mientras señalaba una frase redactada en la hoja-: «Tuve en mi casa mucho tiempo a Cristóbal Colomo, que venía de Portugal y quería ir a ver al rey de Francia». -Alzó la cabeza-. ¿Lo ve? Aquí aparece Colomo. Pero lo extraño es que en la misma carta, más adelante, el duque lo llama de otra manera. -Señaló un segundo fragmento-. Aquí está: Cristóbal Guerra. -Volvió a mirar a Moliarti con una expresión interrogativa-. ¿Guerra? ¿Al final era Colombo, Colom, Colon, Colomo o Guerra?
– ¿Ese Guerra no podrá ser cualquier otro hombre que se llamase Cristóbal?
– No, la carta del duque es muy clara, este Guerra es nuestro Colón. Fíjese ahora. -Alisó la fotocopia para leerla mejor-. Escribió el duque: «En ese tiempo, Cristóbal Guerra y Pedro Alonso Niño se dispusieron a descubrir, y este testigo lo afirma así mismo, con la flota de Hojeda y Juan de la Cosa». -Miró a Moliarti-. Ahora bien, el Cristóbal que salió «dispuesto a descubrir» con Niño, Hojeda y de la Cosa fue, como usted bien sabe, Colón, es decir, Cristoforo Colombo.
– Puede ser una incongruencia, un error.
– Sin duda es una incongruencia, pero no creo que haya error. ¿Y sabe por qué? -Buscó nuevamente en el fajo, localizó dos fotocopias y le mostró la primera al americano-. Este es un extracto de la primera edición de la Legatio Babylonica, de Pietro Martire d'Anghiera, publicada en 1515. En este texto, D'Anghiera identificó a Colón de esta forma: «Colonus vero Guiarra». Como «vero» significa «en verdad», D'Anghiera estaba diciendo que Cristoforo Colombo, alias Colom, alias Colomo, alias Colon, alias Colonus, alias Guerra, se llamaba, en verdad, Guiarra. -Mostró la segunda fotocopia-. Y éste es un extracto de la segunda edición de la misma Legatio Babylonica, de D'Anghiera, esta vez titulada Psalterium y fechada en 1530. Aquí la misma identificación sufre una ligera alteración. Aparece «Colonus vero Guerra». -Buscó con frenesí una hoja más-. Y éste es el documento treinta y seis del Archivo de Simancas, fechado el 28 de junio de 1500. Este documento es una orden dirigida a un tal Afonso Alvares, a quien «sus altezas mandan ir con Xproval Guerra a la tierra nuevamente descubierta». -Miró una vez más a Moliarti-. Otra vez el apellido Guerra.
– Son tres documentos donde lo llaman Guerra -observó el estadounidense.
– Cuatro -corrigió Tomás, volviendo a centrar la atención en los apuntes-. Después de la muerte de Cristóbal Colón, su hijo portugués, Diogo Colom, inició un proceso judicial contra la Corona de Castilla, titulado «Pleyto con la Corona», en un esfuerzo por asegurar los derechos de su padre. Las audiencias comenzaron en 1512 en la isla de Santo Domingo, en las Antillas, y terminaron en 1515 en Sevilla. Todos los marineros y capitanes que participaron en el descubrimiento de América fueron escuchados en este proceso, prestando declaración bajo juramento con la mano sobre la Biblia. -Extrajo otra hoja del fajo-. Esta es una copia de la declaración del maestre-piloto Nicolás Pérez. Dijo él en el tribunal, con la mano apoyada sobre la Biblia, que el «verdadero apellido de Colon era Guerra».
– Por tanto, lo que me está diciendo es que, en su época, Cristoforo Colombo no era conocido como Colombo, sino como Guerra.
– No, no es eso lo que estoy, necesariamente, diciendo. Lo que estoy diciendo es que él, por algún motivo, tenía muchos nombres, pero Colombo no era ninguno de ellos. -Dibujó un gesto vago en el aire-. En realidad, prácticamente no existen documentos sobre el paso de Cristoforo Colombo por Portugal, hecho bastante misterioso, pero, por lo que he podido averiguar, fue conocido en este país por Colom y por Colon. Fue a España en 1484 y comenzó a ser llamado Colomo. Sólo ocho años después, los castellanos comenzaron a designarlo como Colon.
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