– ¿Cómo? ¿La Crónica de D. Joao II es el Códice 632?
– No, estimado amigo. La Crónica de D. Joao II no es el Códice 632, sino que el Códice 632 es una Crónica de D. Joao II.
Tomás meneó la cabeza, confundido.
– No entiendo.
– Es sencillo, amigo -dijo Vilarigues-. A principios del siglo xvi, el rey don Manuel mandó a Ruy de Pina que escribiese la Crónica de D. Joao II. Pina era amigo personal del difunto rey y conocía muchos detalles de su vida. El cronista cogió la pluma y escribió una biografía del Príncipe Perfecto. Los copistas vieron ese manuscrito e hicieron copias en pergamino o papel. El manuscrito original se perdió, pero existen tres copias principales, todas del siglo xvi. La más hermosa se encuentra guardada en la caja fuerte de la Torre do Tombo, donde se concentra el gran tesoro bibliográfico de Portugal. Se trata del Pergamino 9, redactado con letra gótica y repleto de miniaturas de color. Las otras dos copias están en la Biblioteca Nacional. Son el Códice Alcobacense, así llamado porque lo encontraron en el monasterio de Alcobaça, y el Códice 632. Estas tres copias cuentan la misma historia, aunque con caligrafías diferentes. Pero hay un detalle, un pequeño detalle, que traiciona la versión uniforme. -Cogió las fotocopias y se las mostró a Tomás-. Ese detalle está en el Códice 632 e incluye el extracto en el que Pina describe el encuentro de Colón con don Juan II.
– Acercó las fotocopias a los ojos del historiador-. ¿No ve en este texto nada extraño?
Tomás cogió las hojas y analizó la parte de abajo de la primera fotocopia y la parte de arriba de la segunda.
– No, no veo nada -dijo por fin-. Ésta es la descripción de la llegada de Colón a Lisboa, proveniente de América. Me parece normal.
El conde alzó ligeramente la ceja izquierda, como si fuese un profesor y Tomás un alumno que había dado una respuesta equivocada.
– ¿Usted cree?
– Bien…, sí, no veo nada anormal.
– Fíjese bien en los espacios entre las palabras. Todos tienen una medida uniforme. Pero hay un momento en que el copista alteró su pauta. ¿Lo ve?
Tomás volvió a inclinarse sobre las dos hojas, mirando fijamente el texto. Primero captó el conjunto, después los detalles.
– Realmente, ahora que lo dice, hay aquí algo extraño…
– ¿Entonces?
– Hay un espacio en blanco después de la palabra «capítulo», en el centro de la primera página…
– Lo que significa que el copista no colocó el número del capítulo, a la espera de instrucciones superiores. ¿Y qué más?
– Y… hay un espacio demasiado grande antes y después de las palabras «y taliano». Es una cosa mínima, pero muy visible si se la compara con los espacios entre las restantes palabras.
– Pues sí, estimado amigo. ¿Y qué significa eso?
Tomás miró a su interlocutor con expresión de perplejidad.
– Bien…, pues… es extraño…
– Que es extraño ya lo sé, pero dígame qué significa. ¡Ande, no tenga miedo, arriesgue!
– Así a primera vista…, da la impresión…, eh…, da la impresión de que el copista dejó primero el espacio en blanco cuando se refirió al origen de Colón. Escribió todo de carrerilla, pero dejó esa parte en blanco. Es…, es un poco como si estuviese esperando instrucciones superiores sobre lo que debería poner allí…
– ¡Bingo! -exclamó el conde-. Hasta que llegaron instrucciones.
– Exacto. Instrucciones para escribir «y taliano».
– Como todos los cronistas, Ruy de Pina sólo escribía lo que le decían que escribiese o lo que le dejaban escribir. Muchas cosas quedaban ocultas. Por ejemplo, Pina jamás relató la hazaña de navegación más importante del reinado de don Juan II, el descubrimiento del paso al índico por Bartolomeu Dias. Esa gran proeza, que permitió el viaje posterior de Vasco da Gama, fue lisa y llanamente ignorada por este cronista.
– Sí -coincidió Tomás-. No hay duda de que los cronistas sólo registraban lo que era del interés de la Corona.
El conde Vilarigues señaló la tercera y cuarta líneas de la segunda página.
– ¿Y se ha fijado que, en este fragmento, el nombre de «colo nbo» se encuentra dividido por el medio? En la tercera línea aparece «colo» y en la cuarta «nbo». Es como si el espacio dejado en blanco fuese aún mayor, como si el copista hubiera recibido instrucciones posteriores para escribir, en el espacio en blanco del comienzo de la cuarta línea: «nbo y taliano», en vez de cualquier otra cosa. -El conde alzó el dedo y abrió mucho sus ojos negros-. En vez de la verdad -dijo bajando el tono de voz, casi susurrando-. En vez del secreto.
Tomás se rascaba el mentón mientras miraba aquella línea extraña.
– ¡Caray! -observó, con los ojos fijos en el fragmento fatídico-. En efecto, da realmente la sensación de que el copista añadió este «nbo y taliano» posteriormente.
El conde se movió sobre la rígida tabla del asiento, incómodo, se sentía cansado de estar tanto tiempo en aquella posición.
– Pero debo decirle una cosa -indicó-. Cuando conversé con el profesor Toscano sobre el Códice 632, poco tiempo antes de que se fuese a Brasil y muriese, él planteó otra hipótesis. Siempre me pareció que estos espacios anormales alrededor del «y taliano» daban el indicio de que, en el momento de la primera redacción, se había dejado a propósito un espacio en blanco para añadir después lo que más conviniera. Pero el profesor Toscano tenía otra teoría. El creía que estos espacios eran indicios de raspaduras. Es decir, él pensaba que el copista había copiado, del manuscrito original de Pina, ya desaparecido, la información sobre la verdadera identidad de Colón. Pero como el interés era mantener tal identidad en secreto, esa información fue borrada y el copista acabó escribiendo por encima «nbo y taliano», sustituyendo la información original. Quedó en comprobarlo, pero nunca más me dijo nada. -Se encogió de hombros-. Supongo que habría resultado una conjetura infundada.
– Tal vez -admitió Tomás, que agitó las dos hojas-. ¿Sabe si estas fotocopias se hicieron a partir del documento original?
– ¿Cómo?
– Le estoy preguntando si el profesor Toscano sacó estas fotocopias del documento original o si fue a partir de un facsímile.
– Ah, no. Esa fotocopia se sacó a partir del microfilme que la Biblioteca Nacional puso a su disposición. Como sabe, no tenemos acceso a los originales. El manuscrito del Códice 632 es una rareza y se encuentra guardado en el cofre de la biblioteca, no se puede consultar sin más ni más.
Tomás se levantó del banco e hizo girar el tronco, dolorido por la inmovilidad.
– Es lo que quería saber -dijo.
El conde se levantó también.
– ¿Qué va a hacer ahora?
– Una cosa muy sencilla, señor conde -dijo acomodándose la ropa-. Voy a hacer lo que ya debería haberse hecho.
– ¿Qué?
Tomás se dirigió a una pequeña puerta abierta frente al banco donde se habían sentado. Se preparaba ya para abandonar la girola y bajar al gran claustro cuando se detuvo, volvió la cabeza y miró al conde, cuyas facciones quedaban ocultas tras la penumbra.
– Voy a la Biblioteca Nacional a ver el original del Códice 632.
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