José Santos - El códice 632

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Tomás Noroña, profesor de Historia de la Universidad Nova de Lisboa y perito en criptología y lenguas antiguas, es contratado para descifrar una cifra misteriosa.
Los conocimientos y la imaginación de Tomás lo llevarán a una espiral de intrigas, en dónde inesperadamente se topará que con un secreto guardado durante muchos siglos: la verdadera identidad de Cristóbal Colón.
Basada en documentos históricos genuinos, El códice 632 nos transporta a un viaje por el tiempo, una aventura repleta de enigmas y mitos, secretos encubiertos y pistas misteriosas, falsas apariencias y hechos silenciados, un auténtico juego de espejos donde la ilusión se disfraza de realidad, para disimular la verdad.

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– Sí, claro.

– ¿Cree acaso que son sólidos?

– No, son frágiles. Están llenos de contradicciones e incongruencias.

– ¿Cree entonces que Colón era portugués?

– Hay claros indicios en ese sentido, sí. Pero permítame que le diga: falta una prueba final.

– ¿De qué prueba habla? -adoptó un tono irónico-. ¿Quiere una cinta de vídeo con imágenes de Colón mirando a la cámara y cantando el himno nacional?

– No, pero quiero pruebas sólidas. Fíjese, con todas sus inconsistencias y absurdos, la tesis genovesa es la única que le otorga una identidad a Colón. Le atribuye una familia, le da una casa, presenta documentos. Todo el resto falla, es cierto, pero al menos tiene eso. La tesis portuguesa es todo lo contrario. Por más que cobre sentido y resuelva los misterios entorno a la figura del Almirante, carece de un documento que lo identifique con claridad.

– Muy bien, vamos, pues, a las pruebas -respondió el conde, haciendo un gesto con la mano para pedirle a su interlocutor que tuviese paciencia-. Por ahora, analicemos los indicios. Frente a los indicios que existen, ¿la historia que le conté tiene sentido?

– Pues… yo diría que sí, todo parece encajar.

– Entonces analicemos ahora los indicios siguientes.

– ¿Más indicios?

– Sí -respondió sonriente el conde-. Concentrémonos en los extraños acontecimientos que ocurrieron durante el primer viaje, el viaje crucial, el de 1492. Como sabe, Colón llegó a las Antillas y estableció contacto con los indígenas, a quienes llamó indios, por pensar que se encontraba en la India. Llegó incluso a obligar a su tripulación a jurar que aquella tierra era la India, tan firme se revelaba su intención de convencer a los Reyes Católicos de tal hecho. Pero es en el momento de volver cuando comienzan las decisiones más extrañas del viaje. En vez de regresar por el camino por el que había venido, navegando hacia el este en dirección a las islas Canarias, como hizo mientras tanto el capitán de la Pinta, el Almirante tomó rumbo hacia el norte en la Niña, en dirección al Ártico. Hoy en día sabemos que éste era el mejor camino, la ruta más eficaz, dado que en aquella estación del año soplaban los vientos alisios, más favorables. Pero si nunca nadie había navegado antes por esas aguas, como pretende la tesis oficial, ¿cómo diablos lo sabría Colón? Es evidente que le habían informado: o marineros portugueses, que navegaron por aquellos parajes en secreto, o, más probablemente, su «espicial amigo» don Juan II, que poseía los datos de esas exploraciones sigilosas. Colón navegó dos semanas hacia el norte y el noreste, hasta que viró hacia el este, por la zona de los vientos variables, dirigiéndose hacia las Azores.

»De las Casas refiere que el Almirante no corrigió el rumbo por no haber llegado aún al archipiélago portugués, lo que muestra su intención de dirigirse allí. Lo sorprendió una tempestad y velejó hasta la isla de Santa María, donde lanzó anclas. Ocurrió entonces un episodio extraño. La carabela castellana fue bien acogida por los portugueses, que hasta le enviaron un bote con víveres. El responsable interino de la isla, un tal Joao Castanheira, dijo conocer bien a Colón. El Almirante mandó parte de su tripulación a tierra, para rezar en una capilla, pero los hombres tardaron en volver. Colón se dio cuenta de que los portugueses los habían detenido. Los hombres de Santa María enviaron entonces un barco al encuentro de Colón, exigiendo que se rindiese, puesto que tenían en su poder la orden del rey de llevarlo preso. El Almirante no cedió e intentó tomar rumbo hacia la isla de San Miguel, pero, con tan pocos tripulantes y la inminencia de una nueva tempestad, ese viaje se reveló imposible y Colón desistió, regresando a Santa María. Al día siguiente, los portugueses liberaron a la tripulación. Al regresar a la Niña, los tripulantes dijeron que habían oído a Castanheira afirmar que sólo quería prender a Colón, debido a las órdenes del rey en ese sentido, y que los castellanos no le interesaban para nada. Al no haber logrado detener al Almirante, liberaba a la tripulación. -El conde hizo una mueca de escepticismo-. Ahora bien, todo esto, como es fácil de ver, resulta por lo menos muy misterioso. ¿Colón fue a pasear por las Azores en vez de ir derecho a Castilla? ¿Qué historia es esa de que João Castanheira conocía muy bien a Colón? ¿Y qué decir de la decisión del Almirante cuando fue informado de la orden del rey de detenerlo? En vez de hacerse a la mar y escapar del enemigo, como haría cualquier persona con un mínimo de sentido común, decidió, nada más ni nada menos, dirigirse a la isla de San Miguel, donde, presumiblemente, tal orden sería ejecutada con igual eficacia. ¿No es ése un comportamiento extraño?

– En efecto -reconoció Tomás-. ¿Cuál es la explicación?

– No había, en aquel momento, ninguna orden real para detener a Colón. Castanheira sólo sabía que el hidalgo, cuya reputación, al menos, conocía, se había aliado con los castellanos e, ignorando los detalles de la geoestrategia política de don Juan II, supuso que aún estaba en vigor la anterior orden del rey de detener al traidor. No hay que olvidar que Colón estuvo implicado en una conspiración contra la vida de don Juan II y que, cuando la conjura acabó desmontada, comenzó a ser buscado por la justicia. Así pues, Castanheira conocía esa antigua orden de prisión y, estando aislado en una isla remota, no sabía que, mientras tanto, aquélla había sido revocada. A su vez el Almirante, presumiblemente, no llevó consigo en el viaje el salvoconducto que le había entregado el monarca en 1488, corriendo un tupido velo sobre los acontecimientos de 1484. El comportamiento siguiente de Colón, además, corrobora esta explicación. En vez de huir a Castilla, como sería normal para quien era acosado de tal modo por el rey portugués, decidió dirigirse a San Miguel. ¿Por qué lo haría, si habían puesto precio a su cabeza? La respuesta es sencilla. Colón tenía razones secretas para creer que esa información era falsa y sabía que en San Miguel había responsables que conocían la verdad. -Hizo un gesto Brusco con la mano, como si quisiese acabar con este asunto-. Bien, adelante. Terminado el extraño periplo azoriano, ¿qué cree usted que habría sido normal que Colón hiciera a continuación?

– ¿Volver a Castilla?

– ¡Así es! Me parece que sería lógico que Colón se dirigiese finalmente a Castilla, ansioso por caer en los brazos de los Reyes Católicos y recoger la dulce gloria del gran descubrimiento. -Meneó la cabeza, con la voz cargada de ironía-. Nuevo error -dijo al tiempo que se tapaba los ojos con el dorso de la mano izquierda, simulando sufrimiento y pesar-. ¡Oh, cruel destino! ¡Una tempestad más lo arrastró, imagínese, hacia Lisboa! -Se echó las manos a la cabeza, siempre con un exagerado gesto teatral-. ¡Así es! ¡Los vientos conspiraron para arrojarlo en la boca del lobo, en el cubil del enemigo! -Guiñó el ojo, divertido, y se rio-. O sea, que nuestro amigo aportó en Restelo el 4 de marzo de 1493, junto a la gran nave que pertenecía al propio rey. El capitán de esa nave real fue hasta la Niña a preguntarle a Colón qué estaba haciendo en Lisboa. El Almirante respondió que sólo hablaría con su «espicial amigo», el rey de Portugal. El día 9, Colón fue conducido al palacio real en Azambuja, donde se encontró con don Juan II. Le besó la mano en una habitación y ambos intercambiaron en privado algunas palabras. Después, el rey llevó al Almirante a una sala donde se encontraban varias figuras ilustres de su corte. Los relatos de los cronistas difieren en cuanto a lo que aquí ocurrió. Hernando Colón, citando a su padre, dice que el monarca portugués escuchó con semblante alegre el relato del viaje, sólo acotando que, por el Tratado de Alcáçovas/Toledo, aquellas tierras ahora descubiertas le pertenecían. Ruy de Pina, que probablemente asistió al encuentro, refiere que el rey escuchó afectado el relato de las hazañas de su antiguo súbdito y que Colón se dirigió a él de forma exaltada, acusándolo de negligencia por no haberle dado crédito en el momento oportuno. Los términos usados habrían sido de tal modo ofensivos que Pina reveló que los hidalgos presentes habían decidido matar a Colón, incluso porque, con su muerte, quedaría Castilla privada del sensacional descubrimiento. Pero, según cuenta el cronista, no sólo don Juan II impidió el asesinato, sino que, prodigio de prodigios, trató al agresivo e incauto visitante con mucho honor y ceremonia. Más aún, el rey dio órdenes para que se le suministrase a la carabela castellana todo lo que le hiciera falta. Al día siguiente, día 10, Colón y don Juan II volvieron a conversar, y el rey le prometió ayuda en lo que necesitase y mandó que se sentase en su presencia, siempre muy ceremonioso y cubriéndolo de honores. Se despidieron el día 11 y los hidalgos portugueses lo acompañaron, insistiendo en rendirle pleitesía. -El conde miró al historiador-. ¿Qué me dice de todo esto?

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