– Soy Siobhan. Creo que hay alguien que me espía.
Rebus pulsó el botón del portero automático y ella abrió la puerta después de comprobar que era él. Cuando llegó a su piso ya tenía la puerta abierta.
– ¿Qué ha sucedido? -preguntó.
Pasaron al cuarto de estar y advirtió que estaba más tranquila de lo que esperaba.
En la mesita de centro había una botella de vino de la que faltaba un tercio junto a un vaso mediado. Por el olor, notó que había cenado comida india, pero no vio ningún plato ni cubiertos. Había recogido.
– He estado recibiendo llamadas…
– ¿Qué clase de llamadas?
– De esas que no dicen nada y cuelgan. Dos o tres veces al día. Si no estoy en casa, esperan a que se conecte el contestador y cuelgan. Quien sea lo hace expresamente para que quede grabado.
– ¿Y cuando estás en casa?
– Lo mismo, cuelgan sin decir nada. He llamado al 1471, pero siempre dicen que no pueden revelar el número. Luego, esta noche…
– ¿Qué?
– Pues que he tenido la impresión de que me observaban desde enfrente -dijo señalando con la cabeza hacia la ventana.
Rebus miró hacia las cortinas echadas, se acercó a la ventana, las entreabrió y miró a la casa de enfrente.
– Tú, quédate aquí -dijo.
– Podría haber ido yo a averiguar, pero…
– Vuelvo enseguida.
Siobhan permaneció quieta junto a la ventana cruzada de brazos, oyó la puerta de abajo y vio a Rebus cruzar la calle. Había llegado casi sin aliento. ¿Es que no estaba en forma o había subido a todo correr? Tal vez inquieto por ella… Ahora se preguntaba por qué le había llamado. Tenía Gayfield Square a cinco minutos de casa y cualquiera de la comisaría habría podido acercarse. O podría haber mirado ella misma. No es que le diera miedo, pero una cosa así… era inquietante… pero si la compartes con otro, la inquietud se desvanece. Vio a Rebus abrir el portal de enfrente sin dudarlo un instante y después volvió a verle pasar por el descansillo del primer piso y llegar al segundo y allí se acercó a la ventana, saludándola a través del cristal para darle a entender que no había nadie. Subió un piso más para comprobar si había alguien escondido y bajó.
Cuando entró resoplaba aún más fuerte.
– Sí, lo sé -dijo dejándose caer en el sofá-, tendría que ir a un gimnasio -añadió sacando el tabaco del bolsillo, pero recordó que ella no le dejaría fumar en su casa. Siobhan volvió de la cocina con una copa.
– Es lo menos que puedo ofrecerte -dijo sirviéndole un vino.
– Salud -dijo él dando un buen sorbo y respirando profundamente-. ¿Es tu primera botella esta noche? -añadió en broma.
– No son visiones -dijo ella arrodillándose junto a la mesita y dando vueltas con las manos al vaso.
– Cuando se vive solo… No me refiero a ti, a mí también me sucede.
– ¿El qué? ¿Que te imaginas cosas? -replicó ella-. ¿Cómo lo sabías? -añadió con un leve rubor en las mejillas.
– ¿Cómo sabía, qué? -preguntó él mirándola.
– Dime que no eras tú quien me espiaba.
Él se quedó boquiabierto sin saber qué replicar.
– He visto que abrías la puerta sin dudar -añadió ella- ni comprobar si estaba cerrada o no. Luego sabías que estaba abierta. A continuación te detuviste en el segundo piso.
¿Para recobrar aliento? -prosiguió abriendo interrogante los ojos-. Era allí desde donde me observaban, desde ese descansillo.
Rebus bajó la vista hacia la copa.
– El mirón no era yo -dijo.
– Pero tú sabes quién es -dijo ella con una pausa-. ¿Es Derek? -el silencio de Rebus fue más que elocuente. Ella se puso en pie y comenzó a pasear por el cuarto-. Cuando le eche la vista encima…
– Escucha, Siobhan…
– ¿Cómo lo sabías? -dijo ella volviéndose hacia él.
Rebus tuvo que explicárselo y cuando terminó, Siobhan cogió el teléfono y marcó el número de Linford. Cuando descolgaron al otro lado de la línea ella colgó. Ahora la que respiraba aguadamente era ella.
– ¿Puedo preguntarte una cosa? -dijo Rebus.
– ¿Qué?
– ¿Has marcado el prefijo 141? -ella le miró sorprendida-. Es imprescindible si no quieres que aparezca tu número cuando llamas.
Aún se estremecía cuando sonó el teléfono.
– No contesto -dijo.
– Puede que no sea Derek.
– Que se grabe en el contestador.
Al cabo de siete timbrazos el contestador hizo clic y se oyó la grabación de su propia voz y luego otro clic al colgar el que llamaba.
– ¡Hijo de puta! -espetó ella.
Descolgó, marcó el 141, escuchó y colgó de golpe.
– ¿Número restringido? -dijo Rebus.
– ¿Qué juego se trae, John?
– Siobhan, le has dado calabazas y la gente en esas circunstancias hace cosas raras.
– Parece que estés de su lado.
– Ni mucho menos. Sólo intento dar una explicación.
– Porque alguien te dé calabazas ¿hay que dedicarse a acosarle? -dijo. Cogió el vaso de vino y dio dos sorbos mientras caminaba por el cuarto; advirtió que las cortinas estaban descorridas y fue rápidamente a echarlas.
– Anda, siéntate -dijo Rebus-. Mañana hablaremos con él.
Finalmente Siobhan dejó de pasear arriba y abajo y se sentó en el sofá a su lado. Rebus hizo ademán de servirle más vino pero ella rehusó.
– Es una lástima desperdiciarlo -comentó él.
– Bébetelo tú.
– No -Siobhan le miró y le sonrió-. Me he pasado casi toda la tarde reprimiéndome para no salir a tomar una copa -añadió él.
– ¿Por qué?
Él se encogió de hombros y ella cogió la botella.
– Pues evitemos el peligro.
Cuando la alcanzó ella estaba tirando el vino por el fregadero.
– Qué drástica -dijo Rebus-. Podrías haberlo guardado en la nevera.
– El vino tinto no se guarda en la nevera.
– Bueno, ya sabes lo que quiero decir -añadió él mirando los platos fregados en el escurridero y el orden de aquella cocina impoluta de azulejos blancos-. Tú y yo somos como el día y la noche.
– ¿Por qué lo dices?
– Yo sólo friego cuando me faltan vasos.
– Yo siempre quise ser una dejada -dijo ella sonriendo.
– ¿Entonces…?
Ella se encogió de hombros y miró a su alrededor.
– Será por la educación que recibí o vete a saber. Me imagino que habrá quien me califique de neurótica de la limpieza.
– A mí me llaman simplemente palurdo -dijo Rebus. Vio que enjuagaba la botella y la ponía en una caja color naranja con otros tarros de cristal junto al cubo de la basura.
– ¿No me digas que reciclas?
Ella asintió con la cabeza y sonrió. A continuación volvió a ponerse seria.
– Por Dios, John, si sólo he salido tres veces con él.
– A veces es suficiente.
– ¿Sabes dónde le conocí?
– No quisiste decírmelo, ¿recuerdas?
– Pero ahora te lo digo: en un club de solteros.
– ¿La noche que acompañaste a la víctima de violación?
– Pertenece a ese club de solteros pero ellos no saben que es policía.
– Bueno, eso demuestra que tiene problemas en su relación con las mujeres.
– Trata a mujeres todos los días, John -replicó ella haciendo una pausa-No sé, a lo mejor es indicio de alguna otra cosa.
– ¿De qué?
– No sabría decirte. Puede ser una faceta oculta de su personalidad -dijo ella recostándose en el fregadero y cruzando los brazos-. ¿Recuerdas lo que tú dijiste?
– Digo tantas cosas memorables…
– Eso de los chicos despechados que a veces hacen cosas…
– ¿Piensas que a Linford le han despreciado muchas veces?
– Quizá -respondió ella reflexiva-. Aunque estaba pensando más bien en el violador, en el hecho de que al parecer elige en concreto esas noches para solteros.
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