– De todos modos, será mejor que volvamos a hablar con Colquhoun hoy mismo.
– Yo tengo otros planes para esta noche, Bobby.
– Comprendo, John. Gracias por tu ayuda.
– ¿Vas a ir solo a verle?
– Iré con alguien.
Rebus no podía aguantar quedarse al margen y pensó en anular la cena…
– Dime lo que averigües -dijo, y colgó.
En el tocadiscos sonaba Eddie Harris suave y melódico y optó por darse un buen baño con una toalla sobre los ojos. Se le antojaba que todos vivían su vida metidos en cajitas que abrían con arreglo a las circunstancias. Nadie desvela nunca su propio ser del todo. Los polis eran así; para ellos cada caja era un mecanismo de seguridad; no conocemos ni el nombre de la mayoría de la gente con que nos tropezamos en la vida, vamos por ella en cajas, aislados unos de otros. Y eso es lo que llaman sociedad.
Pensó en Joseph Lintz, siempre planteando preguntas, haciendo de la conversación un discurso filosófico; recluido en su propia caja, con la identidad inhibida fuera de ella y con un pasado necesariamente oscuro… Joseph Lintz, furioso cuando se veía acorralado, probable demente clínico, impulsado a este trastorno por… ¿Por sus recuerdos? ¿O por falta de ellos? ¿Acorralado por los demás?
El compacto de Eddie Harris atacaba la última pista cuando salió del cuarto de baño. Se vistió bien para la cena con Patience. Pero antes tenía que ir a dos sitios: al hospital para ver a Sammy y a una reunión en Torphichen.
– La banda al completo -dijo al entrar en el departamento.
Estaban Shug Davidson, Claverhouse, Ormiston y Siobhan Clarke sentados a una mesa, tomando café en vasos idénticos. Rebus arrimó una silla.
– ¿Les has puesto al corriente, Shug?
Davidson asintió con la cabeza.
– ¿Y lo de la tienda?
– A eso iba -respondió Davidson cogiendo un bolígrafo y jugueteando con él-. El dueño anterior cerró por falta de clientela y ha estado casi un año sin abrir, pero ahora la inauguran de pronto con nueva dirección y precios de ganga.
– Más la avalancha de trabajadores de Maclean's -puntualizó Rebus-. ¿Cuándo fue la apertura?
– Hará algo más de un mes y todo con descuento desde el primer día.
– Sin ánimo de lucro, como puede verse -dijo Rebus mirando a Ormiston y Clarke al hacer el comentario, pues con Claverhouse ya lo había tratado.
– ¿Y quiénes son los dueños? -preguntó Clarke.
– Bueno, al frente del negocio figuran dos muchachos llamados Declam Delaney y Ken Wilkinson. ¿Sabéis de dónde son?
– De Paisley -dijo Claverhouse decidido a no perder el tiempo.
– O sea, que son de la banda de Telford -aventuró Ormiston.
– No a las claras, pero sin duda hay alguna relación -dijo Davidson sonándose ruidosamente-. Llevan el negocio pero no son los dueños.
– Es Telford -dijo Rebus.
– Bien -terció Claverhouse-, tenemos, pues, a Telford dueño de un negocio ruinoso para tratar de obtener información.
– Yo creo que la cosa no queda ahí -añadió Rebus-. Quiero decir que escuchar conversaciones es una cosa, pero no creo yo que los trabajadores vayan allí a hablar de los diversos dispositivos de seguridad y de la manera de burlarlos. Dec y Ken son muy charlatanes, condición ideal para el cometido que les ha asignado Telford, pero resultaría sospechoso que se excedieran preguntando.
– ¿Y qué es lo que Telford persigue? -preguntó Ormiston.
Siobhan Clarke se volvió hacia él.
– Encontrar un topo -dijo.
– Por lógica -prosiguió Davidson-. El edificio está muy bien vigilado, pero no es inexpugnable. Y, desde luego, cualquier fallo será mucho más fácil conocerlo con alguien dentro.
– Bien, ¿qué vamos a hacer? -preguntó Clarke.
– Lo mismo que Telford -dijo Rebus-. Él quiere un infiltrado, pues nosotros se lo facilitamos.
– Esta noche voy a hablar con el director de Maclean's -dijo Davidson.
– Yo te acompaño -dijo Claverhouse que no quería perderse nada.
– Bien, metemos en la fábrica a uno de los nuestros -dijo Clarke como repasando el plan- y ellos bla, bla, bla, hacen una propuesta interesante, ¿y nos sentamos a esperar que Telford establezca contacto con él precisamente?
– Cuanto menos confiemos en el azar mejor -dijo Claverhouse-. Hay que hacer las cosas bien.
– Por eso lo estamos preparando -dijo Rebus-. Conozco a un corredor de apuestas llamado Marty Jones que me debe un par de favores. Pongamos que nuestro infiltrado va a la tienda de Telford y al salir se topa con un coche del que bajan Marty y un par de hombres que vienen a cobrarse unas apuestas: se produce un altercado y nuestro hombre recibe un puñetazo en el estómago como advertencia.
Clarke lo veía claro.
– Vuelve a la tienda tambaleándose, se sienta a recobrar el aliento y esa pareja le pregunta de qué iba la discusión.
– Y él se lo explica: deudas de juego, matrimonio roto, etcétera.
– Y para hacerlo más atractivo -terció Davidson-, hacemos que sea de la plantilla de seguridad.
Ormiston le miró.
– ¿Crees que en Maclean's aceptarán?
– Les convenceremos -dijo Claverhouse con voz queda.
– Pero lo más importante -añadió Clarke- es saber si Telford va a tragárselo.
– Eso es cuestión de las ganas que tenga de dar el golpe -dijo Rebus.
– Un infiltrado… -comentó Ormiston con los ojos brillantes- al servicio de Telford… Lo que siempre habíamos deseado.
Claverhouse asintió con la cabeza.
– Una cosa -dijo mirando a Rebus y Davidson-. ¿A quién infiltramos? Telford nos conoce a todos.
– Infiltramos a uno de otra ciudad -dijo Rebus-. Uno con quien he trabajado y que Telford no conoce. Es un buen agente.
– ¿Pero él acepta?
Se hizo un silencio en torno a la mesa, roto por una voz desde la puerta:
– Según quién lo pida.
Era un hombre fornido de pelo espeso y bien peinado y ojos pequeños. Rebus se levantó, estrechó la mano de Jack Morton e hizo las presentaciones.
– Habrá que falsear unos antecedentes para la cobertura -dijo Morton-. John me ha explicado el asunto y me gusta, pero necesitaré un piso destartalado en aquel barrio.
– Será lo primero que hagamos mañana -dijo Claverhouse-. Habrá que hablar con los jefes para que no pongan inconvenientes. -Miró a Morton-. ¿Qué le ha dicho al suyo, Jack?
– Me he tomado unos días de permiso y pensé que no valía la pena decirle nada.
Claverhouse asintió con la cabeza.
– Hablaré yo con él en cuanto nos den el visto bueno -dijo.
– El visto bueno lo necesitamos hoy mismo -intervino Rebus-. No vaya a ser que los hombres de Telford tengan ya echado el ojo a alguien. Si no actuamos con rapidez se nos puede ir de las manos en esta ocasión.
– De acuerdo -dijo Claverhouse mirando el reloj-. Haré unas llamadas y suspenderé los whiskies de después de cenar.
– Cuenta con mi apoyo si hace falta -dijo Davidson.
Rebus miró a su amigo Jack Morton y vocalizó un «gracias» con un movimiento de labios. Morton se encogió de hombros y Rebus se levantó.
– Yo tengo que irme -les dijo-. Si me necesitáis llamadme por el busca o al móvil.
Iba ya pasillo adelante cuando Siobhan Clarke le dio alcance.
– Quiero darte las gracias.
– ¿Por qué? -dijo él sorprendido.
– Desde que entusiasmaste a Claverhouse con esto no ha vuelto a poner el casete.
La cena estuvo bien. Habló con Patience de Sammy, de Rhona y de su obsesión por la música de los sesenta y de su ignorancia en cuestión de modas. Ella habló del trabajo, el cursillo experimental de cocina que estaba haciendo y de un viaje que proyectaba a Orkney. Cenaron pasta con salsa de gambas y mejillones, regada con una botella de agua mineral y Rebus hizo esfuerzos increíbles por olvidarse de la operación de infiltración, de Tarawicz, de Candice y de Lintz… Lo que no impidió que ella notara que estaba allí sólo a medias, aunque procuró no sentirse desairada. Le preguntó si volvía a casa.
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