Lo que le recordó a Rebus un asunto pendiente.
Danny Simpson vivía con su madre en un bloque de Wester Hailes. Aquel barrio de bloques de viviendas tan poco acogedor proyectado por sádicos que no vivían en él, tenía un corazón marchito pero que no renunciaba a seguir latiendo. Rebus sentía un inmenso respeto por la barriada, pues en ella se había criado Tommy Smith, el saxofonista que ensayaba en su casa con el instrumento amortiguado con calcetines para no molestar a los vecinos. Tommy Smith era uno de los mejores saxofonistas que Rebus había oído.
En cierto modo, Wester Hailes vivía al margen del mundo real; estaba en el camino a ninguna parte y Rebus nunca había tenido que cruzarlo; allí únicamente había ido por asuntos concretos. Desde la cercana autopista de circunvalación lo único que se veía al pasar en coche eran bloques monótonos, antenas de televisión y restos de canchas de juego desiertas. Gente no. Más que una jungla de asfalto era una jungla de cemento.
Llamó a la puerta de Danny Simpson. No sabía qué iba a decirle al joven. Simplemente quería verle de nuevo, sin sangre ni heridas. Verle entero y de una pieza.
Quería verle.
Pero ni Danny Simpson ni su madre estaban en casa, según una vecina sin su dentadura postiza que salió a informarle de la situación.
Por lo que le explicó la mujer Rebus acabó yendo al hospital, donde en una sala lúgubre y perdida yacía Danny Simpson en una cama con la cabeza vendada y bañado en sudor como si acabase de jugar un partido de fútbol de hora y media sin interrupción. Estaba inconsciente, y su madre, sentada a la cabecera, le acariciaba la mano. Una enfermera le comentó a Rebus que lo mejor sería enviarle al asilo de pobres si le encontraban cama.
– ¿Qué tiene?
– Creemos que es una infección. Cuando no hay defensas… cualquier cosa es mortal -añadió la mujer encogiéndose de hombros, como si estuviese acostumbrada a aquellas situaciones.
La madre de Danny debió de pensar que Rebus era médico porque se levantó y se acercó a él como esperando que le dijera algo.
– He venido a ver a Danny -dijo.
– ¿Y bien?
– La noche del… accidente fui yo quien le trajo aquí. Venía a ver cómo estaba.
– Ya ve usted -dijo ella con voz quebrada.
Rebus pensó que a cinco minutos de allí estaba la habitación de
Sammy y que él creía que era un caso especial por tratarse de su hija, pero ahora comprendía que en el mismo edificio, no muy lejos de la cama de Sammy, había otros padres con lágrimas en los ojos apretando la mano a sus hijos y maldiciendo la mala suerte.
– No sabe cuánto lo siento -dijo-, ojalá…
– Eso deseo yo -añadió la mujer-. Nunca fue mal chico. Caradura sí, pero no malo. Lo que sucedía es que nunca estaba contento y buscaba cosas nuevas, algo con que combatir el aburrimiento. Y ya sabemos adonde puede conducir eso.
Rebus asintió con la cabeza. De pronto ya no deseaba estar allí oyendo minucias sobre la vida de Danny Simpson. Él tenía fantasmas que conjurar de sobra. Dio un apretón a la mujer en el brazo.
– Escuche, lo siento pero tengo que irme -dijo.
Ella asintió con la cabeza distraídamente y volvió junto a la cabecera de su hijo. Rebus deseaba maldecir a Danny Simpson por la mera posibilidad de que hubiera podido contagiarle el virus del sida, y ahora veía claro que de haberle encontrado en su casa era lo primero que le habría echado en cara e incluso habría pasado a mayores…
Deseaba maldecirle… pero no podía. Habría sido como maldecir al Gran Jefe. Una pérdida de tiempo y energías, y optó por acercarse a la habitación de Sammy; vio que otra vez estaba sola, y sin rastro de enfermeras ni de Rhona. La besó en la frente y notó un sabor salado por el sudor; tendría que secársela. Notó un olor nuevo: polvos de talco. Se sentó y le cogió la mano tibia.
– ¿Qué tal estás, Sammy? Te traeré música de Oasis a ver si recobras el conocimiento. Tu madre sólo pone clásica y no sé si tú la oyes o si te gusta. Tenemos que hablar de muchas cosas.
Advirtió un movimiento y se puso en pie para cerciorarse. Sí: había movido los párpados.
– ¡Sammy, Sammy!
Era la primera vez que lo hacía. Pulsó el botón de la cabecera para llamar a la enfermera. Volvió a pulsarlo.
– Vamos, otra vez, Sammy…
Un solo movimiento de los párpados… y nada más.
– ¡Sammy!
Se abrió la puerta y entró una enfermera.
– ¿Qué sucede?
– Creo que la he visto… mover…
– ¿Moverse?
– Mover los ojos; como si fuera a abrirlos.
– Voy a por un médico.
– Vamos, Sammy; hazlo otra vez. Despierta, amor -exclamó dándole palmaditas en las manos y en las mejillas.
Llegó el médico; el mismo a quien Rebus había gritado el primer día. Abrió los párpados de Sammy enfocándole una lucecita a distinta distancia para comprobar la reacción de la pupila.
– Si usted lo ha visto, seguro que los ha movido.
– Ya, ¿pero qué significa?
– Es difícil decirlo.
– Pruebe usted -replicó Rebus taladrándole con la mirada.
– Ella duerme y sueña, y hay unas fases del sueño en las que se produce lo que se llama REM, el movimiento de ojos rápido.
– O sea que podría ser… ¿involuntario?
– Ya le digo que es difícil determinarlo. Los últimos electroencefalogramas indican cierta mejoría. -Hizo una pausa-. Una leve mejoría, pero indudable.
Rebus asintió con la cabeza; temblaba. El médico lo advirtió y le preguntó si se encontraba bien. Él dijo que sí y el doctor consultó el reloj y abandonó el cuarto seguido de la enfermera. Rebus les dio las gracias y se marchó también.
hogan:¿Tiene inconveniente en que se grabe la conversación, doctor Colquhoun?
colquhoun: Ninguno.
hogan: Es en su propio interés y en el nuestro.
colquhoun: No tengo nada que ocultar, inspector Hogan. (Toses).
hogan: Muy bien. ¿Le parece que empecemos?
colquhoun: ¿Puedo hacer una pregunta para que conste? ¿Va a interrogarme exclusivamente sobre Joseph Lintz?
hogan: ¿Qué otra cosa si no, señor?
colquhoun: Quería saberlo.
hogan:¿Quiere que esté presente un abogado?
colquhoun: No.
hogan: Está en su derecho, señor. Bien, vamos a empezar… Se trata realmente de aclarar su relación con el profesor Lintz.
colquhoun: Usted dirá.
hogan: Pues resulta que la primera vez que hablamos con usted dijo que no conocía al profesor Lintz.
colquhoun: Creo que dije que no le conocía bien.
hogan: De acuerdo, si se empeña…
colquhoun: Eso es lo que dije si mal no recuerdo.
hogan: Bien, el caso es que disponemos de nueva información…
colquhoun: ¿A propósito de qué?
hogan: A propósito de que usted conocía al profesor Lintz más de lo que dice.
colquhoun: ¿Según quién?
hogan: Nueva información que hemos recogido. Quien nos la ha facilitado afirma que Joseph Lintz le acusó a usted de ser un criminal de guerra. ¿Tiene usted algo que comentar al respecto?
colquhoun: Tan sólo que es mentira. Una mentira ignominiosa.
hogan:¿No pensaba él que era un criminal de guerra?
colquhoun: ¡Ah, él claro que lo pensaba! Me lo dijo a la cara más de una vez.
hogan: ¿Cuándo?
colquhoun: Hace años. Se le metió en la cabeza… Ese hombre estaba loco, inspector. Le movía sin duda algún impulso diabólico.
hogan:¿De qué le acusaba exactamente?
colquhoun: No recuerdo bien. Hace mucho tiempo; debió de ser a principios de los setenta.
hogan: Nos sería de gran ayuda si pudiera…
colquhoun: Me lo soltó durante una fiesta. Creo que era con ocasión de un acto de bienvenida a un profesor invitado. Bien, Lintz se empeñó en que fuéramos a un aparte. Yo advertí que estaba tembloroso, como en estado febril, y de buenas a primeras me dijo que yo era un nazi y que había llegado a Inglaterra por una ruta tortuosa. Y no hubo manera de sacarle de sus trece.
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