– ¿Y es usted quien cuida de la tumba?
– Sí, soy yo. Por la noche.
Karim gritó bruscamente, acercándose al cañón del arma:
– ¿Dónde está ella? ¿Dónde está ahora Fabienne Hérault?
– No hay que hacerle daño.
– Comisario, este asunto va mucho más allá de una profanación de cementerio. Se trata de asesinatos.
– Ya lo sé.
– ¿Lo sabe?
– Ha salido en todas las cadenas de la tele. En las últimas ediciones.
– Entonces sabe que se trata de una jodida serie de crímenes, con mutilaciones, puestas en escena macabras y todo lo demás… Crozier ¡dígame dónde puedo encontrar a Fabienne Hérault!
Los rasgos de Crozier estaban ahogados en la sombra, como un rostro fraudulento. Aún mantenía el arma apuntada contra el torso del árabe.
– No hay que hacerle daño.
– Crozier, nadie le hará daño. Fabienne Hérault es hoy la única persona que puede decirme algo sobre este jodido asunto. Todo acusa a su hija, ¿comprende? ¡Todo acusa a Judith Hérault, que debería reposar en esta tumba!
Durante unos segundos más hicieron frente al aguacero y después, lentamente, Crozier bajó el arma. El magrebí sabía que si debía cerrar la boca una vez en su vida, era en aquel momento. Por fin, la voz del comisario se elevó:
– Fabienne vive a veinte kilómetros de aquí, en la colina Herzine. Voy contigo. Si le haces daño, te mataré.
Karim sonrió y retrocedió. Entonces se giró bruscamente y lanzó un golpe de talón a la garganta del comisario. Crozier se vio propulsado contra las estelas de mármol.
El árabe se inclinó enseguida sobre el viejo inanimado. Le cerró la capucha y lo arrastró al abrigo de una tumba de granito. Mentalmente, le pidió perdón.
Pero tenía que seguir siendo libre de sus actos.
– Caliente, Abdouf. Caliente, caliente.
La voz de Patrick Astier atravesó una tempestad de interferencias. El teléfono móvil había sonado cuando Karim cruzaba una verdadera estepa, mineral y gris. El poli había saltado y evitado por los pelos salirse de la carretera. Astier continuó en tono febril:
– Tus dos misiones eran dos bombas de relojería. Y me han explotado en plena jeta.
Karim sintió que los nervios se le tensaban bajo la piel.
– Te escucho -dijo, aparcando al borde de la carretera, con los faros apagados.
– Primero, el accidente de Sylvain Hérault. He encontrado el expediente. Y obtenido confirmación de tus propias informaciones. Sylvain Hérault murió circulando en bicicleta por la D17, bajo las ruedas de un cacharro que nunca fue identificado. Caso triste, caso cerrado. Los gendarmes de la época llevaron a cabo una investigación rutinaria. Ningún testigo. Nada que pudiera motivar otra interpretación,…
El tono de voz exigía una pregunta. Dócil, Karim dio la réplica:
– ¿Pero?
– Pero -prosiguió el químico-, desde aquella época lejana hemos dado pasos de gigante en materia de tratamiento de imágenes…
Karim ya veía perfilarse un nuevo discurso tecnológico. Intervino:
– ¡Por piedad, Astier, ve derecho al grano!
– Vale. En el expediente he encontrado fotos. Clisés en blanco y negro tomados por el fotógrafo de un periodicucho local. En ellos se ven las huellas de neumáticos de bicicleta, entrecruzadas con huellas del cacharro. Todo es tan minúsculo y vago que uno se pregunta por qué se han tomado la molestia de conservar esos clisés.
– ¿Y qué más?
El científico guardó silencio, cuidando el efecto:
– Pues que en el campus de Grenoble poseemos un instituto de óptica de enormes prestaciones.
– Joder, Astier, vas a…
– Espera. Esos tíos son capaces de tratar las imágenes hasta un grado que no puedes imaginarte. Amplían, contrastan, borran las interferencias, cambian las tramas… En suma, pueden poner en evidencia detalles invisibles a simple vista. Conozco bien a esos ingenieros. Me he dicho que quizá merecía la pena despertarlos y ponerlos a trabajar sobre el expediente. He usado el CMM a modo de escáner y les he enviado las fotografías. Incluso recién desvelados, esos tíos son geniales. Han tratado inmediatamente las imágenes y…
– ¿Y qué?
Nuevo silencio, nuevo golpe de efecto de Astier:
– Sus resultados cuentan una historia muy distinta de la del informe de gendarmería. Han ampliado las trazas de los neumáticos de la bicicleta y del coche. Han podido, por contraste, estudiar con exactitud el sentido de los dibujos sobre el asfalto. Su primera conclusión es que Hérault no iba a su trabajo, hacia las montañas, como indica el expediente. La dirección de las espigas es la opuesta: Hérault circulaba hacia la facultad. Lo he verificado sobre un plano.
– Pero, ¿qué había dicho su mujer, Fabienne?
– Fabienne Hérault mintió. He leído su declaración: confirma simplemente la suposición de los gendarmes, que el cristalero se dirigía al pico de Belledonne. Es completamente falso.
Karim apretó las mandíbulas. Una nueva mentira, un nuevo misterio. Astier continuó:
– Y esto no es todo. Los ópticos también se han concentrado en las huellas de los neumáticos del cacharro. -El ingeniero hizo una pausa y prosiguió-: Se inscriben en los dos sentidos, Abdouf. El conductor pasó una vez sobre el cuerpo y luego retrocedió y atropello por segunda vez a la víctima. Es un jodido asesinato. Tan frío como la serpiente en su huevo.
Karim ya no escuchaba. El tañido de su corazón golpeaba lentamente su pecho. Por fin discernía el móvil de una venganza para los Hérault. Más allá de la huida de las dos mujeres, más allá de aquella existencia de miedo y persecución, que había provocado indirectamente la muerte de Judith, hubo un asesinato. El de Sylvain Hérault. Los diablos habían eliminado primero al «hombre fuerte» de la familia, y después perseguido a las mujeres.
Fabienne Hérault. Judith Hérault. Los pensamientos de Abdouf rebotaban.
– ¿Y el hospital? -preguntó.
– Es la bomba número dos. He consultado el registro de nacimientos de 1972. La página del 23 de mayo está arrancada.
Karim sentía crecer en su interior una sensación de déjà-vu, la resaca de otra vida que se hubiera concentrado en pocas horas.
– Pero eso no es lo más extraño -continuó Astier-. También he consultado los archivos, allí donde se hallan depositados los historiales médicos de los niños. Un verdadero laberinto, inundado además. Esta vez he encontrado el historial de Judith. Sin dificultad. ¿Entiendes lo que esto significa, no? Todo indica que aquella noche ocurrió algo más, un hecho que fue consignado en el registro general, pero no en el historial personal de la niña. Arrancaron esa página para borrar ese hecho misterioso, no para ocultar el nacimiento de tu niña. He interrogado a varias enfermeras al respecto, pero todas tenían ganas de irse a dormir y eran demasiado jóvenes para las historias del tío Astier…
Karim lo sabía: el técnico se hacía el fanfarrón para burlar su miedo. Karim lo percibía, incluso a través de las lejanas interferencias. Le dio las gracias y colgó.
Ya contemplaba el macizo cubierto de hierba de la colina Herzine, que se dibujaba a cuatrocientos metros de distancia.
En aquella ladera de sombra le esperaba la verdad.
La casa de Fabienne Hérault.
La cumbre de una colina. Paredes de piedra. Ventanas ciegas.
Cuando cesó la lluvia, unas nubes pálidas se deslizaron por el cielo denso. Capas de bruma revoloteaban lentamente a lo largo de las pendientes verde esmeralda. En derredor continuaba el horizonte desértico. Un túmulo de piedras. Nada ni nadie a más de veinte kilómetros a la redonda.
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