Roland Merullo - Requiem Para Rusia

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Esta conmovedora novela capta lúcidamente el tenso momento histórico de Rusia en las dos semanas previas al fracasado golpe de derecha, de agosto de 1991, entrelazado con los amores y desamores de sus personajes.
En una trama minuciosamente urdida recibimos la más vívida imagen de una nación inmersa en los pesares e incertidumbres de la rebelión, junto con la recreación de la vida cotidiana de una ciudad minera rusa con su mundo de policías, burócratas e idealistas en pleno proceso de transición.
En ese momento y circunstancias confluyen las vidas de Anton Gzeich, diplomático de los servicios secretos estadounidenses, y de Sergei Propenko, burócrata profesional soviético, ambos a cargo de un programa de ayuda del gobierno de Estados Unidos, para paliar el hambre en esa ciudad tan distante de Moscú, aislada y pobre, donde comparten las angustias de la mediana edad y los vaivenes de sus almas de individuos atrapados en los conflictos entre su carrera y sus ideales.

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– Soy el Arnerikanetz .

– Es el amerikanetz -repitió el sereno irónicamente-. ¿Es que no tengo ojos?

Ni agallas, pensó Czesich. ni corazón, nada. De algún modo había asociado a este hombre con los matones que habían violado a Lydia Propenko, los sádicos que habían arruinado Rusia siguiendo un plan muy simple, matar a los mejores, torturar a los mejores, violar a los mejores; convertir a todos en ovejas. Sentía que se le estaba desarrollando una furia congenio.

– Tengo una reunión importante. Viene el Embajador.

El roedor sonrió, todo labios estirados y dos incisivos superiores afilados

– ¿A las dos de la mañana?

Czesich miró de soslayo. La cura de sueño del guardián osciló como una pantalla de televisión.

– ¿A usted qué le importa?

– Phillipovich me va a crucificar, eso es lo que quiere decir Todos me van a crucificar.

– Quizá sería para mejor -dijo Czesich en inglés. Cerró los ojos y trató de concentrarse Phillipovich. El suelo se movía bajo sus pies de un modo que le provocaba náuseas, y la idea de salir a la calle y tomar un taxi le parecía cada ve/ más y más una fantasía de opio. Sacó diez, rublos del bolsillo y metió el billete en la mano del sereno.

– Voy al hotel. Puede llamarme un taxi si quiere, pero debo irme.

El hombre no se ablandó. Lo miró con curiosidad. Había notado el dolor y se sentía más audaz.

Czesich intentó una fanfarronada desesperada

– Llame al doctor entonces.

– Lo llamo a esta hora -respondió el sereno con orgullo-. y me crucifica.

– Muy bien -Czesich metió la mano en el otro bolsillo, sacó un billete norteamericano, y sin comprobar su valor, lo metió junto con los rublos. No tuvo ningún efecto. El sereno se mantenía allí con la mano tendida, tomando, mezquino, duro como metal.

– Realmente tengo visitas oficiales de Moscú, de la embajada, esta tarde, y tengo que prepararme. Puede llamar a Sergei Propenko si no me cree. Puede hablar con el guarda de la milicia que está arriba. El me dejó pasar.

El roedor hizo un bollo con los billetes y los metió de nuevo en el bolsillo de Czesieh.

– Está tratando de escaparse. Ha hecho algo malo.

– Nada -dijo Czesich. pero se dio cuenta de que la cara que tenía enfrente no mostraba ni el menor rastro de duda. El guardián era un stalinista. sobreviviente de las diezmadas fuentes del gene, un trozo del granito resentido del que se había sacado el monolito soviético original. Czesieh miró alrededor, divisó la silla al lado de la puerta, dio tres pasos y se sentó.

– Llámeme un taxi -dijo, con su voz de director.

El guardián resopló.

Czesieh temblaba muy levamente ahora, tenía los dedos crispados. Había agotado su pequeño brote de energía, y el dolor en la sien derecha, suavizado todo este rato, había empezado a crecer de forma alarmante. Finas cintas de dolor serpenteaban dentro de su oído; lo tocó y sintió allí un bulto del tamaño de una ciruela pequeña

– Sé lo que hizo frente a la Sede del Partido.

– Entonces debería agradecérmelo.

El sereno resopló de nuevo, se dio la vuelta y arrastró los pies hasta su mostrador Czesieh oyó el ruido fuerte del disco del teléfono, una pausa, y luego al sereno mascullando disculpas, y después un leve sonido cuando el auricular volvió a su lugar. Por algún motivo él estaba barriendo una fina capa de nieve frente a una casa en Vermont La tormenta se había ido hacia el este por encima de las montañas, dejando ráfagas de un viento limpio y frio, y él tenia una bufanda envuelta alrededor del cuello, guantes y sombrero, y pasaba la pala de mango largo por el camino de entrada y veía que abajo se iba formando un montón de nieve que se derretía por los costados Un vecino estaba haciendo lo mismo al otro lado del camino Czesich le gritó "Hola", y algo sobre la tormenta. Adentro de la casa. Julie estaba preparando un desayuno caliente. La escena doméstica a la que le había escapado toda la vida parecía perfecta en esta visión, un paraíso manso. Por fin le habían sacado de adentro esa necesidad de escaparse.

El guardián caminó deprisa por el vestíbulo sin hacer ningún ruido. Al baño, supuso Czesich. O a buscar al médico que dormía para chismorrear con él

Ahora estaba sentado en una meditación de dolor, con la boca seca como hojas marchitas, los ojos al nivel de la barra de madera de la puerta. Porqué llamar primero al taxi, y entonces ir a despertar al médico jefe? ¿Para qué llamar un taxi, si el roedor se oponía tanto a que se fuera? ¿Por qué todas las disculpas masculladas por teléfono?

El vestíbulo se inclinaba y daba vueltas. Creyó que oía a Lydia decir jeddies ”. Pensó que la veía saludando a los hombres que estaban en la galería del mercado, y los hombres miraban a otro lado como él hizo cuando vio a Malov en la acera cerca de la Sede del Partido. Malov mirándolo como si si las miradas… Czesich sintió que empezaba a deslizarse lentamente de nuevo, pero un nombre sonó en su oído interno y lo saco de su mareo. Abrió los ojos de golpe y se encontró mirando fijamente a través del vestíbulo al mostrador vacío. Nikolai Phillipovich. Ahora tenía energía Se puso de pie, tambaleando, escuchando. Dio una vuelta de 180 grados, saco la traba de madera de la puerta, se golpeó la rodilla lastimada al deslizarse entre las puertas y salió a la noche, doblado en dos por el dolor, con las manos en los muslos, aferrando la traba como si fuera a pasar la posta. Se forzó a enderezarse Una luz débil encima de su cabeza iluminaba un camino corto que tenía adelante. Ahí parecía haber un auto gris de la milicia estacionado, al final del camino. Dio dos pasos hacia el y casi se desmaya. Trabó la pierna derecha para mantenerse erguido y le pareció ver una sombra que se movía en el asiento delantero del jeep, un hombre que se despertaba, se daba vuelta.

– ¡Ey! -gritó Czesich una vez. Era un saludo de su juventud. Dejó caer el bastón, lo oyó rodar sobre la piedra, y tenía los ojos cerrados, y una mano en el bolsillo, buscando billetes, cuando cayó.

37

La celda medía dos metros por tres, con un agujero en el rincón como inodoro, somier de hierro, con un colchón de paja manchado y un panel corredizo en la base de la puerta, a través del que, hacía horas, le habían ofrecido un tazón de sopa fría, y luego lo habían retirado. Propenko estaba sentado en el borde de la cama con los codos sobre las rodillas, abriendo y cerrando sus grandes manos. El aire olía a sudor y orina, las paredes estaban tan frías como piedras enterradas. Eran casi las cuatro de la mañana, pero el ruido en las otras celdas seguía sin parar, gritos y alaridos, delirios de borrachos, un universo exterior que ya no le exigía su atención.

"Entonces elige lo que más te asuste", había dicho Anton Antonovich. Lo que más lo asustaba, resultó ser él mismo.

Entre el clamor se oyeron pasos. La mirilla se abrió y se cerró, pero Propenko no miró. Habían estado vigilándolo toda la noche, a la espera de una señal de rendición de modo que el jefe pudiera apersonarse con su confianza y sus condolencias y decirle qué se suponía que debía hacer ahora. Pero, si bien estaba exhausto y hambriento y medio loco, no veía ninguna rendición en su futuro. Durante las horas de la noche le habían proporcionado un remanso de comprensión, un atisbo del escenario mas amplio: Bessarovich y Vzyatin decidiendo enviar los víveres a Vostok; haciendo listas de los lugares de distribución; eliminando a los hombres tímidos de la vieja guardia como Volkov; creando las condiciones, como había dicho Tolkachev, para la destitución de Mikhail Lvovich Kabanov. Si uno tiene A y B. uno debe siempre, dentro de cierta probabilidad, tener C. El había sido su C, el boxeador ambicioso y obediente. Después de uno o dos rounds en situación precaria, tambaleándose, sangrando y dispuesto a abandonar, había cumplido con su trabajo para ellos, había dirigido una derecha desesperada y sacado al campeón fuera del cuadrilátero.

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