El país ya no necesitaba a Dzerzhinsky, sus monumentos, sus torturas, pensó Propenko. Pero Malov todavía no se había dado cuenta.
Malov tendió la mano por encima de la esquina de su escritorio, tomó la cafetera especial de vidrio de la máquina eléctrica especial que había traído de Leipzig, y sirvió dos tazas humeantes. Era café de veras, en estos días precioso como el oro. y su aroma le evocó tiempos mejores. Los dos hombres estaban sentados casi como amigos, llevando las tazas calientes a ios labios, mientras se observaban mutuamente sin que fuera notorio. Entre las otras obligaciones, aparentes y secretas. Malov era el especialista político del Consejo de Comercio e Industria, y esta era su charla semanal, su manera de mantener pura la ideología de la oficina.
– Antes que nada, Sergei, permite que te felicite por tu promoción -comenzó haciendo girar la taza entre el pulgar y el dedo del medio. Intentaba aparentar sinceridad. En la oficina, Malov a menudo hablaba con esta formalidad exagerada, destacando las palabras al estilo de actores que hacen el papel de militares.
Protegido por Iron Félix de alguna manera lograba que la afectación pareciera menos absurda-. Director. Trabajando con los norteamericanos
– Es sólo un mes, Nikolai.
Malov ladeó levemente la cabeza y adelanto su oído bueno.
– Un mes en esta tarea. Pero estoy seguro de que si todo anda bien, esta tarea llevara a algo más permanente. Quizás el puesto de Volkov; está cerca de la jubilación. Ese sería el cargo para ti, ¿eh Seryozha: viajes, una cuenta en moneda fuerte, un apartamento más grande?
Propenko se encogió de hombros y bebió su café. Malov era un maestro del arte de insinuar. Parecía obvio, que la expresión de su cara y el tono de su voz estaban llenos de buena voluntad. Pero un centímetro por debajo de esa superficie de simpatía todo estaba empapado de un odio intacto. Exudaba sospecha, sin embargo Malov siempre disparaba desde atrás de su máscara sonriente. Siempre palmeaba espaldas y apretaba hombros en los corredores del Consejo. Sus colegas parecían estar perfectamente dispuestos a aceptar esa simulación. Era una especie de truco, tomar la resistencia de todos. Tenía algo que ver con el miedo que se había asentado en el vientre de todo hombre y mujer. Propenko lo conocía, algo que tenía que ver con Stalin. Dzerzhinsky y lugares lejanos al este.
– ¿Cómo fue tu charla con Madame Bessarovich?
– Franca -dijo Propenko-. Esa mujer dice lo que tiene en la cabeza.
Malov guiñó un ojo.
– Vigílala, Seryozha. Te lo aconsejo como amigo. Sus actividades están siendo controladas de cerca por nuestros camaradas de Moscú.
Tus camaradas de Moscú, pensó Propenko. Tus agriados compañeros fanáticos que espían por teléfono y envenenan reputaciones. Sintió que le nacía un pequeño enojo, e hizo lo que pudo para contenerlo. Su estrategia había sido someterse siempre en forma sumisa a estas sesiones, responder a sus pullas con buen humor, y decirse a sí mismo que amenazar y fisgonear sólo era parte del trabajo de Malov, tan sólo un rol, y no lo debía tomar personalmente.
Pero esta noche algo había cambiado. Por primera vez este interrogatorio casual, con su cauteloso tanteo del oponente, sus fintas y golpes, el alto precio que se pagaba por un instante de descuido, le recordó un deporte que había dominado tiempo atrás. Ahora era Director; quería saber si podía competir en esta arena.
– Lyudmila Ivanovna estasba muy preocupada por el crimen -dijo como al pasar-. Tuve la sensación de que era algo personal Quizás un amigo de la familia.
– Si era un amigo de la familia, peor para ella -los ojos de Malov escrutaron veloces la cara de Propenko-. Ese hombre andaba en mala compañía
– ¿Tikhonovich? Era un guardián. Nikolai. un fanático religioso. He oído decir que abandonó una carrera de ingeniero para barrer pisos y limpiar iconos
Malov gruñó como si supiera algo más. y por un momento se ocuparon del café. Propenko se encontró mirando fijamente una fotografía que estaba sobre la mesita auxiliar de Malov. el joven Nikoiai en el cuadrilátero. Aunque le dolía confesarlo, su historia y la de Malov tenían cierto parecido. Habían crecido en los años que siguieron a la derrota nazi, los días de gloria de Stalin, una época de triunfo y penurias. Los dos habían sido criados por padres severos y conservadores, y madres dedicadas al ideal comunista. A los dos los había atraído el boxeo, uno peso pesado, el otro peso medio. Los dos habían sido activos en el Komsomol en el Instituto, y habían terminado en el Consejo del Comercio y la Industria, un terreno tranquilo para buenos comunistas. Pero en algún punto del camino, llevado por la ambición, por un patriotismo desviado e insultado. Malov había caído en asociarse con los órganos de Seguridad, y los años habían alimentado un sadismo de tal magnitud que Propenko a menudo intentaba convencerse de que Malov en realidad no pensaba lo que acababa de decir o hacer, que no podía haberse convertido en ese tipo de persona, que las historias sobre él, golpeando en la boca a hombres esposados, no podían ser más que chismes de oficina. Era una actitud peligrosa, apoyada por los restos que le quedaban de una ingenuidad de adolescente, y en esos momentos, Propenko se preguntaba qué se necesitaría para hacerlo madurar.
– Sabrás. Sergei -dijo Malov al cabo de un rato, volviendo el iris azul de sus ojos como lentes de una cámara fotográfica hacia Propenko. Los ojos de Malov parecían extraños últimamente; como si pudiera dejar de pestañear a voluntad-. Durante el fin de semana me ocurrió algo muy preocupante. -Miró su taza, luego de nuevo la cara de Propenko. e hizo una mueca como si en realidad no hubiera querido mencionar el tema. Propenko arqueó las cejas, demostró un leve interés, buen humor, simpatía, pero estaba tan alerta como un animal acosado
Malov se rascó el puente de la nariz.
– En realidad fue el viernes por la tarde. Dejé el trabajo temprano.
– Todos hicieron lo mismo -dijo Propenko con simpatía.
– Saqué mi embarcación y fui a pescar a la boca del Malenkaya.
– Un buen lugar.
– De costumbre, sí. Pero la noche anterior había llovido y soplaba el viento. El barco bailaba de lo lindo.
Propenko recordaba que la tarde había sido quieta y cálida, con niebla sobre el río.
– Una lluvia, la noche anterior, a veces ayuda a abrirles el apetito -dijo.
Las mejillas de Malov parecieron contraerse.
– Escuché un ruido -dijo-, un ruido extraño, un grito. Ya estaba cayendo la niebla, sabes, y no veía bien la orilla. Volví a oír el ruido y puse en marcha el motor y me acerqué para investigar, y vi a dos personas, un hombre y una mujer. Al principio pense que estaban teniendo una relación sexual.
"Teniendo una relación sexual". ¿quien hablaba así? El último de los empleados del Consejo se había ido a casa a las cinco y el edificio estaba en silencio, el reloj del escritorio de Malov sonaba como una bomba. Propenko esperó.
– Mi barco se deslizó mas cerca. Estaba a punto de volverme y dejarlos haciendo el amor cuando oí que la mujer pedía auxilio. -Malov tomó la cafetera y volvió a servir café en las dos tazas.- Tenía mi pistola. Disparé al aire, dirigí el barco hacia ellos directamente y entonces el asaltante me vio y escapó. La mujer sangraba entre las piernas. Medio desnuda. Histérica.
En otro momento, Propenko habría esperado y observado. Esta noche decidió darle un pequeño puñetazo a Malov en la cara.
– Un violador no merece piedad alguna -dijo-. Yo le habría disparado un tiro.
Por un segundo, Malov pareció perder seguridad. Se recuperó lanzando una carcajada terrible, un largo ja-ja-ja-ja cristalino.
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