Alan Glynn - Sin límites

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La vida de Eddie Spinola toma un inesperado giro cuando prueba el MDT-48, una droga sintética desarrollada por un misterioso laboratorio. Sus efectos le permitirán experimentar una inusitada actividad intelectual y física que lo llevarán a alcanzar el éxito con el que siempre soñó. Sin embargo, al mismo tiempo que comienza a vivir en un mundo de lujos exorbitantes y multimillonarias transacciones, Spinola padece los nefastos efectos secundarios de la droga y un terrible síndrome de abstinencia cuando empiezan a escasear sus suministros del fármaco. La búsqueda por conseguir nuevamente las dosis y evitar su propia muerte, lo conduce a rastrear el pasado del MDT-48 y a verse envuelto en una intensa trama de oscuros experimentos científicos y una difusa cadena de asesinatos. Este es, sin duda, un apasionante y cinematográfico thriller que dejará sin aliento a todos los lectores.

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En ese instante llegó la camarera con el filete y las patatas.

– Buen provecho.

– Gracias.

Por otro lado, tenía claro que sería muy fácil convencer a Hank Atwood. Había leído artículos sobre él donde se utilizaban términos imprecisos como «visión», «compromiso» y «tenacidad», y pensaba que no tendría problemas para despertar en él aquello que había despertado en los demás. Eso, a su vez, podía situarme en una posición de poder, porque, como nuevo consejero delegado de MCL-Abraxas, Hank Atwood no sólo tendría línea directa con el presidente y otros líderes mundiales, sino que él mismo sería un líder mundial. La superpotencia militar era cosa del pasado, un dinosaurio, y la única estructura que contaba en el mundo actual era la «hiperpotencia», esa cultura del entretenimiento, digitalizada, globalizada y angloparlante que controlaba el corazón, la mente y los ingresos de generaciones sucesivas de gente con una edad comprendida entre los dieciocho y los veinticuatro años, y Hank Atwood, de quien en breve sería amigo, estaba a punto de trepar hasta la cima de esa estructura.

Pero, de repente, sin previo aviso ni motivo, volví a pensar que Carl Van Loon recapacitaría y, como mínimo, retiraría la oferta de trabajo.

¿Y en qué posición me dejaría eso?

La camarera se acercó de nuevo a mi mesa y me mostró la cafetera. Asentí y me llenó la taza.

– ¿Qué pasa, cariño? ¿No te gusta el filete?

Miré el plato. La comida estaba intacta.

– No, no, está bien -dije. Era una mujer corpulenta de unos cuarenta años, con ojos grandes y pelo frondoso-. Sólo estoy un poco preocupado por el futuro, eso es todo.

– ¿Por el futuro? -repitió, riéndose a carcajadas mientras se alejaba con la cafetera-. Ponte a la cola, cariño, ponte a la cola.

Cuando llegué a casa, parpadeaba la luz roja del contestador automático. Pulsé el play y esperé. Había siete mensajes, muchos más de los que acostumbraba a recibir.

Me senté al borde del sofá y contemplé el contestador.

Clic.

Biiip.

«Eddie, soy Jay. Sólo quería comentarte, y espero que no te cabrees conmigo, que he estado hablando con una periodista del Post esta noche y le he pasado tu número de teléfono. Ha oído hablar de ti y quería escribir un artículo, así que… Lo siento, debería habértelo consultado primero, pero… En fin… Nos vemos mañana.»

Clic.

Biiip .

«Soy Kevin. -Hubo una larga pausa-. ¿Qué tal ha ido la cena? ¿De qué habéis hablado? Llámame cuando llegues.»

Hubo otra larga pausa y entonces colgó.

Clic.

Biiip .

«Eddie, soy tu padre. ¿Cómo estás? ¿Algún consejo para mis inversiones? -Risas-. Escucha, el mes que viene me voy de vacaciones a Florida con los Szypula. Llámame. Odio estos malditos aparatos.»

Clic.

Biiip .

«Señor Spinola, soy Mary Stern, del New York Post . Jay Zollo, de Lafayette Trading, me ha facilitado su número. Eh… Me gustaría hablar con usted lo antes posible. Eh… Le llamaré de nuevo más tarde o mañana por la mañana. Gracias.»

Clic.

Biiip .

Pausa.

«¿Por qué no me llamas? -Mierda, no me acordaba de Gennadi-. Tengo una idea para aquello, así que llámame.»

Clic.

Biiip .

«Soy Kevin otra vez. Eres un imbécil, Spinola, ¿lo sabías? -En ese momento, su voz se tornó incomprensible-. ¿Quién diablos te crees que eres, eh? ¿El puto Mike Ovitz? Pues déjame decirte algo sobre la gen…»

Entonces oí un ruido sordo, como si algo hubiese caído al suelo. Se escuchó un «miiierda» casi inaudible y, de repente, la llamada se cortó.

Clic.

Biiip .

«Mira, que te den, ¿vale? Que les den a ti, a tu madre y a tu hermana.» Clic.

Fin de los mensajes nuevos.

Me levanté del sofá, fui al dormitorio y me quité el traje.

Con Kevin no podía hacer nada. Tendría que ser mi primera baja. De Jay Zollo, Mary Stern, Gennadi y mi padre me ocuparía por la mañana.

Fui al lavabo, abrí el grifo de la ducha y me situé bajo el chorro de agua caliente. No necesitaba aquellas distracciones y, desde luego, no me apetecía malgastar el tiempo pensando en ellas. Después del baño, me puse unos calzoncillos y una camiseta. Me senté a la mesa, tomé otra pastilla de MDT y empecé a tomar notas.

En la oscura biblioteca de su piso de Park Avenue, Van Loon me había bosquejado el problema. Como cabía esperar, los directivos no se ponían de acuerdo en una valoración. Las acciones de MCL se cotizaban a 26 dólares, pero pedían a Abraxas 40, un recargo del cincuenta y cuatro por ciento, que estaba muy por encima de la media para una compra de esta índole. Van Loon tenía que encontrar la manera de bajar el precio que pedía MCL o justificárselo a Abraxas.

Según dijo, me enviaría material por la mañana, documentos relevantes que debía examinar antes de la comida del jueves con Hank Atwood. Pero pensé que, antes de que llegara esa documentación, debía investigar por mi cuenta.

Me conecté a Internet y leí cientos de páginas sobre financiación empresarial. Aprendí los rudimentos necesarios para estructurar un acuerdo de compra y examiné docenas de ejemplos. Durante toda la noche seguí un rastro de vínculos y, en un momento dado, estudié fórmulas matemáticas avanzadas para determinar el valor de las acciones.

Me tomé un descanso a las cinco de la madrugada y vi repeticiones de Star Trek y Ironside .

Hacia las nueve de la mañana llegó el correo con el material que Van Loon había prometido. Era otra carpeta abultada que contenía informes anuales y trimestrales, valoraciones de analistas, cuentas de gestión interna y planes de trabajo. Me pasé el día hojeando toda aquella documentación y, a última hora de la tarde, creí haber llegado a una especie de meseta. Quería que la comida con Hank Atwood se celebrara entonces y no en un plazo de veintidós horas, pero probablemente había absorbido toda la información que podía, y pensé que lo que necesitaba en ese momento era un poco de descanso.

Intenté dormir, pero sólo pude conciliar el sueño unos minutos, y tampoco me apetecía seguir viendo la televisión, así que decidí ir a un bar, tomar un par de copas y relajarme.

Antes de salir, me obligué a tomar un puñado de suplementos dietéticos y a comer un poco de fruta. También telefoneé a Jay Zollo y Mary Stern, que llevaban todo el día llamándome. A Jay, que parecía distraído, le dije que me encontraba mal y que no me apetecía ir a trabajar. A Mary Stern, que no quería hablar con ella, fuese quien fuese, y que dejara de llamarme. No llamé a Gennadi ni a mi padre.

Cuando bajé las escaleras, calculé que llevaba casi veinticuatro horas sin dormir y que, en cualquier caso, sólo había dormido un total de seis en las setenta y dos horas previas, así que, aunque no se notara, debía de hallarme en un estado de agotamiento físico absoluto.

Era última hora de la tarde y había mucho tráfico, como aquella primera noche que salí de la coctelería de la Sexta Avenida. Fui caminando -flotando, en realidad-, en lugar de coger un taxi. Sobrenadé las calles con la vaga sensación de moverme en un entorno de realidad virtual, un paisaje en el que los colores contrastaban enormemente y la percepción de la profundidad quedaba un tanto atenuada. Cada vez que doblaba una esquina, mis movimientos parecían espasmódicos, angulares y guiados, así que, al cabo de veinticinco minutos, cuando entré en un bar de Tribeca llamado Congo, fue como si accediera a una nueva pantalla de un videojuego con unos gráficos bastante realistas. Había una larga barra de madera a la izquierda, sillas de mimbre, un altillo con baranda situado al fondo y enormes tiestos con unas plantas que llegaban hasta el techo.

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