Francisco Ledesma - El pecado o algo parecido

Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - El pecado o algo parecido» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El pecado o algo parecido: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El pecado o algo parecido»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un nuevo caso del detective Méndez, personaje que ha convertido a González Ledesma en uno de los autores españoles de serie negra más reconocidos en Europa.
Sinopsis: Méndez lamentó la crueldad de su destino. Había venido a Madrid para no trabajar nada, y se encontraba con que tenía que averiguar qué había detrás del repugnante crimen cometido con el culo ignorado de una mujer ignorada en un lugar ignorado.

El pecado o algo parecido — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El pecado o algo parecido», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

O sea, que haya paz. O, como dicen por aquí, Méndez, tranquilidad y buenos alimentos.

Pero había algo en lo que aún podía pensar. Al menos pensar le estaba permitido, cosa no tan frecuente en la historia española. El tal David, que posiblemente había asesinado a Mónica en la plaza Mayor, debía de ser el mismo que había colaborado en el salvaje asesinato de la chica desconocida, en una torre de los altos de Serrano. No podía ser una simple coincidencia de nombres.

Bueno, ¿y qué?

Del asunto ya se ocupaban otros.

Además, la muerte de Mónica no tenía sentido aparente. ¿Qué había buscado el asesino? ¿Y qué relación podía tener con el crimen de los altos de Serrano una joven ramera que sin duda no estuvo allí (ni se hablaba de su presencia ni su voz aparecía por parte alguna) y que además ya había cambiado de vida?

Méndez probó el vermut de la casa.

Le extrañó que la mortalidad del país hubiera descendido.

Y de pronto volvió la cabeza.

Alguien se había sentado frente a él.

Y una voz femenina acababa de decir:

– Hola, Méndez.

La memoria le trajo una luz violenta, cuadrada, de sol que parecía estallar antes de morir entre los tejados de las casas. La habitación era pequeña, con una cama tan trabajada que merecía haber sido dada de alta en la Seguridad Social, una mesilla, un búcaro de flores, una ventana por la que entraba el violento sol y un espejo para ver reflejado en él las maniobras de la cama. En ese espejo aún se reflejaban las piernas de la mujer: medias de fantasía, zapatos de tacón, un pubis negro que brillaba de sudor, un vientre muy blanco que temblaba de miedo. Y al fondo, junto a la ventana, el hombre desnudo: todavía estás empalmado, pedazo de cabrón, aún tienes las venas hinchadas, todavía te da saltos el pito y además te da de lleno el sol en tu capullo de día de fiesta. Méndez recordó su voz de otro tiempo, una voz que había sido poderosa:

– ¡Al suelo, maricón! ¡Al suelo y las manos detrás de la cabeza, o me voy a correr mientras te vuelo las pelotas!

Méndez reconocía que en otros tiempos no hablaba del todo bien. No era un policía científico. Pero en la calle le habían enseñado que un «cagón tu madre» hace casi siempre que no necesites una bala. ¿Y encima qué más da? La madre ni se entera.

Luego habían entrado,, placa en ristre, los dos policías jóvenes que habían montado con él el brillantísimo servicio.

– ¡Patéale los huevos!

– ¡La pistola en la oreja, en la oreja!

Méndez bebió otro sorbo de aquel vermut, conseguido tras grandes esfuerzos después de destilar una marea negra.

¡Aquel sol! El sol de agosto que se arrastraba por los tejados, quemaba los geranios, cocía las calvas de los contables, llegaba hasta los pelos de las putas tempraneras.

La mujer que se había sentado frente a él susurró:

– Fue una bonita detención, Méndez.

– Era el mejor momento. Casi diría que el único. Un tío empalmado nunca piensa que el camino de la cárcel puede estar en el camino de un polvo.

– ¿Qué fue de él?

– ¿Del Robles? Era un ladrón fantasioso, no sé si lo llegaste a saber. Yo creo que era capaz de abrir una caja fuerte con un naipe usado, y se pasó largas temporadas robando carteras en los tres centros culturales más importantes de la ciudad: el Ateneo, el Molino y el Palacio de la Música. Es decir, llevaba una carrera de lo más encomiable. Pero un día tuvo la mala idea de atracar un banco; entonces tuvimos que cazarle.

– Entonces tenías buena voz, Méndez. Y sabías manejar la pistola.

– Era un mérito, no creas. Mi Cok modelo 1912 no había funcionado bien desde la toma de Sebastopol. Hay quien dice que aquella pistola la sacaron de un museo de artillería naval. Pero el Robles sólo tuvo para unos años: buena conducta, la condicional y a la calle. Antes tuve que apadrinar a su hijo.

– ¿Qué?

– Se lo prometí: el Robles me lo pidió llorando desde el fondo de la chirona. De modo que fui a la iglesia un sábado por la tarde y me encontré una mujer gorda, un cura gastrónomo y un bebé berreante y maricón. Hice lo que pude y luego los invité a cenar a los tres en la Rambla.

En recuerdo de los buenos tiempos, Méndez dio al vermut de la casa un sorbo, aun arriesgándose a que fuera el último de su vida. Luego miró a la mujer, su vestido negro, su pelo mal teñido, sus piernas en las que descansaban dos venas azules, sus ojos a los que llegaba, a través de los cristales, el último rayo de sol de la ciudad vieja.

– Llevabas unas medias muy bonitas -dijo-. Medias en agosto, ya ves.

– A él le gustaban. Le gustaba también que hubiera mucha luz en la habitación, una ventana cerca de la cama y un espejo para verme todo el rato. Aunque es curioso: le gustaba porque yo se lo dije. Fui yo la que se lo sugerí. «Si nos traen un espejo me verás mejor; será como si tuvieses dos mujeres.»

– Nunca te he entendido, Julia.

– ¿Por qué no? Hay una cultura para el sexo.

– Era tu cultura lo que me sorprendía, Julia. Cuando yo era más joven, cuando me pateaba de cuatro en cuatro las escaleras del barrio Chino, cuando me sentía capaz de tirarme hasta a un cardenal siciliano y la cosa se me levantaba sin necesidad de que las campanas de la catedral tocasen a gloria, estuve contigo en aquella casa de citas. Me acuerdo de la ventana por la que también entraba entonces el sol, pero un sol de invierno, y de la cama plantada muy cerca, aunque entonces nadie se había ocupado de situar un espejo. No sé si estaba ya el búcaro de flores o lo pusieron más tarde. Aquel día también llevabas liguero y medias.

– Era invierno -recordó Julia, mirando al vacío.

– No te dije que era un policía tronado al que los gatos perseguían por la calle.

– No.

– Lo averiguaste al día siguiente. Fui a un acto cultural como escolta de un prohombre… de algún modo había que llamarle, y se me notó que era de la bofia, aunque había olvidado la pistola en casa. Recuerdo que me situé en la biblioteca, porque desde allí se dominaban las dos salas, las banderas de aniversario, las mesas llenas de canapés y las puertas que los camareros empujaban con el culo. Había dos bibliotecarias formando una guardia de honor a la nada, porque a nadie se le ocurriría acercarse a un libro. Una de ellas eras tú.

Julia entornó los párpados, en los que cada tarde de su vida (y cada hombre de su vida) habían ido creando una minúscula arruguita.

– Es verdad -dijo-, yo era bibliotecaria. Y aquel día, como casi todos los días, nadie se acercó ni a diez metros de un libro.

– Tenías un sueldo.

– Sí.

– ¿Por qué ibas, entonces, a aquella casa de citas?

– Es sencillo: necesitaba más.

– ¿Vestidos? ¿La entrada de un piso? ¿Un coche a plazos? ¿Una joya que habías visto en una película del cine Fémina?

– Qué cosas, Méndez.

– ¿Por qué?

– El cine Fémina ni siquiera existe.

– Es igual. El Taha, el Condal, el Español, el Nuevo, el Roxy, el Avenida, el Mahón, el Cataluña, el Vergara, el Rondas… Barcelona está llena de cines que ya no existen.

– No era por nada de eso, Méndez.

– Entonces no me lo digas. Es igual. Al fin y al cabo, no soy más que un viejo podrido que no tiene derecho a preguntarte nada.

– Aun así, te lo diré. Al fin y al cabo, ¿qué importa ya? De todos los hombres que me aplastaron junto a la ventana y que vieron mis medias brillando al sol: yo siempre elegía aquella habitación, porque me consolaba ver morir la tarde mientras yo también moría un poco, ninguno averiguó dos cosas: por qué iba yo a la casa y por qué el gato que se escondía debajo de la cama se estaba quieto allí hasta que terminaba el trac-trac del somier y terminaba el polvo. Creo que eso tiene una respuesta: el gato se quedaba quieto allí porque estaba amaestrado y luego se lo chivaba todo a la dueña.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El pecado o algo parecido»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El pecado o algo parecido» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El pecado o algo parecido»

Обсуждение, отзывы о книге «El pecado o algo parecido» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x