– Manda a Elena a que pregunte a algunas empleadas por si alguna hubiera estado de servicio a aquella hora -añadió Bernal-. Confiemos en que Varga y los técnicos del laboratorio saquen algo en claro de las ropas de la chica.
El jefe de seguridad del Metro atendió la llamada de Bernal y dijo que averiguaría el nombre y dirección de las taquilleras que habían tenido turno de noche entre Iglesia y Plaza de Castilla. Sugirió que se probara también en Bilbao, ya que era una de las estaciones más concurridas en aquel tramo de la línea.
Mientras la secretaria revisaba las listas de personal, el jefe de seguridad echó mano de los partes relativos a los dos muñecos de tamaño natural encontrados durante la semana anterior y volvió a leerlos. ¿Tendrían alguna relación con la chica asesinada? No habría sido fácil transportar los muñecos hasta el Metro sin que nadie lo advirtiese, por no hablar ya del cadáver de la joven. Pensó que lo mejor sería hacer fotocopias de los partes y enviárselos al comisario Bernal.
A la mañana siguiente, Navarro abría el correo en el sórdido despacho de la sección, en el edificio de Gobernación, cuando entró Bernal.
– Varga tiene algo, jefe. Estuvo con Prieto en Huellas Dactilares para probar ese nuevo método de autografía electrónica que comenzó a utilizar en Escocia la policía de Glasgow. Al parecer, emplean polvo de plomo y rayos X y así se obtienen huellas ocultas de las superficies más difíciles, como la piel humana, sellos de correos usados y ropa. Varga no encontró señales de lavandería en las ropas de la chica, pero Prieto ha localizado una huella parcial en la bufanda.
– ¿Se puede identificar? -preguntó Bernal.
– Dice que es demasiado parcial para clasificarla debidamente. No sabría decir si hay deltas o espirales en realidad, pero tiene bastante para probar con la poroscopia, ya que los poros entre bordes y en los bordes mismos son tan únicos e individuales como la misma huella dactilar.
– ¿Hemos utilizado ese método antes?
– Prieto dice que lo ha probado para fines experimentales y está preparado para intentarlo… siempre que se encuentre al «prójimo» que ha dejado la huella.
– ¿Quieres decir que no se puede comprobar por los archivos? -preguntó Bernal.
– Y tanto que no. Ni siquiera sabría decir a qué dedo y qué mano pertenece, y en los archivos criminales clasificamos por la mano derecha, del pulgar al meñique en la sección principal, y luego por la mano izquierda en las subsecciones. Pero Prieto dice que la poroscopia sólo sirve cuando se tiene al individuo y se quiere la prueba definitiva de que se trata de él mediante el cotejo de todos los poros de sus huellas con los poros de la huella parcial.
– Pues estamos buenos -comentó Bernal-. ¿Qué hay de los zapatos, la bufanda y lo demás? ¿No puede Varga consultar con los fabricantes y los detallistas?
– Dice que es inútil. Son cosas de la especie más corriente y se parecen a las compradas en el Rastro.
– O sea que el asesino se quedó con las ropas de la chica. ¿Por qué? -dijo Bernal-. ¿Para evitar posibles identificaciones de nuestra parte? ¿O porque el sujeto es fetichista?
Navarro abrió en aquel momento el informe del Instituto de Toxicología.
– Aquí hay algo, jefe. Mira esto. Se ha encontrado cloroformo en los pulmones y rastros de cocaína en la sangre. Tal vez se limitara a esnifarla. Peláez no encontró pinchazos ni en los brazos ni en los muslos.
– Quizás haya muerto de una sobredosis de éter -murmuró Bernal-. Y, además, probablemente esnifaba cocaína. Será mejor que busques en Estupefacientes, Paco. Tal vez esté fichada… Sólo en Madrid, con una población que no llega a cuatro millones de habitantes, tenemos fichados a ciento setenta mil adictos a las drogas duras. Se podrían comprobar allí las huellas de la chica. Sin duda será más rápido que la localización de índice y pulgar en los archivos del Documento Nacional de Identidad, que es como buscar una aguja en un pajar…
La inspectora Elena Fernández llegó en aquel momento, con un aire de elegancia fría en el vestido superceñido y de color azul claro.
– Buenos días, jefe. ¿Tengo algo que hacer?
Bernal había aprendido ya a admirar aquella habilidad femenina para parecer siempre tranquila y bien acicalada, incluso tras un largo día de investigación o una noche de fiesta con su novio en la Costa Fleming.
– Sería conveniente que fueras a interrogar esta misma mañana, a su casa, a algunas taquilleras del Metro. Pero lee antes estos informes sobre una chica que se encontró muerta anoche en la estación de Antón Martín.
Navarro abría en aquel momento un sobre grande que un ordenanza de la dirección del Metro acababa de traer.
– El jefe de seguridad nos envía el nombre y la dirección de las taquilleras que estuvieron de servicio anoche entre Bilbao y Plaza de Castilla. Nos manda también fotocopia de dos partes sobre unos muñecos de tamaño natural encontrados en el Metro durante la semana pasada. Pregunta si puede haber alguna relación. Dice que la compañía confía en nuestros esfuerzos por evitar que el caso de la joven muerta llegue a la prensa.
– Haremos lo que podamos, aunque antes o después tendrá que dársele cierta publicidad. Los testigos hablarán.
Bernal leyó los dos partes con curiosidad creciente. Advirtió que los dos agentes de seguridad avisados para hacerse cargo de los maniquíes hablaban de cierta «pintura roja» o «tinte rojo» que había brotado de la boca de los muñecos. Había que comprobar aquello al instante.
– Paco, llama al Metro, a Seguridad, y diles que envíen los maniquíes, si todavía los tienen, al laboratorio de Varga, y que hagan lo posible por no manosearlos. Será mejor que tú y Elena leáis los partes y que también lo haga Miranda cuando llegue. Haceos con tres taquilleras cada uno e interrogadlas acerca de cualquier cosa o persona que les pareciera sospechosa; por ejemplo, sobre alguien que anduviese tambaleándose, con un enfermo o un inválido, en el curso de la semana pasada. Yo estaré aquí hasta que lleguen Lista y Ángel -Bernal se había resignado ya al extraño horario de trabajo de Ángel Gallardo, el más joven y apuesto de sus inspectores, pero estaba sorprendido por la tardanza del inspector Lista-. Otra cosa, Paco. Di a la compañía del Metro que nos envíen un buen plano del tendido ferroviario. Aquí no tenemos más que un folleto de información general.
Cuando los otros dos se hubieron ido, Bernal estudió los tres informes y el plano del Metro. El primer maniquí había sido descubierto poco antes de llegar a la estación de Manuel Becerra, de la Línea 2, en dirección Ventas. El segundo apareció en la Línea 1, entre Ríos Rosas e Iglesia, mientras el tren iba en dirección Portazgo. El cadáver de la joven se había revelado como tal poco antes de llegar a Antón Martín, en la Línea 1, asimismo, con el tren en dirección Portazgo también, aunque la testigo señora Pérez lo había visto mucho antes, en la estación de Bilbao. Había una notable correspondencia entre los dos últimos hechos. Las taquilleras entre la terminal de Plaza de Castilla y la estación de Bilbao podrían sin duda arrojar luz sobre alguno de ellos, si no sobre los dos. ¿Estaría vinculado a ambos también el primer acontecimiento? Una observación más atenta del plano del Metro se lo aclaró. La Línea 2 se cruzaba con la 1 sólo en las estaciones de Sol y Cuatro Caminos, terminal ésta al mismo tiempo de la Línea 2. Puesto que la señora Pérez había observado la presencia de la joven muerta con anterioridad, la estación de Sol podía descartarse como supuesto punto de acceso. El núcleo de conexión tenía que ser además Cuatro Caminos, en el caso de que una sola persona fuera responsable de los dos maniquíes y la chica muerta, y suponiendo que dicha persona no hubiera efectuado transbordo en ninguna estación de empalme. Bernal tenía por muy improbable tal transbordo, sobre todo en el caso de la chica, que pesaba más de cuarenta kilos. Y, respecto de los muñecos, ¿se habría arriesgado el responsable a que se fijaran en él, como habría podido ocurrir en caso de transbordo?
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