David Serafín - El Metro de Madrid

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Madrid, mayo de 1977. El país se prepara para las primeras elecciones generales después de cuarenta años de dictadura. Como las calles, las paredes del Metro están repletas de propaganda electoral. Nadie repara en un extraño hombre barbudo que sostiene a otro, excesivamente abrigado para la época, hasta que, con el tren ya en movimiento, este último se desploma.
A los pocos días ocurre un caso similar y todo parece indicar que un psicópata anda suelto. El comisario Bernal, el Maigret español, decide intervenir desplegando a su gente por toda la red del subterráneo, husmeando literalmente por las entrañas de la ciudad.

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Elena escrutó con ansiedad el andén. No, el asesino no se había movido. Seguía sentado, con la cabeza baja, mirando al suelo. Sonó el silbato y las puertas del tren se cerraron. El hombre no iba a viajar en aquél. Elena volvió corriendo al teléfono.

– Sigue aquí. No se ha movido del banco.

– Muy bien. Quédate donde estás y vigílale hasta que llegue Ángel con los de paisano.

Cuando salió al andén, Elena quedó aterrada al ver que el asesino había desaparecido. Miró a todas partes: ¿por dónde se habría ido? Leyó el rótulo que había sobre la salida que más cerca había tenido el hombre: «Correspondencia Línea 1: Portazgo-Plaza de Castilla». Aquélla era la línea por la que Bernal había apostado. Se dirigió rápidamente al pasillo y subió las escaleras que conducían al atestado vestíbulo, cuyo suelo estaba inundado de propaganda electoral. Pero no había el menor rastro del hombre. Cielos, se había movido mucho más aprisa que antes. ¿La habría visto seguirle? Vaciló ante la entrada de la Línea 1. ¿Qué andén, a Portazgo o a Plaza Castilla? Las escaleras del de dirección Plaza Castilla estaban más cerca y aquéllas fueron las que tomó. En cualquier caso, lo vería en el andén de enfrente si el individuo había tomado las otras.

Corrió escaleras abajo en el momento en que un tren pitaba, y de repente vio a Cortés en el instante de entrar en él. Se las arregló para salvar la barrera automática que bloqueaba el paso inmediatamente antes de la partida de un tren, corrió por el andén y se coló por entre ambas puertas en el momento en que éstas se cerraban. El tren estaba hasta los topes y la joven advirtió que tenía al asesino a escasos centímetros. Se volvió de cara a las puertas y le dio la espalda.

Ángel Gallardo se echó a temblar cuando no vio ni rastro de Elena en el andén de la Línea 2. Entró corriendo en la oficina y preguntó al encargado de estación dónde había ido la inspectora Fernández.

– Esto ya es el colmo -dijo el encargado-. Esto parece hoy un manicomio. Dejó el teléfono, salió corriendo en el momento en que partía el tren cuarenta y cinco y ya no he vuelto a verla.

– ¿Cogió ese tren?

– No sé cómo. Las puertas estaban cerradas. Central acaba de emitir un aviso general relativo a que el fluido eléctrico puede interrumpirse en cualquier momento.

– Es por nosotros, por si hace falta -dijo Ángel-. Andando -se dirigió a los agentes de paisano-. Vamos a la Línea 1, a seguir la corazonada del jefe.

Llegaron al andén de dirección Plaza Castilla, pero vieron que la barrera automática les impedía el paso. Al mirar a un lado por entre el gentío, Ángel entrevió la cara pálida de Elena en el tren que se alejaba.

JOSÉ ANTONIO

En el breve trayecto cuesta arriba de Sol a José Antonio, Elena notó que alguien se apretaba a su espalda. Dios mío, que no sea el psicópata, rogó la joven, y abrió el bolso con cuidado con una mano mientras con la otra se sujetaba a la barra que había junto a la puerta. Entonces sintió un objeto agudo en mitad de la espalda.

SOL

Cuando se abrió la barrera automática, Ángel entró como una tromba en la oficina del jefe de estación de aquel andén de la Línea 1 con la chapa de la DGS por delante.

– ¿Qué número tenía ese tren?

– El cincuenta y dos -respondió el aturdido funcionario.

– Voy a utilizar su teléfono -Ángel marcó el número-. ¿Comisario? Soy Ángel. Elena va tras él en el tren cincuenta y dos de la Línea 1, dirección Plaza Castilla. Nos detuvo la barrera automática. ¿Qué hacemos?

– Vuelve y coge un coche oficial. Dirígete a Tribunal. Yo haré que el tren se detenga un rato en José Antonio para darte tiempo. Comunícate conmigo por radio en cuanto estés en camino.

JOSÉ ANTONIO

Cuando el tren se detuvo en José Antonio y se abrieron las puertas, Elena se esforzó por salir con los demás pasajeros que bajaban, pero sentía un fuerte brazo que le rodeaba la cintura. Una voz masculina le susurró al oído.

– No te muevas.

El individuo apretó la punta de la bayoneta en la espalda de Elena hasta que le rasgó la piel.

Elena dudó entre gritar y sorprenderle, o sacar la pistola, pero estaba en posición difícil para volverse de cara a él. Advirtió que el tren permanecía en el andén con las puertas abiertas durante más tiempo de lo normal, pero no había ningún policía cerca y, en cualquier caso, recibiría una cuchillada antes de que nadie acudiese en su ayuda. Calculó las posibilidades que tenía de servirse del kárate que le habían enseñado, pero había muy poco espacio, ya que habían entrado muchos más viajeros en el vagón.

Algunos pasajeros comenzaron a comentar aquel retraso y Elena sintió que la bayoneta se le apretaba con más fuerza. Por fin se cerraron las puertas y el tren arrancó. Un par de usuarios miró a Elena y al sospechoso con curiosidad. Sin duda pensaban que debía de tratarse de una pareja de enamorados por abrazarse de aquella suerte en público. Elena recordó que había un largo trecho hasta la estación siguiente, Tribunal. ¿Se podría razonar con aquel hombre? ¿No era de esperar que ella protestara, a menos que supiera que era un agente de policía que le había seguido? Santo Dios, qué compromiso. De modo que volvió a medias la cabeza y murmuró:

– ¿Qué demonios quiere usted?

– Cierra el pico o será peor para ti -el sujeto apretó un poco más la bayoneta, hasta que penetró en la carne, y el dolor agudo obligó a la joven a apretarse los dientes.

SOL

Bernal gritaba órdenes por teléfono.

– Quiero que el tren salga ahora mismo de José Antonio, ¿entendéis? No interrumpáis el fluido cuando esté en el túnel. Sería demasiado peligroso. Detenedlo en Tribunal. Sí, sí. ¿Se puede interrumpir en el momento de detenerse ante el andén, antes de abrirse las puertas? Hay que intentarlo. Eso dará tiempo a mis hombres para llegar a la estación.

Sudando copiosamente se volvió a Paco.

– ¿Está ya Ángel a la radio?

– Sí, acabo de localizarlo.

– Pon el altavoz, para que pueda oírle yo también -Bernal cogió el micrófono-. Ángel, ¿me oyes? Cambio.

– Alto y claro, jefe. Estamos en mitad de Hortaleza, pero el tráfico es muy denso. Cambio.

– Dirígete a Tribunal. Voy a detener el tren allí con las puertas cerradas y tendré cortado el suministro eléctrico hasta que llegues. Y date prisa. Cambio.

– Atajaremos por Mejía Lequerica y por Barceló. Cambio.

– He dado órdenes a la comisaría de la zona para que ponga hombres de uniforme que impidan el paso en la boca de Tribunal. Cambio y cierro.

TRIBUNAL

El tren número cincuenta y dos se balanceaba mientras corría hacia la estación de Tribunal, pero las esperanzas de Elena de liberarse se desvanecieron cuando el abrazo del psicópata se hizo más firme. Temía que el solo movimiento del tren le hundiese la bayoneta. No sabía si ponerse a gritar en Tribunal, en cuyo andén tenía que haber un policía. Notó que los frenos entraban en acción y que el tren reducía la velocidad. Aparecieron las luces del andén. Elena estaba totalmente inmóvil, esperando que las puertas se abriesen, con la intención de realizar un rápido movimiento de kárate en cuanto los otros pasajeros se moviesen.

Cuando el tren se detuvo, las luces del vagón se apagaron y las puertas permanecieron cerradas. Los usuarios que pensaban bajar lanzaron exclamaciones de sorpresa.

– ¿Qué pasa? -preguntó un hombrecillo que había delante de Elena-. Esto no ha pasado nunca.

Elena le sonrió desesperadamente y el hombrecillo miró inquisitivamente al individuo fornido que sujetaba a la joven. Los altavoces del andén crepitaron y se oyó la voz del jefe de estación.

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