David Serafín - El Metro de Madrid

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Madrid, mayo de 1977. El país se prepara para las primeras elecciones generales después de cuarenta años de dictadura. Como las calles, las paredes del Metro están repletas de propaganda electoral. Nadie repara en un extraño hombre barbudo que sostiene a otro, excesivamente abrigado para la época, hasta que, con el tren ya en movimiento, este último se desploma.
A los pocos días ocurre un caso similar y todo parece indicar que un psicópata anda suelto. El comisario Bernal, el Maigret español, decide intervenir desplegando a su gente por toda la red del subterráneo, husmeando literalmente por las entrañas de la ciudad.

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SOL

En la oficina de Bernal, Navarro organizaba la búsqueda general de Roberto Cortés Díaz. Había enviado a Carlos Miranda y a Ángel Navarro a la calle de Concha Espina para que ayudaran al comisario. Le extrañaba que Elena no hubiese aparecido, aunque ya eran más de las dos. Sonó el teléfono y contestó.

– Despacho del comisario Bernal. Aquí el inspector Navarro -escuchó unos momentos-. Entiendo. Es extraordinario que los de Tráfico lo hayan encontrado tan pronto. ¿Dices que en el estacionamiento subterráneo de la plaza del Carmen? Muy bien. Gracias.

Llamó por teléfono a Bernal para informarle que se había encontrado el vehículo de Cortés.

BILBAO

Elena Fernández comenzaba a temer que el sospechoso la descubriera. Le había seguido por la Línea 1, en dirección Plaza de Castilla, pero había hecho transbordo en Bilbao a la Línea 4, en cuyo andén de dirección Alfonso XIII se encontraban en aquel momento. Estaba totalmente convencida de que aquel hombre era el asesino del Metro y se preguntaba qué contendría el paquete de forma alargada. Se estremeció y se sintió desfallecer al pensar de qué podía tratarse. Había mirado con mucha atención para asegurarse de que no lo dejaba en un vagón o en un banco del andén.

No había mucha gente en el andén, así que se mantuvo algo alejada, fingiendo mirar el plano del Metro de la pared, mientras le vigilaba por el rabillo del ojo. Cuando llegó el tren, el hombre no se movió para subir y la joven se preguntó si el individuo advertiría que tampoco ella había subido cuando el tren partió. Pero el individuo ni siquiera pareció mirar hacia ella. Por el contrario, estuvo observando los vagones que tenía más cerca y subió en el último momento. Elena se las arregló para entrar de un salto en el siguiente en el instante en que se cerraban las puertas.

ALFONSO XIII

A las 2.15, Bernal interrogaba a la antigua enfermera del Doctor Cortés, que se había localizado en el consultorio de otro dentista en Ciudad Lineal. El inspector Quintana había ido a recogerla con el coche.

Asunción Mora estaba pálida y parecía preocupada en presencia de Bernal.

– ¿Podría decirme por qué dejó usted el empleo que tenía en la clínica del señor Cortés?

– Fue a causa de su extraña conducta, comisario. La mayor parte del tiempo se comportaba con total normalidad, con gran serenidad, dicho sea en justicia, incluso cuando las cosas no iban del todo bien. Hay dentistas que se ponen muy nerviosos. Pero hace dos meses hizo una extracción de emergencia a una portuguesa y me pareció que se conducía de una manera muy rara.

– ¿En qué sentido, señorita?

– Primero, le administró un anestésico general después de otro local a base de procaína, y ello para una extracción que no esperaba terminar bien, por lo que pude ver. La raíz estaba atascada por un tercer molar incrustado y aquél era trabajo de hospital. Pero la cosa pareció afectarle y se obsesionó con la idea de llevar a cabo el trabajo. Yo observaba la respiración y el pulso de la paciente y de pronto se interrumpieron los dos. Estaba convencida de que había muerto, así que fui a telefonear para llamar a una ambulancia. Pero, en vez de ello, él me envió a buscar al doctor Sánchez, que vive al pie de la cuesta, y dijo que había dado oxígeno a la paciente y que se estaba recuperando. El doctor estaba fuera, pero esperaban que volviera de un momento a otro. Volví con él y cuando llegamos aquí la paciente se había ido.

– ¿Explicó él lo que había pasado?

– Dijo que la había llevado a la casa y le había servido un café. Y que cuando se hubo encontrado mejor, se había ido a casa. Me resultó difícil de creer al principio, pero admito que me asusté cuando el corazón le dejó de latir. No pensaba que fuera posible que se recuperase. En cualquier caso, yo estaba muy nerviosa, así que me despedí, cosa que él aceptó sin discusión alguna. Incluso me mandó el sueldo de un mes de más.

– ¿Fue aquélla la única experiencia anormal que vivió usted mientras trabajó aquí?

– Sí, pero fue suficiente.

GOYA

Elena observaba al sospechoso por las ventanillas del extremo del vagón, mientras el tren avanzaba en dirección Alfonso XIII. En cierto momento le pareció que se había puesto a desenvolver el paquete que llevaba, pero una chica que estaba ante el hombre se interpuso quitándole la visión de momento. Elena se dio cuenta de la fijeza con que el individuo miraba a la joven y se asustó por ella. Introdujo la mano en el bolso, en busca del pequeño revólver reglamentario. Pero el sospechoso se bajó en Goya, ella hizo lo propio y anduvo por el andén, a cierta distancia del hombre, para evitar ser descubierta. Tras detenerse a mirar un cartel, la joven se dio cuenta de que el hombre se había sentado en un banco y tanteaba el paquete.

Tomó entonces una decisión repentina: fue a la oficina encristalada del jefe de estación y le enseñó su placa oficial.

– ¿Me permite utilizar el teléfono?

– Claro, inspectora.

Marcó el número de la DGS y pidió comunicación con el despacho de Bernal. Hubo una pausa.

– ¿Tardará mucho en pasar otro tren? -preguntó al jefe de estación.

– Tres minutos si es puntual.

– ¿Qué número tiene?

– El veintiocho.

Navarro se puso al habla.

– Paco, aquí Elena. He localizado al sospechoso en Sol cuando iba hacia ahí. Va con un paquete alargado. Le he seguido hasta Goya, donde estoy y donde él se encuentra sentado en un banco del andén dirección Alfonso XIII; el próximo tren será el veintiocho.

– No le pierdas, Elena, pero tampoco te acerques a él. Es muy peligroso. Es dentista y se llama Roberto Cortés Díaz; el jefe está en este momento en su casa, en Concha Espina. Tiene que haber un agente en casi todos los andenes. Pide ayuda si hace algo violento. Ten cuidado y telefonea en cuanto puedas.

– Ya llega el tren, Paco. Volveré a llamarte.

SOL

Navarro llamó a Bernal inmediatamente y le contó la iniciativa de Elena.

– Enseguida regreso a Gobernación, Paco, para dirigir la operación. Esperemos que se trate de nuestro hombre. Enviaré algunos agentes al encuentro del tren veintiocho, ya que viene en esta dirección.

GOYA

Elena miró por la ventana de la oficina mientras el tren se aproximaba. Pero el sospechoso no se levantó del asiento. Advirtió que no tenía ya el paquete, aunque el papel de envolver estaba doblado junto a él. Cuando el tren hubo arrancado, el individuo se puso en pie y se dirigió a la salida sobre la que figuraba el rótulo: «Correspondencia Línea 2: Ventas-Cuatro Caminos». De modo que iba a cambiar de línea otra vez. Y ella no tenía tiempo de volver a telefonear.

Tras situarse a una prudente distancia del hombre, la joven advirtió que él llevaba un bulto bajo el impermeable de estilo militar.

ALFONSO XIII

Bernal, cada vez más alarmado por la situación de Elena, mandó a Miranda y a Lista en coche a la estación de Alfonso XIII para recibir al tren número veintiocho, mientras el inspector Miranda llamaba a la comisaría de su zona, sita en la calle Cartagena, y ordenaba que algunos hombres de uniforme fueran a la estación del mismo nombre, que estaba en aquel trayecto. Elena, por lo menos, vería a los grises y los llamaría si necesitaba ayuda.

Mientras, Bernal y Ángel Gallardo se disponían a volver a Sol en el coche oficial. Cuando ya iban a salir, la sirvienta se acercó al comisario con claras muestras de excitación nerviosa.

– He visto que falta algo en la pared del pasillo en que don Roberto tiene su colección de recuerdos de la guerra civil.

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