– ¿Qué es, Pilar? ¿Qué se ha llevado?
– Una bayoneta -dijo la mujer muy excitada-. He visto el espacio vacío entre las otras armas.
– ¿Están todas las pistolas?
– Sí, creo que sí. Sólo falta la bayoneta.
– Gracias, Pilar, lo tendremos en cuenta. Y, ahora, tranquila, ¿eh?
Cuando ya estaban en marcha, Bernal habló por radio con Navarro.
– ¿Dijo Elena que el sospechoso llevaba un paquete alargado? Cambio.
– Sí, jefe. Todavía lo llevaba en Goya, que fue desde donde ella llamó. Cambio.
– Probablemente contenga una bayoneta de la guerra civil… sí, una bayoneta, de modo que las cosas se ponen feas. Esperemos que Elena no tenga que enfrentarse con él. Adviérteselo en cuanto vuelva a telefonear. Cambio y cierro.
Elena seguía al sospechoso con cautela, dejando que otros usuarios se colocasen en medio mientras recorrían los pasillos y escaleras que había entre las líneas 4 y 2. Apretó un poco el paso para ver si Cortés tomaba las escaleras de Ventas o las de Cuatro Caminos. Ah, las de Cuatro Caminos y Ópera. Está describiendo un círculo, advirtió. ¿Trataba de despistarla o es que vagaba sin objeto de una estación a otra?
Volvió a preguntarse qué sería lo que el individuo llevaba escondido bajo el impermeable de estilo militar. Tenía la esperanza de que no fuera nada macabro. Claro que, si lo era, ¿por qué le habría quitado el envoltorio? Comenzó a pensar que a lo mejor se trataba de un arma. ¿Cuál podía ser? Estaba claro que era demasiado corta para ser un fusil y demasiado larga para ser una pistola, aun con silenciador. ¿Una escopeta de cañones recortados? No parecía abultar tanto.
Se debatió en el dilema de telefonear otra vez o no: El hombre estaba sentado nuevamente en un banco del andén, con la cabeza gacha. No daba la impresión de mirar a su alrededor para ver si le seguían. En aquel momento se oyó el tren que se acercaba. Ella estaba muy cerca y con la mirada buscó el cartón cuadrado que ostentaba el número del tren en la cabina del conductor. El cuarenta y tres. Tal vez tuviera ocasión de llamar desde otra estación.
Pero el sospechoso no hizo el menor ademán de subir al tren.
Sonó el silbato y las puertas se cerraron. La joven resolvió entonces mezclarse con los usuarios que se habían apeado y cruzarse con el asesino para llegar a la oficina del jefe de estación.
Cuando llegó al despacho, Bernal recibió informes de las estaciones Cartagena y Alfonso XIII: no había rastro de Elena ni del sospechoso en el tren número veintiocho de la Línea 4, ni se había visto a ninguno de los dos en las estaciones intermedias. Estudió con Navarro el plano mural de la red del Metro.
– Haremos que vuelvan Lista y Miranda. Tal vez los necesitemos aquí. Fíjate, Paco, que en Goya puede haber cambiado de intenciones el asesino y tomado la Línea 2 en una dirección y luego en la contraria -dijo Bernal-. Quizá se haya percatado de que le siguen. Vamos a hablar con el director del Metro, a ver si puede darnos línea directa con la central de Sol. Podríamos incluso interrumpir el servicio durante un rato, si hiciera falta, mientras buscamos por trenes y estaciones.
– Si al menos pudiéramos decir a Elena que el tipo va armado… -dijo Ángel, que se había acercado para observar el plano.
Navarro hablaba con los de la Compañía Metropolitana. Había urgencia en su voz.
– Al director le gustaría hablar contigo, jefe.
Elena estaba a punto de entrar en la oficina del jefe de estación, a fin de informar, cuando vio que el sospechoso se levantaba despacio del banco, con aire de quien ha tomado una decisión. Miró a ambos lados del andén y Elena se volvió rápidamente para leer los anuncios de la compañía que estaban pegados en los cristales de la oficina. Oyó que se acercaba otro tren. El cuarenta y cuatro, dirección Cuatro Caminos, calculó.
Se arriesgó a mirar para ver si el sospechoso tenía intenciones de tomarlo. Sí, todo parecía indicar que iba a hacerlo. El individuo seguía teniendo una mano bajo el faldón del impermeable, sin duda para sujetar el objeto oculto. ¿Qué demonios sería?, se preguntó la joven. Parecía pesado. ¿Un puñal? El objeto era más grande.
– He conseguido autorización para interrumpir el servicio en cualquier línea, llegado el caso -dijo Bernal a sus dos colegas-. Paco, tendrás línea directa con la central de Sol en unos momentos.
– Pero, jefe, si interrumpimos el suministro eléctrico, ¿no pondremos en peligro a Elena y los demás viajeros? Si el individuo queda atrapado en un túnel y a oscuras, tal vez pierda los estribos con la bayoneta -objetó Paco.
– Sin duda tienes razón -admitió Bernal-. Si pudiéramos ponernos en contacto directo con Elena mediante un walkie-talkie .
– Tal vez no funcionase en el Metro -dijo Ángel-. Lo más probable es que intente telefonear en cuanto pueda. Caerá en la cuenta de que suponemos se encuentra en la Línea 4, dirección Alfonso XIII.
Elena había vuelto a entrar en el vagón contiguo al que habla tomado el sospechoso y observaba a éste por las ventanillas de ambos. Había más viajeros aquella vez, lo que hacía más sencillo el trabajo. Aprovechó también la oportunidad para soltarse el cabello, que lo había llevado recogido, y quitarse la fina chaqueta de mezclilla para darle la vuelta. Por suerte era reversible y de color verde claro y liso por dentro. De la época de la escuela recordaba que aquellos pequeños cambios bastaban para camuflar a quien seguía a un sospechoso.
Volvió Elena a advertir que su vigilado se situaba tras una joven, a la que comenzó a mirar de manera extraña. Mientras el tren llegaba a la estación Banco, pensó que iba a atacar a la chica; pero el movimiento del tren se detuvo y el individuo recuperó la posición inicial, apoyándose en la ventanilla. Elena lo tenía tan cerca que podría tocarlo de no ser por los cristales que separaban los vagones.
En Sol bajó el sospechoso mezclado con el gentío y Elena lo siguió de cerca, temiendo perderle en la más atestada de todas las estaciones. Pero el individuo se detuvo ante el primer asiento del andén y volvió a sentarse. Arriesgándose a cruzarse con él, Elena se dirigió al teléfono de la oficina del jefe de estación. Estaba sobre ascuas mientras el funcionario observaba su documentación, tras lo que, no sin desgana, le permitió utilizar el teléfono.
– Paco, soy Elena. Estoy debajo mismo de vosotros, en Sol, en la Línea 2, andén de dirección Cuatro Caminos. Acabamos de dejar el tren cuarenta y cuatro y el sospechoso está sentado en un banco.
– Aguarda, ahora se pone el jefe.
– ¿Elena? Quédate donde estás. Voy a enviarte a Ángel y a dos hombres de paisano. El hombre al que sigues es Roberto Cortés, un dentista loco, y va armado con una bayoneta, un recuerdo de la guerra. No te acerques a él, ¿me oyes?
– Sí, jefe, pero ¿y si se va antes de que llegue Ángel? El tren cuarenta y cinco llegará de un momento a otro.
– Síguele con prudencia si sube en él. Recuerda que puede cambiar a la Línea 1 o a la 3, o bien, claro, volver en dirección Ventas por la misma Línea 2. Yo sospecho que irá a la Línea 1. Allí fue donde mataron a su hermana en 1939.
– ¿En 1939? -repitió Elena-. ¿Qué tiene que ver eso con el caso?
– Todo. Es un psicópata. Es el recuerdo lo que estimula sus movimientos actuales.
– Ya llega el tren -dijo la joven con premura.
– Mira a ver si se mueve. Yo estaré al habla. Si no vuelves para hablar conmigo en un minuto, deduciré que has ido tras él y haré que se interrumpa el suministro eléctrico de la Línea 2 hasta que llegue Ángel.
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