Elmore Leonard - Bandidos

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En Nueva Orleans, una fundación de ayuda a la `contra` nicaragüense guarda todo el dinero recaudado con la bendición de Reagan entre los magnates y empresarios norteamericanos. El coronel Dagoberto Godoy y su siniestro guardaespaldas, Franklin de Dios, son los encargados de recoger el dinero y de organizar el embarque clandestino, de las armas destinadas a la guerrilla antisandinista. La CIA sigue con atención los acontecimientos, pero nadie puede sospechar que se ha formado entre tanto un singular grupo de bandidos dispuestos a dar un golpe magistral. Aunque parezca una locura, Lucy Nichols, que había sido monja en una leprosería de Nicaragua, Jack Delaney, ex presidiario, y Roy Hicks, que fue expulsado de la policía acusado de soborno, tienen un plan infalible para hacerse con el botín.

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– Si la mierda tuviera algún valor, Jack, barrerías el mercado de abonos -dijo Roy-. Lo que yo veo es que otra vez el cazador ha salido cazado. Diablos, si puedo imaginármelo: «Vamos a ver si podemos joder al viejo Roy. Digámosle que todo el dinero es para los leprosos.»

Lucy meneó la cabeza.

– Así es, Roy. Es para el hospital.

– Ya lo sabe -intervino Jack-. Sólo busca excusas.

– ¿Para qué hablar de eso? -dijo Roy. Cerró la maleta y la levantó-. Si soy capaz de quitárselo a los nicaragüenses, también lo soy de quitároslo a vosotros, que sois un par de casos perdidos. -Pasó por delante de Lucy-. Si tenéis alguna queja, contádsela a la policía. Explicadles lo que habéis hecho.

Jack cerró su puño sobre el candelabro, lo quitó de la mesa del teléfono y lo sostuvo a un lado del cuerpo.

Roy se detuvo a unos pasos de él y se abrió la chaqueta.

– ¿Qué vas a hacer, golpearme? Jack, por un millón de pavos dispararía a mi madre.

Detrás de él, Lucy dijo:

– Yo también.

Estaba junto al sofá, sosteniendo el revólver plateado del treinta y ocho con ambas manos, con los brazos extendidos.

Jack la vio cuando Roy, delante de él, se dio media vuelta para mirarla.

– Oh, mierda, me olvidaba. ¿Llevas la pistolera? Enséñanosla. Jack, es como las que llevan los polis de la tele.

– Si intentas irte con eso -amenazó Lucy-, te prometo que dispararé.

– Hermana, si te atrevieses merecerías el dinero.

Se volvió y dio dos pasos hacia la puerta.

Lucy disparó y Roy gritó.

28

Helene tenía la puerta del coche fúnebre abierta, y la carretilla medio fuera. Intentaba plegar las malditas patas. Jack se acercó a ella, dijo «ahora» y quitó el seguro.

– Yo lo cogeré -dijo Jack.

Tan tranquilo. Helene le vio alejarse empujando la carretilla por el camino enladrillado que daba al jardín. Cuando llegó a la sombra de los árboles, se abrió una puerta y Lucy la mantuvo abierta. No tardó mucho. Helene le vio volver con un hombre tumbado en la carretilla. Entonces se detuvo, le dijo algo a Lucy y la besó en la mejilla. Cruzó por el jardín hasta la entrada de la casa y llegó a la parte trasera del coche. Helene no se dio cuenta de que el hombre no estaba muerto hasta que Jack ya casi había metido la carretilla en el coche.

Tenía los ojos abiertos. Llevaba toallas enrolladas entre el brazo y el costado. Decía cosas feas, haciéndose el bruto y llamando a Jack por un nombre que Helene no quiso escuchar, normalmente utilizado para mujeres. A Jack no parecía importarle. Acabó de meter al hombre en el coche y cerró la puerta.

– Jack, no se puede recoger a alguien que no esté muerto, ¿no? -dijo ella.

Le dijo que se diera prisa y saludó a Lucy, que seguía en el patio, Lucy devolvió el saludo.

Se metieron en el coche y se fueron. Conducía Helene, y Jack se reclinó en el asiento y encendió un cigarrillo, como si no le preocupase nada en absoluto. Lo primero que Helene quiso saber fue por qué no habían llamado a una ambulancia. Jack le explicó que hubieran preguntado cómo había recibido el tiro, y se acercó a ella y la tocó encima de la cadera. Justo allí. Sólo que en ese lugar Roy tenía algo de grasa. Jack dijo que Roy se inventaría una historia en el hospital.

– Bueno, ¿y no está cabreado? -le preguntó Helene.

Jack dijo que no importaba, que Roy no podía denunciar a nadie sin denunciarse a sí mismo. Le pidió que guardase las preguntas para más tarde.

– Llevemos al viejo Roy al Charity.

Al llegar a la entrada de emergencia del hospital, lo pusieron en una camilla, y Jack eludió las preguntas del camillero.

– Ponte bien pronto, ¿me oyes? -le dijo a Roy. El camillero ya se lo estaba llevando, por lo cual Helene no pudo oír su respuesta.

Se fueron en el coche fúnebre. Jack dijo:

– Sube por Canal. Nos pararemos en el Mandina a tomar algo, ¿qué te parece? Leo y yo solíamos pasar por allí después de los funerales, para descargarnos.

– Si crees que vas a recuperar tu trabajo, estás loco -dijo Helene.

– Es tuyo -contestó Jack-, si eso te hace feliz.

Helene le miró. Parecía tan inocente, allí, sentado, contemplando la vista de la calle Canal en una tarde de sábado…

– Nunca he salido con una chica que trabajara en una funeraria; será una nueva experiencia.

Un momento después, añadió:

– Es posible que mañana me vaya a Gulfport, a recoger un coche. Un tipo me ha ofrecido que me quede su Mercedes de sesenta mil dólares, recién comprado, todo el tiempo que quiera. Las llaves estarán en la oficina de la Standard Fruit.

– Aunque no lo tengas, fíngelo. Eso no va contigo, Jack.

– O podría vender el coche…

– Eso sí es de tu estilo.

– … y enviarle el dinero a Lucy a Nicaragua.

Helene le miró.

– ¿Lo dices en serio?

Jack no contestó. No estaba seguro de si lo decía en serio o no.

Elmore Leonard

Bandidos - фото 2
***
Bandidos - фото 3
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