Elmore Leonard - Bandidos

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En Nueva Orleans, una fundación de ayuda a la `contra` nicaragüense guarda todo el dinero recaudado con la bendición de Reagan entre los magnates y empresarios norteamericanos. El coronel Dagoberto Godoy y su siniestro guardaespaldas, Franklin de Dios, son los encargados de recoger el dinero y de organizar el embarque clandestino, de las armas destinadas a la guerrilla antisandinista. La CIA sigue con atención los acontecimientos, pero nadie puede sospechar que se ha formado entre tanto un singular grupo de bandidos dispuestos a dar un golpe magistral. Aunque parezca una locura, Lucy Nichols, que había sido monja en una leprosería de Nicaragua, Jack Delaney, ex presidiario, y Roy Hicks, que fue expulsado de la policía acusado de soborno, tienen un plan infalible para hacerse con el botín.

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Pero entonces, al intentar imaginárselo más cercano a la realidad en cuanto al lugar y al tiempo, viendo objetos reconocibles, rótulos -Exxon, McDonald’s-, la escena empezó a ampliarse, y entraron en ella otras cosas, además de la confrontación, lo importante.

Sentada en la habitación del hotel, vio al coronel de pie junto al coche. Ella ha soltado su frase. Está con Jack, Roy y Cullen y se van con el dinero. Pero en esa ocasión mira hacia atrás y ve que el coronel sigue allí, de pie junto a su coche, mientras ellos se van.

Jack miró cómo Lucy iba de la cama a uno de los dos armarios emparejados junto a la ventana, que tenía las cortinas corridas; la vio sentarse y coger un cigarrillo de la mesa baja que había entre las sillas. La lámpara de la mesa esparcía una luz suave por la habitación. Le gustaba el ambiente de la habitación, con el débil sonido de música proveniente del exterior. Sin embargo, no se sentía muy seguro con respecto a Lucy, que había vuelto a cambiar y estaba silenciosa precisamente cuando él había pensado que estaría habladora. Quería contarle lo de Franklin, quizás una preocupación menos. Estaba ansioso por explicarlo, todavía con el gusto del vodka reciente. Luego pensó en Roy, ¡Jesús!, si les habría abandonado, y se lo preguntó. Ella dio una chupada a su cigarrillo, sin prisa. Dijo que no, que volvería…

– ¿Y qué pasaría si nos hubiera abandonado?

– Yo me lo pensaría muy seriamente -le dijo Jack-. ¿Es eso lo que te preocupa?

No. Era otra cosa. Se lo explicó:

– Paramos a Bertie y cogemos el dinero. Pero eso no es necesariamente el fin del asunto.

Con aquel tono tranquilo… sonaba bien.

– Quieres saber qué pasa si saca la pistola y uno de nosotros tiene que dispararle -dijo Jack.

Ella negó con la cabeza antes de que terminase de hablar.

– No. ¿Qué pasa si no le disparamos? ¿Si nos vamos con el dinero y le dejamos allí?

– Aún mejor, ¿eh? No quieres matarlo, ¿verdad?

– Pero entonces todo esto no acabaría.

Jack se acercó a la otra silla. Se sentó y cogió un cigarrillo.

– ¿No habías pensado en eso?

– Tal como yo me lo imagino -dijo Lucy-, te ahorraré los detalles, nos veo sacándolos del coche, veo a Bertie de pie en la carretera… Se da cuenta de lo que está pasando… Lo veo sin principio ni final. Del mismo modo que recuerdo las fotografías de la gente que él torturaba y las escenas que presencié cuando mató a los leprosos. ¿Entiendes lo que quiero decir? No hay nada antes ni hay nada después. Mata a la gente, o siembra el terror, y desaparece. Ahí se acaba. A él no le pasa nada. De acuerdo, veo que lo paramos y le quitamos el dinero… Pero eso no es el final del asunto. Tiene que seguir de alguna manera, y no sé qué diablos hará.

Jack se tomó cierto tiempo. Había diferentes maneras de enfocarlo.

– Bueno -dijo-, ¿qué es lo primero que se te ocurre? Llama a la poli y les dice que le han robado, si no te importa que use esa palabra, pero así es como ellos lo llamarían y como lo escribirían en su informe. Robo a mano armada cometido en tal sitio a tal hora…

– Pero no lo es.

– Si no te cogen, puedes llamarlo como quieras. Pero este juego es como cualquier otro, tienes que jugar según las normas. Un delincuente honesto, si le cogen, asumirá que ha actuado contra la ley y que le van a encerrar. He llegado a aprender que ésa es la forma de ir por la vida sin darte contra las paredes y hacerte daño a ti mismo: asumir los hechos de cualquier circunstancia, sea cual fuere. ¿No lo sabías? Creía que lo habrías experimentado al prepararte para monja. En el talego conocí a un ladrón muy famoso, un especialista en cajas fuertes, que incluso había pagado a su abogado por adelantado, lo tenía en nómina.

Lucy le escuchaba, pero parecía costarle cierto esfuerzo. Luego dijo:

– No voy a discutir contigo sobre la ley. No somos criminales.

– A mí tampoco me gusta considerarlo así -dijo Jack-. De hecho, estoy convencido de que estamos en el bando de los ángeles, al menos de los vengadores. Pero si nos juzgan, no te sorprendas si es en un juzgado de lo criminal. Supongo que podría plantearse una cuestión de jurisdicción, según donde ocurra. Si los pillamos en Misisipí y volvemos a Nueva Orleans con el dinero, eso lo convertiría en un delito federal, cruzar una frontera estatal para cometer un delito. No sé, pero ¿qué más da? En cualquier caso, diríamos «¿Qué dinero? ¿De qué me está hablando?» a quienquiera que lo preguntase. Acepto la posibilidad de que nos detengan sin pensármelo demasiado, y no sólo porque me produzca sudor frío.

– Porque no crees que vaya a pasar -dijo Lucy.

– Exacto. ¿Y sabes por qué?

– Porque es probable que no llame a la policía.

Jack le sonrió.

– Eso es. En primer lugar, porque puede ser que esté muerto. Y en segundo lugar, ¿cómo iba a explicar qué hacía en la autopista con los dos millones de pavos? Teóricamente tiene que salir desde Gulfport en un barco bananero. ¿Qué le dice a Wally Scales, su colega de la CIA? Bueno, a lo mejor le dice que ha cambiado de idea y que ha decidido salir desde Miami. Que el hombre de la CIA le crea o no, ya es otra cosa. Pero una vez entras en ese terreno, surge otra pregunta: si Bertie pretende quedarse el dinero, ¿qué va a decir que ha pasado? Salvo que planee desaparecer…

Lucy negó con la cabeza.

– Tiene formada una imagen de sí mismo en la que se ve lleno de medallas. A ese hombre le gusta que le vean.

– Es la misma impresión que tengo yo. O sea, que tendría que fingir algo e inventarse alguna historia para explicar que le han robado. Sandinistas de Nueva Orleans, o alguien como Jerry Boylan. Se detiene en algún lugar camino de Gulfport, hace unos cuantos agujeros de bala en su coche, llama a Wally… No sé. Supongo que haría algo así. Sólo que, si le roban de verdad y eso ocurre pasado Gulfport, tendrá que pensárselo muy seriamente antes de llamar a Wally. Por otro lado, si nos reconoce por algún motivo, creo que a quien llamaría sería a ti. Y entonces tendríamos un problema.

– Un momento. ¿Por qué no habría de reconocernos? Sabe quiénes somos.

– Sí, pero en realidad no nos verá. ¿Recuerdas ese libro que me dejaste, Nicaragua , con aquellas fotos de los jóvenes pistoleros sandinistas con gorras de béisbol y camisas deportivas? Todos llevan máscaras, pañuelos o bufandas en la cara, con agujeros para los ojos. Si no quieres que te identifiquen, y nosotros desde luego no queremos, eso es lo que hay que hacer.

– Pero yo quiero que me vea. Es parte del juego.

– ¿Y eso por qué?

– Tiene que darse cuenta de que no le están simplemente robando, de que es parte de una retribución.

– Si nos cubrimos los rostros -dijo Jack-, es un asalto. Si no, resulta que el mismo hecho ya es otra cosa y somos los buenos de la película.

– Mira -le dijo ella-, tú puedes hacer lo que quieras. Pero él tiene que saber quién soy. Si no, se lo diré.

– ¿Cómo es que no lo habías dicho antes?

– Lo daba por hecho.

– ¿Has hablado con Roy?

– ¿Si hemos hablado de eso? No.

– Roy iba a buscar máscaras de Carnaval. Le gusta la idea de que llevemos las caras oscuras para que el coronel crea que somos negros.

– Jack, lo digo en serio. Para mí es muy importante.

– Bueno, tú sabrás. Pero si se lo dices a Roy, estoy seguro de que lo deja.

– ¿Por qué?

– Venga, ¿de qué hemos estado hablando? Podrían cogerte, serías la única que él identificaría. Lo primero que te pregunta la pasma es quién más había contigo. Luego te dicen qué condena te espera en algún correccional de mujeres. Y luego te la rebajan, te ofrecen un trato, y te vuelven a preguntar quién más había contigo.

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