Elmore Leonard - Bandidos

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En Nueva Orleans, una fundación de ayuda a la `contra` nicaragüense guarda todo el dinero recaudado con la bendición de Reagan entre los magnates y empresarios norteamericanos. El coronel Dagoberto Godoy y su siniestro guardaespaldas, Franklin de Dios, son los encargados de recoger el dinero y de organizar el embarque clandestino, de las armas destinadas a la guerrilla antisandinista. La CIA sigue con atención los acontecimientos, pero nadie puede sospechar que se ha formado entre tanto un singular grupo de bandidos dispuestos a dar un golpe magistral. Aunque parezca una locura, Lucy Nichols, que había sido monja en una leprosería de Nicaragua, Jack Delaney, ex presidiario, y Roy Hicks, que fue expulsado de la policía acusado de soborno, tienen un plan infalible para hacerse con el botín.

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– Una revisión del motor te cuesta ya ciento veinticinco mil dólares, o más. Diablos, si te meten una bala en el sistema de control de combustible, que es como el carburador, te vas a los cuarenta y cinco de los grandes para cambiarlo, y eso en un modelo de cuatro plazas.

Le dijo a Dagoberto que era hablar de muchos pavos si quería mantener una flotilla de helicópteros. ¿Iba a conseguir dinero suficiente para financiar una auténtica guerra o no?

– ¿Quieres que te diga lo que cuesta financiar una guerra? -contestó Dagoberto-. Pagar veintitrés dólares al mes a cada luchador por la libertad antes de poder comprar una sola bala… Un amigo tuyo bien situado, de riqueza inconmensurable, me da un cheque de cinco mil. Lo miro… ¿Sabes para qué servirá? Para comprar arroz para unas cuantas semanas y tal vez veinte mil cartuchos de munición AK-47. ¿Quieres que te diga lo que es comprar armas a los israelíes? ¿Contratar un embarque hacia Honduras y tener que pagar a todos los intermediarios?

– No, si eso te va a deprimir, Dagaberta -dijo Dick Nichols. La mujer de la mesa vecina tenía una cara muy bella pero se concentraba en su comida y no parecía que pudiera sacársele mucho jugo; era del tipo de mujer que antes iría a una reunión de un club que se escaparía con un desconocido.

»Eh, ¿no podéis más? -dijo Nichols. Y contempló cómo se ocupaban de sus bebidas. Un par de machos bananeros-. Una vez tuve un geólogo que examinó un terreno y me dijo: “Señor Nichols, si es capaz de sacar petróleo de ese terreno, me lo beberé.” El miope hijo de puta no lo había examinado lo suficientemente a fondo -dirigió su mirada al coronel, que jugueteaba ociosamente con la cubertería de plata-. Pero nunca he forzado a nadie a beber algo que no quisiera.

Miró hacia el camarero y dijo:

– Robert, llegas a tiempo. -Esperó a que les sirviera y se fuese. Luego se volvió hacia el coronel-. Dagaberta, mi niña dice que te gusta matar a la gente. ¿Es eso cierto?

El coronel dejó de toquetear los cubiertos e intentó dirigirle una mirada tranquila y reposada a Dick Nichols.

– Tu hija veía la guerra desde el punto de vista de un civil. Naturalmente, no lo entendía. En una guerra, el propósito es matar enemigos.

– Dice que matabas mujeres y niños.

– ¿Acaso no lo hacíais vosotros cuando bombardeabais ciudades en vuestras guerras? Son cosas que pasan.

– No sabía que tu gente dispusiera de aviación.

– Quiero decir que es lo mismo. En la guerrilla se trata de disparar y correr, disparar y correr. Como no tenemos prisiones, no hacemos prisioneros. Pero no puedes dejarlos libres, ¿no? Si no, al día siguiente intentarán matarte ellos a ti.

– Hay muertes y hay crímenes a sangre fría, que no es lo mismo.

– Y hay asesinatos, separados de una y otra cosa por una fina línea en la guerra -dijo Dagoberto-. Mira, tu propio gobierno, la CIA, nos instruye en el uso selectivo de la violencia para neutralizar a nuestros enemigos. ¿Qué significa neutralizar? Tu propio presidente, Reagan, nos dice lo que significa: «Bueno, sólo tenéis que decirle al tipo que está sentado en el despacho que ya ha dejado de estarlo.» Qué bonito, ¿no? Él cree que es así de fácil. Me gustaría que tu presidente hubiera estado con nosotros en Ocotal. Vi a uno de los nuestros tan asustado que no podía moverse y se estaba cagando de miedo, pegado a la pared. Le dije: «Venga, hombre, vamos.» Pero no se movía, y había otros detrás, mirándonos. Cogí su revólver y vi que el cargador estaba lleno. «Hombre -le grité-, no has disparado ni un solo tiro.» Por el amor de Dios, ¿qué ejemplo estaba dando aquel hombre? Lo neutralicé con su propio revólver y neutralicé a varios enemigos hasta que arrancamos la bandera sandinista y la quemamos. Lo que quiero decir, es que lo único neutral es el revólver. No le importa a quién mata.

– ¿Cuántos años tenía el hombre al que disparaste?

– Los suficientes para morir por la libertad.

– ¿Qué libertad? Mi hija dice que en Nicaragua nos hemos equivocado de bando y que llevamos setenta y cinco años equivocándonos.

– El 21 de junio de 1979 -dijo Dagoberto-, un hombre de la Guardia Nacional mató en Managua a un periodista de la ABC y todo el jodido mundo lo vio filmado. Eso no tenía que haber pasado, pero pasó y por esa razón no les gustamos a algunos. El 9 de julio los sandinistas tomaron León, y el 16 de julio, el mismo día en que asaltaron la guarnición de Jinotepe, Estelí. Me encontré con un M-16 ante la cara, negándome a cerrar los ojos, mientras Somoza volaba a Miami con su familia y sus jefes y los ataúdes de su padre y su hermano. Nos abandonó a la muerte.

Dick Nichols vio que el nicaragüense miraba a su amigo de Miami.

– Del mismo modo que abandonó a la familia de Crispín a la muerte, en su cafetal, al llevarse a la Guardia Nacional. Anastasio Somoza Debayle, Jefe Supremo y Comandante de la Guardia Nacional, Inspirado e Ilustre Caudillo, Salvador de la República. ¿Quieres más títulos? ¿Qué opinas tú de ese hijo de puta que nos abandonó a la muerte?

Dick Nichols le miró.

Caramba, un poco de Chivas bastaba para inflamarlo. Dick Nichols le vio alzar el vaso, inclinar la cabeza hacia atrás para echar un trago de macho, y golpear un par de vasos de vino vacíos al volver a posar su bebida en la mesa. Su compañero permanecía impasible. Pero en aquel momento la mortecina expresión de Crispín correspondía a la de un hombre enriquecido por los cafetales y bien acostumbrado. Dick Nichols hubiera apostado algo a que había volado de Nicaragua con una razonable cantidad de dinero que ya estaría invertida en alguna aventura en Miami. ¿No era interesante?

Y fue todavía más interesante cuando Dagoberto dijo:

– Volví a Nicaragua para hacer la guerra. Pero te diré algo que podrás entender, Dick. Tú afirmas que en América los negocios son los negocios…

– ¿Yo he dicho eso?

– Si no lo dices, lo sabes. Bueno, pues conmigo pasa lo mismo. Lo que hago, no lo hago en nombre del nacionalismo ni del somocismo, por lealtad a un hombre muerto. Lo que hago es cuestión de economía. Quiero lo mismo que tú. Y lo que es bueno para ti, Dick, lo es para mí.

Wally Scales siguió a Dagoberto al lavabo, vio cómo el coronel casi perdía el equilibrio y tenía que apoyar una mano en la pared para sostenerse. Muy cerca de él, por detrás, Wally Scales dijo:

– ¿Notas que alguien te sopla en el cuello?… ¡Eh! Cuidado dónde apuntas.

– ¿Qué haces aquí?

– Traigo una información muy importante. -Wally Scales se fue al siguiente urinario, porque no le gustaba la etílica mirada del coronel-. ¿Te encuentras bien?

– Después de esto, me siento un poco mejor. ¡Uf, hombre!

Un escalofrío agitó los hombros del coronel.

– ¿Has sabido algo de tu chica?

– Al diablo con ella. No voy a preocuparme por la lepra.

– Yo no me preocuparía. Me preocuparía más agarrar enfermedades venéreas, si me dedicara a entretener a las putas francesas del Quarter como tú. O me preocuparía si un tipo me soplara Bushmill en el cuello. Eso es lo que beben en Irlanda. Les encanta: vino y cerveza Guinness, esa que es negra. Si hueles cualquiera de las dos bebidas en tu habitación, sabrás que ha vuelto a ir. Bueno, nosotros también hemos entrado en la suya; se aloja en tu hotel. Hemos encontrado sus útiles de ladrón, pero no tiene armas, a no ser que las lleve encima. Aunque lo dudo, en su situación legal… No sabes de qué estoy hablando, ¿verdad? Sacúdela, pero no la rompas. Eh, te estás meando en los zapatos… Eso es. Ahora, lávate las manos.

El pequeño nicaragüense con ojos vidriosos y bigote de gigoló se subió la cremallera y se impulsó en la pared para acercarse al lavabo.

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