Juan Bolea - Los hermanos de la costa

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Bolea - Los hermanos de la costa» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los hermanos de la costa: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los hermanos de la costa»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La subinspectora Martina de Santo debe descubrir al autor de unos terribles asesinatos cometidos en la remota costa de Portosanto, un pueblecito del norte, reducto en el pasado de los últimos cazadores de ballenas. En el transcurso de su búsqueda, Martina de Santo conocerá a los «Hermanos de la Costa», una misteriosa asociación en la que se fusionan creación artística y ritos macabros. Los crímenes, que vienen cometiéndose desde tiempo atrás, tienen su origen en acontecimientos del pasado que la subinspectora va desvelando poco a poco, enfrentándose, al mismo tiempo, a delitos actuales relacionados con el narcotráfico. Juan Bolea combina lo ancestral y lo presente de manera inteligente y sutil para crear una trama apasionante que interesa desde la primera hasta la última página.

Los hermanos de la costa — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los hermanos de la costa», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Estuve con ellos, no voy a engañarle.

– No lo intente. Teo Golbardo me contó algo más. Está convencido de que fue usted quien descuartizó a su padre, el viejo pescador de ballenas. Teo pretende tomarse la justicia por su mano, y enviarle a usted al otro barrio.

– ¡Asesinos! -rugió Heliodoro, agitando las esposas-. ¿Por qué no me dejarán tranquilo? Se presentan de noche, a cualquier hora… ¿No entienden que he roto con todo? ¿Que he renunciado a sus macabras orgías?

Martina quiso atar otro cabo.

– ¿Teo Golbardo pertenece a la Hermandad?

– Está con ellos. ¡Tiene que creerme, escúcheme!

– ¿En calidad de artista incomprendido?

Un brillo de inteligencia asomó a los ojos azules del raquero.

– Le contaré lo que sé de ellos. Después me suelta, ¿de acuerdo?

La subinspectora asintió, imperceptiblemente. El Quemao, con aire delator, siguió diciendo:

– Teo es un actor mediocre. Las compañías de Bolscan lo han rechazado. Probó suerte en Argenta, pero terminó durmiendo en los bancos. Anduvo trapicheando con drogas, y pasó una temporada a la sombra. En la cárcel debieron romperle el culo. Lo tenía merecido. Regresó a Portocristo con el rabo entre las piernas, convertido en un fracasado. Como todos nosotros. Ha montado un grupo dramático con esa asociación católica del capitán Sumí. El día de Navidad pondrán en escena un auto sacramental. Los decorados corren a cargo de Daniel Fosco, ese pintorcillo de tres al cuarto. Patético, ¿no le parece? ¡Y esos ilusos se consideran artistas!

Heliodoro se echó a reír. Su risa tenía algo de desesperado y salvaje a la vez.

Martina preguntó:

– ¿Cuándo se reunieron todos por última vez?

– En el solsticio de verano, en Isla del Ángel.

– ¿Estuvo usted?

– Sí.

– ¿Quiénes más?

– Daniel Fosco, Elifaz Sumí, Gastón de Born, Teo Golbardo y otro chico.

– ¿Cómo se llama?

– No lo sé, no le conocía. Estaba oscuro, y llevaba una gorra calada.

– Cuénteme qué ocurrió.

– Yo estaba muy borracho. Habíamos fumado. Teo trajo una mierda que pegaba de verdad. Cuando llegamos a la isla era cerca de medianoche. Fuimos en mi barca, pero no sabría decirle cómo pudimos llegar. Las estrellas lucían en el cielo. Nuestras voces se perdían en el mar. Fosco estuvo a punto de caerse al agua, de lo pasado que iba. Elifaz era el único que se mantenía sobrio. ¡Él será quien venga a por mí si se entera que he hablado con usted!

– No lo sabrá. Continúe.

– Déme un cigarrillo.

Martina le puso un pitillo en la boca y se lo encendió. Frente a la llamita del encendedor, Heliodoro pestañeó temerosamente. El humo brotó por los caños de su nariz.

– Usamos mi linterna para trepar por el acantilado, pero al llegar a la cima me obligaron a apagarla. Fosco me la arrebató. Nos sentamos en círculo, en la oscuridad, junto al precipicio, delante del ángel de piedra del cementerio. El mar rompía abajo, muy abajo. Una botella pasó de mano en mano. Elifaz se levantó y tomó la palabra. Nos agradeció que estuviésemos allí, lejos de los vivos, en el mundo de los muertos, que era el nuestro. Elogió nuestra desesperación. Dijo que debíamos conjurarnos para alimentar nuestro odio, pero que ese sentimiento no era aún lo bastante fuerte como para eliminar a todos aquellos que nos habían vejado. A los viejos. A los jefes. A los padres. Elifaz dijo que había que clavar un arpón en el corazón de la humanidad. Debíamos actuar. Cercenar, mutilar. Eso dijo Elifaz. Y, entonces, señaló una tumba…

Mientras El Quemao hablaba, sus uñas habían arañado la madera del suelo.

– ¿Qué es eso? -preguntó Martina.

– ¿El qué?

– Las marcas que acaba de hacer en el piso.

– No me he dado cuenta -murmuró él.

– Parecen dos serpientes -observó la subinspectora-. O el símbolo del infinito. Vi ese signo en unas piedras talladas, cerca de aquí.

Heliodoro Zuazo la contempló con arrobación.

– Es mi firma.

– ¿Qué representa?

– ¿No se da cuenta?

– Dígamelo usted.

– Es muy fácil. Una ballena. Como las que vi de niño. Como las que mataban esos asesinos.

– Alguien grabó esas mismas marcas en los cuerpos de Dimas Golbardo y Santos Hernández. ¿Fue usted?

El raquero rompió a reír, demoníacamente. Un hilo de baba resbaló por su barbilla.

– ¿No quiere saber cómo termina la historia de la isla? ¿No quiere saber lo que había en la tumba?

– ¿Va a hacer una confesión?

– ¡Un espectro nos observaba! -gritó El Quemao, enajenado-. Estaba sobre una lápida. Lo vi a la luz de la luna, y se me heló la sangre. ¡Fue como si la misma muerte hubiese acudido a buscarnos!

– ¿Un espectro?

Heliodoro había comenzado a sollozar.

– En vida, fue un hombre. ¡Alguien, sí, me lo devolvió del infierno!

Se puso en pie, arrastrando la mesa, cuyos clavos habían saltado por la presión. Martina esgrimió la pistola.

– ¡No se mueva!

Los ojos azules del raquero estaban cuajados de lágrimas.

– Un capote lo cubría. Fue Fosco quien le quitó la capucha. ¡La calavera tenía trozos de pelo y piel!

– ¿Pudo reconocerlo?

– ¿Acaso no reconocería usted a su propio padre? ¡Habían profanado su tumba, esas hienas!

Otro tirón acabó de liberar la mesa. La subinspectora retrocedió un paso.

– ¿Con qué propósito?

– Era mi prueba de admisión en la Hermandad. Yo tenía que… juzgarle.

– ¿Juzgar al cadáver de su propio padre?

– ¡Debería haberlos matado! Pero estaba borracho, y tenía miedo. ¡Mi padre tenía razón! La última vez que hablé con él me dijo que había encontrado huesos humanos en el cementerio de la isla. Nadie le escuchó entonces. Serían los topos, llegó a decirle el capitán Sumí, las alimañas. ¡Los cárabos! ¡Las comadrejas! Sólo que aquellos vampiros tenían manos para empuñar palas y remover la tierra. Mi padre decidió informar al juez. Poco después, aparecería tendido en las rocas. ¿Qué quiere que piense? ¡Yo sé muy bien quien hizo aquello! ¡Los culpables estaban conmigo, y se burlaban de mí! ¡Los Hermanos lo empujaron al vacío, pero yo lo salvé de sus garras y lo cobijé! ¡Nadie volverá a profanarlo!

– ¿Lo cobijó? ¿Dónde está el cadáver de su padre?

– ¡Conmigo!

– ¿Lo ha vuelto a enterrar?

El raquero se había puesto de rodillas y levantaba los ojos a la techumbre de la cabaña, como si estuviera rezando.

– ¿Era ésa la prueba que quería enseñarme? -insistió Martina.

La pata de la mesa saltó, arrancada de cuajo, y el brazo del raquero se proyectó hacia adelante. La subinspectora sintió el golpe como una descarga en el interior de su cerebro. Cayó hacia atrás y perdió la pistola. Heliodoro se le echó encima. Martina sintió el acero de las esposas en sus mejillas. Golpeó a ciegas el rostro de su agresor y le clavó las uñas en la apergaminada piel, hasta que la sangre brotó y El Quemao se hizo a un lado. Martina corrió hacia la puerta de la cabaña, pero él le dio alcance en la pasarela, empujándola con tal violencia que el barandal se rompió y ambos cayeron sobre la arena. La atrapó y, a horcajadas sobre ella, siguió golpeándola con los esposados puños, hasta que la subinspectora perdió el sentido. De un tirón, el raquero desgarró la camisa y el sujetador de color cereza. Los pechos de Martina de Santo dejaron aflorar su rosada palidez. Heliodoro los contempló con fruición, sin tocarlos.

En ese momento sonó un estampido. El Quemao elevó los ojos al cielo. Durante tres segundos exactos contempló el vuelo de las grullas, asustadas por la detonación. Después se desplomó sobre la arena.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los hermanos de la costa»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los hermanos de la costa» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los hermanos de la costa»

Обсуждение, отзывы о книге «Los hermanos de la costa» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x