Franck Thilliez - El síndrome E

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Un hecho muy extraño altera el verano de la teniente de la policía de Lille Lucie Hennebelle: un ex amante suyo se ha quedado ciego cuando visionaba un cortometraje que acababa de comprar al hijo de un coleccionista recientemente fallecido. Una película, muda, anónima, con un toque malsano, diabólico y enigmático. A trescientos kilómetros de distancia, el comisario Franck Sharko, de la policía criminal, acepta volver al servicio bajo la presión de sus jefes, tras haber abandonado el departamento. Se han hallado cinco cadáveres a dos metros bajo tierra que resultan imposiblesde identifi car, ya que tienen las manos cortadas, la cabeza abierta y cerebro, dientes y ojos extraídos. Al tiempo que Lucie descubre los horrores que oculta la película, una misteriosa llamada le informa de la relación entre el filme y la historia de los cinco cadáveres, y hace que Lucie y Sharko, dos seres absolutamente distintos, y quizás por ello tan cercanos, se encuentren para investigar lo que parece el mismo caso.

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Sharko señaló de repente con el mentón hacia la cafetera.

– ¿Me ofrece uno? Esta mañana no he desayunado y este olor me está provocando náuseas.

Interrumpido en su discurso, Plaisant permaneció unos segundos sorprendido y se dirigió al rincón del laboratorio. Habló de espaldas, sin darse la vuelta:

– Tenemos suerte con estos sujetos. Cuanto más jóvenes son, más se reducen los márgenes de estimación. Pasados los treinta años se vuelve más difícil. Para la edad, nos basamos en la fase sinfisaria del pubis. En los adultos jóvenes, esa parte es muy rugosa, con crestas y surcos profundos. Luego los…

– ¿De qué edad?

El café comenzaba a brollar, la cafetera ronroneaba. Plaisant regresó junto a los esqueletos.

– Todos estos hombres tenían entre veintidós y veintiséis años en el momento de la muerte. Por lo que respecta a la talla y otros detalles antropométricos, lo verá en el informe.

El comisario Sharko se apoyó en la pared. Unos individuos jóvenes, todos de sexo masculino. Tal vez aquello fuera un criterio importante, de elección, para el asesino. ¿Era de su misma generación? ¿Los frecuentaba? ¿Dónde? ¿En la universidad, en un club deportivo? El policía señaló con el dedo hacia medio cráneo en el que aparecía, hacia el occipucio, un agujero rodeado de pequeñas fracturas.

– ¿Muertos por bala?

El antropólogo cogió una aguja de punto.

– Muertos o heridos, aunque para estos cuatro la opción que prima es la de muertos por bala. El quinto probablemente sólo estaba herido en el hombro, ya lo verá con el doctor Busnel.

Con su aguja, señaló la columna vertebral del asiático.

– A éste le dieron en la espalda. Tiene la cuarta vértebra estallada por detrás. A estos dos parece que les dispararon y les mataron de frente. Algunas costillas están fragmentadas, es probable que la bala rebotara antes de alcanzar algún órgano vital. Mi colega de radiografía las pasará por el escáner para hacer una reconstrucción en 3D y tratar de reproducir los puntos de entrada y de salida de los proyectiles. Pero no será fácil, a la vista del estado. En cuanto al último… Le mataron de un tiro en la cabeza. El proyectil ni siquiera salió por la parte anterior.

Sirvió el café en dos tazas y ofreció una a Sharko, que miraba los cuerpos sin moverse. No había coherencia alguna en la manera en que habían sido eliminados aquellos hombres. De espaldas, de frente, en la cabeza… No había ritual y la masacre parecía desorganizada mientras que la ocultación y la deshumanización de los cuerpos daban muestra de gran maestría. ¿De qué podía tratarse? ¿Una ejecución? ¿Un ajuste de cuentas? ¿El resultado de un enfrentamiento?

Sharko se mojó los labios con café.

– ¿Y supongo que no se han encontrado las balas?

– No, ni en los organismos, ni en el lugar donde fueron hallados. Las recuperaron todas y a veces de manera brutal. Dan prueba de ello las costillas descuartizadas en uno de los esqueletos.

En el fondo, Sharko esperaba aquella respuesta.

El asesino había hecho gala de su voluntad de llegar hasta el escalofriante final, borrando cualquier pista. No había manera de recurrir a balística y de tratar de dar con el arma.

– ¿Algún fragmento de proyectil?

Las balas sin blindar siempre dejan fragmentos, rastros en forma de cola de cometa o de tempestad de nieve.

– Absolutamente nada… Probablemente se trataba de balas blindadas.

De hecho, para Sharko no era una revelación. La mayoría de las municiones clásicas eran de aleación, macizas y no huecas y de plomo como las de algunos rifles de caza. El comisario se mesó los cabellos cortados a cepillo. Quería otra cosa, un medio de seguir una pista seria, palpable, pero recordó que no era más que un simple espectador. Sólo debía averiguar la psicología, los motivos del asesino. No se dejaría arrastrar por los demonios de la investigación sobre el terreno.

– ¿Cuándo murieron?

– Eso es más complejo. El campo raso siempre nos crea problemas de estimación. Depende de la humedad, de la profundidad, del pH y de la composición del suelo. Allí la tierra es particularmente ácida. Visto el estado de esos cuatro tipos, diría que entre seis meses y un año. Es imposible ser más preciso.

Era lo mismo que si dijera en la Antigüedad.

– ¿Los mataron al mismo tiempo?

– Eso creo. El entomólogo halló pocas pupas de moscas domésticas sobre los cadáveres, de la primera cuadrilla. Eso significa que los cuerpos fueron enterrados uno o dos días después del fallecimiento. Seguramente los transportaron hasta ese lugar.

La parte intacta del cerebro de Sharko ya rumiaba los datos. Habría que revisar el archivo de desapariciones desde otro ángulo, aplicando más un criterio de fecha que de geografía. El antropólogo prosiguió su explicación:

– Creo igualmente que fueron dos personas diferentes las que trabajaron sobre los cuerpos tras la muerte. El que serró los cráneos y… el que se ocupó de las manos y de los dientes.

Le tendió una lupa al policía.

– Los cráneos fueron cortados con precisión quirúrgica. Se trata, según las evidencias, de una sierra Streker o similar, utilizada en medicina forense y en cirugía. El gesto es profesional. Puede comprobarlo con la lupa, hay unas estrías características.

Sharko cogió la lente de aumento y la depositó sobre la mesa sin utilizarla.

– Profesional… ¿Alguien del gremio?

– Alguien acostumbrado a serrar. El punto de inicio, por ejemplo, coincide exactamente con el punto de llegada, y puedo darle fe de que no es fácil hacerlo sobre una estructura circular. En cuanto al gremio, tanto podría ser el de los forenses como el de los leñadores.

– Si quiere que le diga mi opinión, no veo yo a un leñador cortando robles con una sierra de cirugía. ¿Y en cuanto al otro posible individuo?

– Los dientes fueron arrancados brutalmente, aún había raíces en el hueso alveolar. Se hizo con alicates. Y por lo que respecta a las manos, se hizo con un hacha. Si se tratara del mismo autor, habría mayor rigor y seguramente hubiera utilizado la sierra.

Se miró el reloj y depositó la taza junto a la cafetera, que apagó.

– Lo siento, pero debo dejarle. Lo tendrá todo en…

– ¿Los cerebros fueron extraídos?

– Sí, de lo contrario hubiéramos hallado restos de líquido raquídeo o de duramadre, que está hecha de fibras de colágeno que hubieran resistido un año bajo tierra. También les quitaron los ojos.

– ¿Los ojos?

– Figura en el informe. La tierra hallada en las cavidades oculares no presentaba resto alguno de fluidos, como el humor vítreo. Por lo demás, vaya a ver al doctor Busnel, en el sótano. He pasado la noche sin dormir y, si me lo permite, por lo menos iré a darme una ducha antes de mi conferencia.

Los dos hombres se despidieron en el pasillo. Sharko se dirigió a las escaleras sin haberse repuesto aún de la impresión que le habían causado aquellas revelaciones. En su cabeza se dibujaba ya un primer esbozo posible que partía de dos pistas opuestas. Por un lado, el asesinato por bala y la disimulación dejaba entrever una ejecución: unos tipos intentan huir o atacar y se les mata y se les hace desaparecer de manera «profesional». El entierro profundo, en sí mismo, es un método excelente, como el fuego o el ácido. Por otro lado, estaba esa historia de cerebros y ojos extraídos, que orientaba el análisis hacia un proceso ritualizado, perfectamente controlado, que exigía sangre fría y una buena dosis de sadismo. Cinco cadáveres hacían pensar de inmediato en una serie o en un crimen en masa… pero ¿con dos asesinos? En resumidas cuentas, en cualquier caso se trataba de algo fuera de lo común. Sharko se dijo a sí mismo que no había que dejar de lado ninguna pista respecto al móvil del asesino o de los asesinos. Sobre la faz de la tierra existen individuos suficientemente perturbados como para asesinar a gente y luego devorar el interior de sus cráneos a cucharaditas.

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