– Jasmin, no me creas si no quieres. Pero sí, tengo problemas de dinero. Y reconozco haber querido hacer dinero, sí. Sin embargo, también soy un sabueso testarudo que no soporta que le toreen. Y tampoco que te lo hagan a ti, ni a Anna y el niño. Quiero averiguar qué se esconde detrás de todo esto. ¡Sencillamente necesito saberlo! ¡Mi sospecha no me deja sosiego!
– A pesar de todo -ella meneaba enérgica la cabeza-, Mattias tiene preferencia. Si quieres continuar haciéndote el loco, pues…
– A Mattias no le va a pasar nada… Usted es el médico que se ocupa del niño -se dirigió Chris de súbito a Dufour, quien se encontraba de pie esperando al lado de ellos-. ¿En qué situación está?
– Él está muy enfermo. Daños en el hígado -respondió Dufour de forma mecánica.
– ¿Necesita ir de inmediato al hospital?
– Seguramente sería lo mejor.
– Y si no, ¿moriría?
Dufour vacilaba.
– Él no va a morir en las próximas horas o días. No, eso no.
Los ojos de Jasmin lanzaban rayos y centellas cuando miró a Chris.
Anna se giró de repente hacia Jasmin y pronunció una sola y breve frase en sueco.
Jasmin se sorprendió y asintió a continuación a regañadientes. Y acto seguido, sus ojos comenzaron a llenársele de lágrimas, pues Anna continuaba sin saberlo. Jasmin agarró a Dufour del brazo.
– Mi hermana no entiende por qué no le realizaron las pruebas previstas a Mattias. ¡Dígaselo!
Dufour miró desamparado hacia Anna, y antes de que contestara, su compasiva mirada descansó en Mattias.
– Las pruebas inicialmente previstas no iban a ayudar a Mattias. Otro paciente murió a causa de ellas… y desconocemos el motivo.
* * *
Ellos abandonaron las dependencias de Sofía Antípolis, accedieron a través de la bifurcación a la autovía y condujeron en dirección a Cannes.
Jasmin y Anna permanecían sentadas en la parte trasera del furgón. Anna se refugió en un insoportable silencio desde que Dufour le había destrozado definitivamente sus esperanzas en las pruebas.
– ¿Qué tiene que ver usted con el monje? ¿Con el tal Jerónimo? -preguntó Chris al científico, quien se encontraba sentado en el asiento de acompañante y le indicaba una y otra vez el camino.
Dufour permaneció en silencio durante largo rato.
– Le conozco desde mi juventud. Era mi confesor -dijo finalmente.
– Él opina que Dios le ha elegido a usted para llevar a cabo su voluntad. Habla de una pesada misión. ¿Consistía en destruir las pruebas?
Dufour calló de nuevo. Finalmente el científico resolló ruborizado.
– Jerónimo lo dijo, sí. Acudí a él cuando a esa monstruosa mujer se le ocurrió probar el efecto del cromosoma en el niño.
– ¿Tiene usted escrúpulos?
– Yo soy científico y médico, no un buscafortunas. Yo respeto la vida.
– ¿Usted? ¡Si acaba de matar a dos personas!
– ¡Eso fue un accidente! ¡Estaba desesperado y me he defendido! Yo ya no sé lo que es lo correcto. ¡Jerónimo quería que destruyera las pruebas! Estoy dudando incluso de lo que hasta ahora me parecía correcto… ¡nadie me puede culpar de ello! -gritó Dufour, quien con el puño aporreó la ventanilla lateral. A continuación hubo silencio.
– ¿Le carcomen los remordimientos con respecto al muerto de las pruebas anteriores, que ahora se echa atrás precisamente con este sensacional descubrimiento científico? ¿De qué se trataba? -Chris no dejaba de mirar en los espejos retrovisores, continuaba en alerta por si aparecían posibles perseguidores.
– Un nuevo descubrimiento clínico para el tratamiento de daños hepáticos que está desde hace tiempo en boca de todos. Nuestras pruebas no fueron las primeras, pero hicimos un descubrimiento especial.
– ¿Eso es todo? -Le sonsacaba Chris-. ¿Las cosas no se hicieron como debían, verdad?
Dufour titubeaba con la respuesta.
– Lo habíamos testado anteriormente en ratones -dijo por fin-. El procedimiento tradicional. Los ratones constituyen los animales preferidos para los experimentos en laboratorios.
– ¿Qué fue lo que salió mal?
– Nuestros ratones murieron. Mucho después de las pruebas. Simplemente nos hemos escudado en la excusa de que no tenía nada que ver con las pruebas…
– Y cuando murió este joven…
– Me pregunto día y noche cómo pudo ocurrir tal cosa. Hasta hoy sigo sin conocer el motivo de la muerte de Mike Gelfort y…
– Y no quiere volver a cargar con la culpa. Entiendo -Chris echaba una y otra vez breves ojeadas hacia Dufour, quien mordisqueaba nervioso las uñas de sus dedos-. ¿Qué motivos tiene este monje?
Dufour pensó en la reacción histérica de Jerónimo en la iglesia. Creía verlo de nuevo en el suelo, cómo se arrastraba hacia la cruz, gritaba, lloraba y rogaba por la adjudicación de la prueba. Y entonces hizo que cargara él con la responsabilidad de la misma.
– Me pareció como si él supiera perfectamente lo que se había descubierto en las pruebas óseas.
– ¿Cómo va a ser posible?
– No lo sé. Me hizo preguntas y casi se volvió loco con mis respuestas. Y también me preguntó por un nombre.
– ¿A qué se refiere?
Dufour reflexionó.
– Me preguntó si un hombre…
– Marvin. Henry Marvin -a Chris le salió el nombre casi solo de los labios.
Dufour hundió los dedos en el brazo derecho de Chris.
– ¡Ese era exactamente el nombre por el que preguntaba Jerónimo!
Chris soltó una carcajada cargada de ironía.
– El círculo se cierra. Jacques Dufour, ¿dónde podremos descansar unas horas? Necesito planificar, preparar.
– ¿Realmente desea continuar luchando? ¿Solo, sin ayuda, contra esta superioridad?
– Debo hacerlo. Y quizás pueda ayudarle a usted también… ¿Dónde?
– Yo vivo en Valbonne. Se trata del pueblo justo al lado del parque científico.
– Demasiado cerca. Allí es donde buscarán primero.
Dufour pensó un instante.
– La casa de mis padres en mi pueblo natal está vacía…
– ¿Dónde está eso?
– En Collobrières. A casi dos horas de aquí. En función del camino que se tome. Se trata de un pequeño pueblo en los Pirineos orientales.
– ¿Hay ciudades más grandes cerca? ¿Con un aeropuerto?
– Toulon no está lejos. Marseille lo está algo más.
– ¿Cómo llegamos hasta allí?
– Debemos ir al sur. Lo mejor será que demos la vuelta, viajemos por la autovía hasta la salida…
– No -Chris meneaba la cabeza-. La autovía, aunque sea más rápida, es más problemática a la hora de abandonarla de nuevo. Las barreras y los peajes en las salidas con sus correspondientes sistemas de seguridad abundan por doquier. En cambio, la carretera costera puede suponer una verdadera bendición. Numerosas bifurcaciones, carriles por el monte, posibilidades para desviarse, escondites… ¿Por dónde?
– ¡Allí! -gritó Dufour cuando pasaron por delante del palacio de congresos situado al lado del puerto de Cannes. Durante un breve tiempo les acompañó la playa arenosa, pero más adelante comenzaron a romper las olas del mar en los escarpados acantilados. A la derecha de la carretera costera se iba aupando cada vez más el macizo del Esterel hacia las alturas.
– ¡Dígame lo que tiene en mente! -Rogó de repente Dufour con voz firme-. Yo le ayudaré.
Chris echó una breve ojeada de soslayo a Dufour.
– ¿Podré realmente confiar en usted? Usted cambia una vez más de bando. Primero científico, después esclavo de especuladores ávidos de dinero, y finalmente el brazo ejecutor de un sacerdote dogmático. ¿Y ahora?
Dufour se agarró primero la nariz, y a continuación pasó la mano sobre la barbilla antes de contestar.
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