¡Culpa de Lili! Y en ese momento ya no tuvo miedo de cómo la mataría. Lo único que improtaba eran sus mentiras y lo que le hizo a Lili. Vio la irregular esvástica grabada sobre la frente de Lili al tiempo que se lanzaba contra él.
– ¡Basta ya de mentiras! -gritó
La hirió en la pierna con su puñal de la Gestapo, desprendiéndole la piel, pero ella no se detuvo. Cayeron dando tumbos al canalón de la esquina sobre las gárgolas que, interpérritas, enseñaban los dientes. Era sorprendentemente fuerte y fibroso. Con sus huesudos dedos la agarraba del cuello y lo apretaba con fuerza. Con dificultades para respirar y jadeante, ella lo apartó de un empujón. Pero él golpeó su cabeza contra el feo canalón en forma de gárgola. Una y otra vez. Ella farfullaba en busca de aire, se veía cegada por su propia sangre. Medio cuerpo colgaba del alfeizar. Con los dedos se agarró al ala de una gárgola, en un intento por sostenerse. A sus pies se encontraba la claraboya del tejado de l´Academie d´Arquitecture.
– Usted vendrá conmigo -dijo casi sin aliento
Mientras aflojaba la presión con la que se estaba agarrando, utilizó la poca fuerza que le quedaba para tirar de él hasta situarlo por encima de ella. Le oyó chillar antes de soltarle el cuello. Pero ya era demasiado tarde.
Navegaron en el aire frío de la noche. Aterrizaron juntos sobre la claraboya, la cual se rompió en mil pedazos bajo su peso. Fragmentos de cristal, astillados y relucientes como diamantes, le perforaron la piel. Sus piernas separadas se quedaron enganchadas en la manilla de metal de la claraboya, dieron un brusco tirón y se detuvieron mientras ella se balanceaba cabeza abajo antes de conseguir asirse al marco de la claraboya.
Rodeó con la pierna buena los barrotes de apoyo, pero la otra pierna, llena de sangre, colgaba inútil. El largo cuerpo de Cazaux colgaba suspendido del techo, enredado con los cables de la instalación eléctrica. Un polvillo azulado relucía a la luz de la luna mientras agitaba nerviosamente las piernas.
– ¡Ayúdeme! -gritó con voz ahogada
Se estaba estrangulando lentamente. El cable le había raspado el maquillaje del cuello, lo cual dejaba al aire la marca de nacimiento de color marrón. Muy por debajo de ellos, una multitud vestida de gala se agrupaba con la boca abierta sobre los trozos de cristal.
– Me estaba preguntando cómo escondía la marca de nacimiento -espetó ella mientras cogía aire-. Cuanto más se mueve, más aprieta. Tome -dio extendiendo hacia él su mano cubierta de sangre.
Intentó en vano levantas los brazos, pero estos se encontraban retorcidos por los cables. Se le estaba poniendo la cara azul
– ¡Aire! ¡Socorro! -dijo con voz rasposa
Se encontraba fuera de toda posibilidad de rescate, ella ni siquiera podía alcanzar la punta de sus dedos
– Necesito hacer una cosa, Laurent de Saux -dijo frotando el holl´n con la mano
La voz se le quebraba y se ahogaba, pero un rayo de esperanza se asomó a sus ojos cuando ella se acercó. Ella estaba a punto de dibujar una esvástica sobre su frente, de marcarlo tal y como él había marcado a Lili
Se detuvo. Si lo hacía, descendería a su mismo nivel
– Se ha cerrado el círculo, Laurent, tal y como le dijo Lili a su nuera -dijo-. ¡Gracias a Lili Stein no será usted primer ministro!
Lo contempló mientras se retorcía hasta morir acompañado por los gritos que llegaban desde abajo
Se encontraba mareada, la pierna se le resbalaba y cientos de agujas le perforaban el cuerpo. Había terminado lo que Lili empezó; después de cincuenta años, Cazaux no causaría más daño. Lili había dicho que no olvidasen nunca. Sus dedos cubiertos de sangre no podían ya asirse a la manilla de la claraboya. A sus pies, los critales centelleantes formaban una alfombra sobre el suelo y rezó a Dios para que fuera rápido
– ¡Apártese! -consiguió gritar antes de que se le resbalara la pierna y no pudiera sostenerse más
Desde una oscilante escalera de cuerda le agarró un brazo. Un par de manos secas agarraron con firmeza su mano pegajosa. De repente, el viento la azotó de nuevo y se encontró suspendida en el aire. Unas hojas revoloteaban por encima de su cabeza. Estaba volando. Los grises tejados de pizarra del Marais se encontraban a mucha distancia debajo de ella. Entonces todo se oscureció.
La silueta del Louvre bloqueaba la visión, a no ser por un diminuto rectángulo del Sena acerado. El débil sol de noviembre luchaba por entrar a través de las sucias ventanas de la oficina de Leduc Detectives
– Cazaux casi lo consiguió -dijo Martine. Cruzó las largas piernas, se estiró la minifalda del traje rojo y se ahuecó el cabello rubio. Inhaló su cigarrillo con seriedad-. Una pena que estuviera fuera de servicio. Es una conversación que siempre lamentaré haber escuchado.
Aimée, con el ojo vendado, se encogió de hombros. Miles Davis se refugiaba dormido en su regazo. Sorbió el café solo con la mano medio buena.
– La Unión Europea se está reorganizando, y el tratado ha sido archivado. Especialmente después de la retirada de Hartmuth
Morbier se levantó, se estiró y ofreció un cigarro puro a Aimée
– Los puros no cuentas -dijo-. No hace falta tragar el humo
– Lo de vivir peligrosamente va conmigo.-aimée aceptó el puro y lo sostuvo con el otro puño mientras lo encendía-. El viaje en helicóptero me inspiró. Voy a empezar a hacer escalada. Parece que es mi fuerte, después de todas las alturas en las que he estado. -¿Te apetece venir conmigo, René?
René giró la cabeza tanto como se lo permitía el collarín
– Pregúntamelo el año que viene -dijo-. Puede que entonces me haya curado
– Es alucinante, después de cincuenta años… -comenzó a hablar Morbier, pero Aimée no le dejó continuar
– Cincuenta años no quieren decir que la injusticia desaparezca. Más tarde o más temprano reaparece. Pero cuando esta generación muera, ¿quién sabe? -Se encongió de hombros. Dio una calada al puro y al hacerlo envió círculos de humo al aire
– ¿Dónde está Hartmuth? -preguntó René
Aimée hizo una mueca.
– No ha terminado el recuento de cuerpos, ¿verdad?
Morbier dio una profunda calada
– Thierry se ha encadenado a la cama de Sarah. Ha salido de cuidadeos intensivos. Hartmuth le da de comer
– Creo que conoces a unos de nuestros reporteros camuflados -dijo Martine con cautela
– ¿Yves? -Aimée se estremeció
Después de todo, había sido un buen chico. Igual le llamaba cuando se le curase la cirugía plástica
– Lo descubrieron-dijo Martine-. Lo molieron a palos, pero sobrevivirá.
– ¿Cuándo vas al nuevo despacho?
– Cuando Giles meta sus cosas en cajas -dijo Martine-. Ahora necesitaré mi propio piso. Madurar.
– Es lo que hacen los directores.- Aimée sonrió y se volvió a René-. Socio, ¡tenemos que solicitar otra prórroga fiscal!
– Aimée -preguntó René despacio-, ¿se lo dirás tú a Abraham?
– Si lo pregunta. Si no, dejaré tranquilos a los fantasmas. A todos -dijo.
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