El cuarto piso albergaba las oficinas editoriales; los tres primeros pisos estaban ocupados por la rotativa y la imprenta. Como editora de reportajes especiales, Martine ocupaba un despacho en una serie de oficinas que no se cerraban con llave.
La chaqueta de cuero de Martine colgaba del respaldo de su silla. Restos de carmín brillaban sobre el cigarrillo que se consumía en el cenicero junto a la pantalla del ordenador, que mostraba el mensaje: “Tiempo aproximado restante de descarga: tres minutos”.
Lo único que tenía que hacer era encontrar a Martine y copiar el disquete. El ordenador sobre la abarrotada mesa de Martine comenzó a sonar más rápido.
– Martine.
Nada. Aimée sintió un escalofrío. Escuchó un ruido y se volvió
El guardia del vestíbulo se encontraba en la puerta y le apuntaba con la Luger
Desde el intercomunicador le llegó una voz profunda
– El primer objetivo ha sido asegurado en el perímetro
– ¿El enano que lleva las hojas impresas?-preguntó el guardia
– Afirmativo-dijo la voz
– ¿Cuál es el estado del segundo objetivo, coronel?
– La unidad del inspector Morbier está de camino a las manifestaciones en la periferia de Fontainebleau-respondió la voz
Los planes para pillar a Cazaux en una emboscada se esfumaron. Ahora se encontraba sola. Habían pillado a René y enviado a Morbier a las afueras de París.
El ordenador zumbaba. Sobre la pantalla apareció intermitentemente “Descarga completa”. Los zapatos del guardia rechinaron cuando se acercó a la terminal. La segunda lección en el gimnasio de artes marciales de René había sido reaccionar de forma defensiva y natural. Mientras el guardia miraba la pantalla, ella le pegó un rodillazo en la entrepierna. Cuando se dobló de dolor, ella tiró del cable del ratón y lo enrolló con fuerza alrededor de sus muñecas. Echó un vistazo a la pantalla, pulsó “Copiar”, le ató las muñecas a los reposabrazos de la silla de Martine y le llenó la boca de pósits de color rosa.
De su boca salían ruidos confusos.
Liberó la Beretta del lugar en el que estaba sujeta con cinta aislante en la parte baja de su espalda y le apuntó entre los ojos
– Cállate. La sutileza no es mi punto fuerte.- Pasó una pierna por encima de la del hombre y abrió los cajones de la mesa de Martine. Encontró un rollo de cinta de embalar en el cajón y le sujetó con ella los tobillos a la silla giratoria.
En la pantalla apareció “Copia completa”. Se inclinó sobre ella y pulsó “Expulsar”.
El disco salió. Ella tiró del cable del ratón y dio varias vueltas más alrededor de sus muñecas.
El guardia forcejeó, con los ojos que se le salían de las órbitas, y trató de escupir los pósits. Sus zapatos de charol golpeaban la mesa rítmicamente.
– Está muy orgulloso de esos zapatos, mademoiselle Leduc-dijo una voz familiar desde el despacho abierto a su izquierda.
Cazaux le guiñó un ojo. Estaba en pie flanqueado por un guardaespaldas con pistola. Este le arrebató el disquete, se lo entregó a Cazaux y la cacheó
Le sobó todo el cuerpo con las manos y movió la cabeza
– Nada -dijo después de poner la pistola de Aimée sobre la mesa de Martine
– ¿Se ha dejado crecer el pelo, mademoiselle Leduc? -dijo Cazaux-. Creía que lo tenía más corto
El guardaespaldas le tocó el pelo y le quitó la peluca de un tirón. El pequeño micrófono se cayó al suelo con un ruido metálico. Cazaux hizo un gesto con al cabeza al guardia, el cual lanzó el ordenador portátil contra la pared. Lo pisoteó con las botas hasta que pequeños cables de fibra óptica salieron por todo el aparato, como sangre tecnológica.
– No ganará, Cazaux -dijo ella.
– ¿Por qué no? -El sostenía el disquete en sus manos
– René ha enviado copias a todos los periódicos de París -dijo ella
– Baja -le dijo Cazaux al guardaespaldas
Hizo un gesto en dirección al otro despacho
– Discutamos esto en privado
Una vez dentro, cerró la puerta con llave y se sentó, indicándole a ella que hiciera lo mismo
– Eso es un farol -dijo sonriendo-. Pero yo también haría lo mismo si estuviera en su situación
– Su verdadero nombre es Laurent de Saux
– Bien, jovencita -dijo. Sonrió con indulgencia, como si estuviera haciendo una gracia a un niño-. ¿Cómo puede usted probar esa suposición?
Ella echó un vistazo al reloj
– Para averiguarlo, será mejor que lea la edición dominical de Le Figaro, que llega a los kioscos dentro de treinta minutos
– Imposible -dijo, riéndose para sus adentros-. Tengo a Gilles en el bolsillo. Y su amiga Martine está dormida con un tranquilizante.- Se inclinó hacia delante y, posando los codos sobre el regazo, la miró fijamente-. Por favor, siéntese.
Ella seguía de pie.
– Ha sido una buena contrincante -dijo él-. Este juego no está exactamente a la altura de mi inteligencia, pero hasta ahora ha supuesto un estímulo mental.- Cazaux esbozó una amplia sonrisa.
– Esto se trata solo de un juego para usted, ¿verdad? -dijo ella-. No de personas de verdad, de personas vivas. Simplemente objetos que usted manipula o retira para avanzar en sus posiciones. Soli Hecht entendía su equema mental. Es como una serie gigante de movimientos en un ajedrez para megalómanos.
– Y usted piensa que ha diseñado un jaque mate…, pero ya sé -suspiró con desgana-, ya sé como en los pasillos del poder se alinean pequeñas molestias.
– Usted denunció a sus padres después de matar a Arlette Mazenc -repuso ella-. Probablemente vio cómo los ejecutaban debajo de su ventana en la rue du Plâtre.
– ¿Qué es lo que quiere? -preguntó él. Enarcó sus cejas con curiosidad-. La he estado observando. Estoy impresionado. Es usted buena, ¿sabe? ¿Qué le parecería un jugoso contrato para la UE diseñando software para los diferentes países? Lo conseguirá. ¿O le gustaría encabezar la división de seguridad en la red del gobierno francés?
Estaba haciendo oscilar ante ella unas zanahorias impresionantes.
– Debería usted dimitir-dijo ella, después de vacilar durante una fracción de segundo.
El percibía su dibilidad como un tiburón dispuesto a atacar a la presa.
– Sé cómo se siente. Piensa que actué mal. -Su tono se tornó tranquilizaodr-. Algunas veces tenemos que hacer cosas por un bien general. -Se encogió de hombros. Le ardía la mirada cuando continuó-. Pero ahora estoy casi en la cumbre. La escalaré. La culminación de mi vida.
– ¿Cincuenta años matando y mintiendo, y todo lo que llega es a ser primer ministro? -dijo ella
El entrecerró los ojos. Se había pasado el momento y sabía que había perdido la ocasión de convencerla
Del suelo les llegó el estruendo de las reverberaciones, el rítmico golpear de la rotativa. Aimée se dio cuenta de que la edición dominical había entrado en la prensa sin la identidad de Cazaux. Tenía que hacer que confesara, y luego intentar salir de allí y conseguir ayuda.
– ¿Qué me dice de Arlette Mazenc, la portera? -dijo.
– No hace usted más que mencionar a esa arpía de labio leporino. ¡Menudo careto más feo tenía! -Había cambiado el tono de su voz. Se lamentaba como un escolar petulante-. Sin embargo, a ese zapatero inválido le gustaba. Esa zorra casi me tima con una lata de salmón. Lo encontró mi madrastra e intentó que lo devolviera. Y mi padre, el muy estúpido, embrujado por esa puta que pensó podía reemplazar a mi madre, la apoyó. ¿Se lo imagina? Tuve que darles una lección.- Miró a Aimée sonriendo abiertamente-. Ahora parece ridículo, ¿verdad?
Hablaba como si hubiera dado un azote a un niño travieso, no aporreado brutalmente a otra colaboracionista y dado información sobre sus padre, lo cual hizo que los fusilaran bajo la ventana de su apartamento. El diablo encarnado, tal y como había dicho Odile Redonnet.
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