– Eres guapo-dijo Sarah tímidamente-. Yo solía besarte los piececitos y soplarte los deditos. Tú te reías y te reías, era un sonido tan melodioso
– ¡Qué emotivo!-dijo él-. ¡Una escena de la Virgen con el Niño! Hemos vuelto a la sucia realidad
Sarah miraba los gusanos que se retorcían a ciegas en la tierra junto a ellos
– Los que huyen del pasado están condenados a repetirlo. ¿Es eso lo que piensas?
La mirada de Thierry se encontraba lejos de allí
– Me abandonaste-dijo con voz de niño pequeño
Ella intentó cogerle de la mano
– No te abandoné-dijo-. Permití que vivieras
– Ella solía decirme que yo era una baja de guerra, algo accidental. Luego sonreía y eso me torturaba, porque se negaba a decir nada más.
Sarah negó con la cabeza
– Se me secó la leche, y no quedaba comida-dijo-. Con quince años, me habían puesto la etiqueta de colaboradora. ¡Si te quedabas conmigo, no tendrías oportunidad alguna! Nathalie había perdido a su bebé. Tenía leche y te quería. Eran de clase burguesa, conservadores. ¡Yo era una judía que se acostaba con un nazi!
– Así que es verdad-dijo él. Hincó el puñal en la tierra seca y se hundió junto a ella con expresión atónita
Con las manos atadas, le acarició los hombros, temerosa de que todo terminara de manera tan brusca como había comenzado. Haber visto a su antiguo amor y verse atrapada por su propio hijo perdido removía anhelos en su interior. Anhelos imposibles. Esa vieja y profunda herida se había abierto de nuevo.
Con los pocos dedos libres que tenía, le acarició la espalda.
– Vivíamos a la vuelta de la esquina. Un día llegué a casa después de mi calse de violín, el patio estaba desierto. Y tambien el edificio. Nuestra Mezuzah, arrancada de la puerta de entrada, yacía en el suelo del apartamento. Papá acababa de hacer que la bendijera el rabino. Así es como lo supe. Mis padres pudieron advertirme y engañar a los alemanes. Nunca regresaron. Nunca los perdone por marcharme, los eché tanto de menos… Así que entiendo cómo te sientes, un niño al que su madre abandona, siempre se sentirá abandonado. Ojalá…-dijo con un profundo suspiro-. Ojalá hubiera escapado…-Su voz se fue perdiendo
– No puedo creer que sea judío-dijo él
– Nathalie me prometió que te diría la verdad. No que te torturaría con ella-dijo Sarah angustiada-. ¿De qué sirve? Dame el puñal
Thierry se puso en pie de golpe, como si de repente recordara su misión.
– El hecho de mancillar raza aria merece ejecución sumarísima-dijo con pasión-. Ya lo sabes.
Sacó el puñal de la tierra reseca y al hacerlo se hizo un pequeño corte en la muñeca. A Sarah comenzaron a temblarle las manos. Finas gotas de sangre recorrían los rayos tatuados sobre su mano
– No me mates, por favor-suplicó ella-. Por favor, necesitamos…-Se escuchó un crujido cuando Hartmuth golpeó la mano de Thierry. El puñal se estrelló contra el arco de caliza, semienterrado junto a ellos, con un ruido metálico
– ¡Dios mío!-gritó Sarah
Hartmuth se acercó para agarrarla y se tropezó con un montón de huesos
– No podía hacerle daño.-A Thierry se le quebraba la voz
Harmuth agarró un poste de madera podrida. Miraba fijamente a Sarah sorprendido. Thierry cortó la cinta aislante del tobillo de Sarah y la ayudó a levantarse
– Quería-gimió-, quería pero no he podido, ¡Dios!
– Patético-dijo Hartmuth asqueado-. No tengo palabras. ¿Cómo puedo amenazar a tu propia madre?
– Está confundido-dijo Sarah en tono de súplica-. Todo está patas arriba. No sabe quién es.
Hartmuth buscó algo en el bolsillo y sacó una pequeña pistola con la que apuntó a Thierry
– No, por favor-suplicó ella
– Si ella es escoria judía, entonces yo también lo soy-dijo Thierry con el brillo del desconcierto en su demacrado rostro
– Siéntate, Thierry-dijo Aimée interrumpiendo la extraña escena. Con la negra Luger de Vitold en un mano, bajó por los trocitos de madera que sobresalían de la tierra prensada en los muros de la cueva. Tras ella iba René
– Todo está bajo control-gruñó Hartmuth-. Guarde esa pistola
– Usted primero-repuso ella
Hartmuth dudó un omento. Sarah le posó, indecisa, la mano sobre el brazo
– No necesitas esto-dijo ella. El bajó despacio la pistola
Aimée alcanzó el suelo de las catacumbas, en el cual inmediatamente se hundieron sus tacones. El último travesaño de la escalera estaba astillado. Se dio la vuelta y cogió a René antes de que aterrizara en un montón de escombros y de basura.
– Ven aquí, Thierry-dijo
Thierry se encontraba apostado sobre un madero podrido, los ojos moviéndose nerviosos
– Imaginemos posibles situaciones-dijo él subiendo el tono de su voz
– Thierry, cálmate-dijo Aimée-. Necesitas tiempo para asimilar las cosas
– Un hijo trata de acuchillar a su madre perdida desde hace mucho tiempo porque es una cerda judía-dijo, ignorándola. Se levantó con el rostro distorsionado por el resplandor de la luz-. Un padre dispara contra su hijo porque es un aspirante a nazi. El padre se descerraja un tiro en la sien porque hace mucho tiempo desobedeció al Fürher-dijo riendo como un maníaco-. Me gusta. Deja que haga los honores-añadió, acercándose a Sarah.
Aimée se movió en su dirección, pero Hartmuth ya le apuntaba con la pistola
– ¡Déjala en paz!-gritó Hartmuth
Thierry se tambaleó
Demasiado tarde. Hartmuth disparó, pero no antes de que Sarah se tirara delante de Thierry. El disparó retumbó y casi dejó sorda a Aimée mientras el cuerpo de Sarah se desplomaba contra el muro de tierra. De su pecho chorreaba sangre cuando cayó al suelo, con un golpe sordo, agarrándose el corazón.
Aimée sujetó los brazos de Hartmuth mientras René le quitaba rápidamente la pistola. En el interior de la cueva se escuchó un estruendo al desprenderse huesos y piedras de las paredes. Los postes de madera sobre sus cabezas temblaban. Sobre el rostro de Aimée caía tierra.
Ella echó a correr hacia Sarah, que se quejaba. Quería taparse los oídos y alejar de sí la agonía de esta mujer. En lugar de eso, se arrodilló e intentó detener la sangre que manaba hasta formar un cahrco en la tierra
Hartmuth cayó de rodillas
– ¿Qué he hecho?
– Mamá-dijo Thierry-. Me has salvado.-Se arrodilló y le acarició la húmeda frente
Sarah respiraba entrecortadamente mientras Aimée le elevaba la cabeza
– Mi niño-canturreó Sarah acercándolo contra sí-. Mi niño.
Aimée presionó directamente sobre el disparo en el pecho de Sarah
– Aguante, Sarah.
– La ambulancia está de camnio-dijo René guardándose el teléfono en el bolsillo-. No creo que llegue a tiempo.-Miró nervioso hacia arriba
– Sarah lo conseguirá-dijo Aimée-. Un poco más.
Sarah asintió
– Thierry, tu nombre judío es Jacob, el sanador de hombres-dijo sonriendo débilmente-. Como tu abuelo.
Hartmuth permanecía sobre un montón de huesos cerca del bloque donde se apilaban, extrañamente inmóvil. Aimée se percató de que estaba en estado de shock. Tenía la mirada perdida en algún lugar de las catacumbas.
– ¡Thierry!-gimió Sarah agarrándolo con fuerza al tiempo que se le nublaba la vista-. ¡Hijo mío!
– Trae a tu padre, Thierry-dijo Aimée, señalando a Hartmuth con un gesto-. Reúnelos.- No puedo añadir “antes de que sea demasiado tarde”.
Hartmuth se arrodilló sumiso junto a Thierry, Aimée posó con cuidado la mano de Sarah sobre su regazo. Sin palabras, él acariciaba su cara mientras Thierry le sostenía los hombros y desviaba la mirada
– Necesito que me ayudes, René.-Aimée susurró unas instrucciones al tiempo que lo apartaba hacia un costado
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