Cara Black - Asesinato En Paris

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Cara Black se ha forjado un renombre con las novelas que narran las aventuras de la detective Leduc, ambientadas en París. En sus páginas se puede disfrutar de La Ciudad de la Luz como si se paseara por sus calles. Es la serie de la que se habla en toda Europa.
Un misterioso rabino se acerca a Aimeé Leduc, detective parisina medio francesa y medio americana, y le pide que descifre una fotografía codificada de cincuenta años de antigüedad y se la haga llegar a una mujer en el Marais, el viejo barrio judío. Cuando lo hace, se encuentra con un cadáver en cuya frente alguien ha grabado una esvástica. Con la ayuda de su socio, un enano de extraordinarias habilidades informáticas, se decide a resolver este horrendo asesinato y se encuentra en el centro de un peligroso juego de política actual y viejos crímenes de guerra. Aimée recorre tejados y cloacas, los órganos del poder y los bajos fondos de París, para descubrir la historia de la ciudad que conforma su presente.

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– ¿Adoptado?-Sarah jugueteaba con la cinta aislante-. ¿Te dijo…?

El la interrumpió mientras se encorvaba para atarle las muñecas con cinta

– ¿Qué hiciera la cama y me lavara detrás de las orejas?-dijo sonriendo-.La palabra “maternal” no describe a Nathalie

– ¡Sobreviviste!-dijo ella

El la cogió del brazo y la observó como si fuera un ejemplar de laboratorio.

– No tienes rasgos semitas pronunciados-dijo achicando los ojos-.Debe ser que los invasores arios violaron a alguna antepasada en las estepas y tú llevas los genes recesivos

– Matarme no te hará menos judío.-Escarbó en la tierra con la mano cubierta de cinta aislante como si se tratara de una pezuña-. O cambiar el hecho de que yo soy tu madre

– Probada inferioridad.-Sacó un puñal de la Gestapo, que brillaba débilmente en la oscuridad-.Ya hemos hablado suficiente

SÁBADO POR LA NOCHE

Al cabo de diez minutos, Aimée aún no había conseguido abrir la cerradura Zeitz de la puerta del despacho del forense. Le dolía la mano

– Esto me está costando demasiado tiempo-dijo

René se agachó a su lado sobre el gastado linóleo y sacó una Glock automática

– No es una solución muy elegante, pero nos ahorrará tiempo-dijo.

Ella dudó, pero seguía intentando hacer palanca con el seguro de la cerradura. Un minuto más tarde, la enorme cerradura se abrió con un chasquido y con un suspiro metálico. Aimée se frotó la muñeca mientras René se acercaba de puntillas para retirar la cerradura y abrir la puerta

– Tú primero-dijo

Se instaló en un escritorio situado en un hueco en la pared y enchufó rápidamente su detector de códigos en una regleta bajo el mostrador de recepción para conectarlo después a su portátil

Mientras sacaba de la boca el chicle amarillo para dejar de fumar, Aimée supo que no había malgastado su dinero. Aunque era cierto que mataría por un cigarrillo. Colocó dos bolitas en las esquinas opuestas de la jamba interior de la puerta y luego fijó el barato sensor de alarmas que Sebastian había comprado en la tienda de modalismo. La zona del despacho del forense, pintada de verde institucional, al igual que el resto de la morgue, permanecía silenciosa a no ser por el sonido de los dedos de René sobre el teclado.

– Esto pone los pelos de punta-dijo René al abrir el disquete de Soli-. Ya sé que los clientes no nos van a molestar, pero me sentiría mucho mejor con la puerta cerrada.

– Tiene que circular el aire.-Señaló con la cabeza un respiradero en la pared-. Si no, el formaldehído apesta. Además, si alguien se tropieza con mi sensor de alarmas, lo oiremos.

Aimée intentaba ocultar la duda en su voz. Se sentó con un plaf en la silla del forense.

– ¡Bingo!-dijo René

– ¿Es esa la contraseña?

– Adivina cuál es el código del forense-dijo René poniendo los ojos en blanco.

Aimée miró la foto enmarcada sobre el escritorio: un hombre maduro y panzudo, con mechones de pelo gris que sobresalían bajo la boina que sostenía una escopeta de caza debajo de un brazo y con el otro un ganso con el cuello partido

– “Cazador”-dijo René

– Es de los que se consideran a sí mismos una leyenda-dijo Aimée moviendo la cabeza-. Después de pasarse el día abriendo cadáveres, ¿cómo puede apetecerle matar a otro bicho viviente?

Trabajar en un depósito de cadáveres haría que ella quisiera celebrar la vida, no cazar y disparar. Siempre la había llamado la atención la obsesión de Francia por la Chasse. Pero ¿no era lo que ella hacía? Por un momento, la asaltó una duda. No, perseguir a un asesino y llevarlo ante la justicia no era un deporte, como lo era cobrarse una pieza inocente.

Volvió a concentrarse y tecleó “cazador”, lo cual le dio inmediato acceso al sistema. Una vez dentro, entró en EDF, Electricité de France, que daba acceso a un elevado número de ramas municipales del París metropolitano. Llegó hasta el distrito cuatro a través de la red.

Una vez en el interior del sistema de servicios públicos, sacó el listado de los contadores del número 23 de la rue du Plâtre, la antigua dirección de Laurent. Al edificio le habían concedido puntos energéticos extras debido a un consumo moderado y a la conservación de la energía. Nada más. Otro callejón sin salida. Desilusionada, se conectó a Frapol 1 y solicitó la huella de sangre encontrada gracias al Luminol en la rue des Rosiers.

Cuando apareció la huella en la pantalla, tecleó “de Saux” y activó el programa de búsqueda habitual.

– René, ¡este módem de alta velocidad es como tener dirección asistida después de haber conducido un tractor!-exclamó

– No te hagas a la idea, Aimée-dijo él-. Son muy caros y tú ya estás lo suficientemente mimada.

Diez segundo más tarde, sobre la pantalla apareció una única frase: “Desconocido. No se ha encontrado ficha”.

Por supuesto. Es demasiado listo como para haber dejado rastro alguno. Por eso mató a Lili. Ella lo había reconocido y piensa que Sarah lo hará también. Se preguntó si sería solo porque Lili lo identificó o porque algo estaba ocurriendo en ese momento. Tiene que haber algo más en juego.

Todos los colaboradores tenían alguna buena razón para esconderse. Especialmente de las familias de las víctimas sobre las que habían informado y a las que habían enviado a los hornos. ¿Cómo podría seguirle la pista? Poca o ninguna información sobre los años cuarenta había sido introducida en las bases de datos gubernamentales.

– ¡Ya lo tengo! La Double Mort-le dijo Aimée a René-. Alguien ha tenido que estar pagando los impuestos por ese edificio, ya sea por herencia o por ganancias de capital. Todo se reduce a eso, ¿eh? La muerte y los impuestos, las únicas cosas seguras que tenemos en esta vida.

La pantalla parpadeaba mientras Aimée accedía a los informes de Hacienda del número 23 de la rue du Plâtre. La ficha declaraba que la finca, que tenía los pagos al día, estaba dividida en tres unidades y su propiedad residía en la división inmobiliaria de la Banque Agricole. De acuerdo, vayamos hacia atrás con el ratón. La Banque Agricole llevaba pagando los impuestos desde 1971. En 1945, se facturó un impuesto de sucesiones que nunca se abonó. Fue de un salto hasta 1940, momento en el que una tal Lisette de Saux pagaba la contribución. Tenía que ser la madre de Laurent. Sin embargo, el siguiente dueño, Paul Leclerc, había pagado el levantamiento del embargo preventivo y el impuesto de sucesiones como parte del contrato de compraventa. Volvió de nuevo a 1940 y descubrió un anexo. Lisette de Saux había puesto la propiedad a nombre de su marido. En ese momento vio el nuevo nombre de Laurent y las sílabas que pronunció Soli Hecht al morir cobraban sentido: “Lo…”.

Lo…! Laurent Cazaux. Casi se cae de la silla. Si no se daba prisa, el colaboracionista, el asesino de Lili, estaba a punto de convertirse en primer ministro.

Las luces fluorescentes chisporroteaban y el piloto de advertencia de la regleta parpadeaba, René frunció el ceño

– No hay suficiente corriente. Deja que manipule un poco los fusibles, puede que, si lo intentamos, podamos darle más potencia a este sistema de cableado antiguo.

– No tenemos tiempo, René-dijo Aimée acercándose a él en el hueco junto a la pared.

– Si nos quedamos sin luz, los ordenadores se quedan colgados. Lo perderemos todo-dijo él.

Ella sabía que eso era cierto. Se movió como un gato junto al sensor, el cual emitió un ligero pitido. Ella pulsó el interruptor del pasillo, ya que él apenas alcanzaba.

– Siempre hago esto-dijo él sonriendo-. En mi portal todo el mundo me adora

Ella volvió a configurar la alarma y llamó a Martine a su casa. Cuando hubo sonado diez veces, respondió el graznido de una voz somnolienta.

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