– Conque hoy es el día -dijo Jackson. Su voz no denotaba preocupación. Estaba tranquilo.
– No lo sé -respondió Kabakov-. Quizás sea hoy o quizás mañana. Mañana es domingo. Debe querer verlo trabajar en domingo. Ya lo sabremos.
Abdel Awad descendió del delta jet en el aeropuerto internacional de Nueva Orleans exactamente tres horas y cuarenta y cinco minutos después. Llevaba una pequeña maleta. Entre los pasajeros alineados detrás de él había un hombre de edad madura, alto, vestido con un traje gris. Los ojos del hombre se cruzaron un instante con los de Corley que estaba del otro lado del pasillo. El hombre miró un segundo a Awad en la espalda y luego apartó la vista rápidamente.
Corley, que llevaba una maleta, siguió al pasajero hasta el vestíbulo. No observaba a Awad, observaba a la gente que se había reunido para recibir a los recién llegados. Estaba tratando de localizar a Fasil o a la mujer.
Pero resultó evidente que Awad no esperaba ser recibido por nadie. Descendió por la escalera mecánica y salió afuera, donde titubeó durante un instante frente a la cola de pasajeros que esperaban los grandes autobuses que los transportarían hasta las oficinas céntricas de las diferentes líneas.
Corley se instaló en el coche junto a Kabakov y Moshevsky. Kabakov aparentaba estar leyendo un periódico. Habían convenido en que no se dejaría ver por si le habían enseñado su fotografía a Awad al darle las instrucciones.
– Ese grandote es Howard -dijo Corley-. Lo acompañará si coge el autobús. Pero si toma un taxi, se lo indicará a los otros que están en los coches con los radios.
Awad tomó un taxi. Howard caminó detrás de él y se detuvo para sonarse la nariz.
Era un placer observar cómo hicieron para seguirlo. Tres coches y una camioneta fueron utilizados, pero ninguno de los vehículos permanecía más de unos pocos minutos detrás del taxi mientras duró el largo viaje hasta el centro de la ciudad. Cuando resultó evidente que el taxi iba a detenerse frente al hotel Marriott, uno de los coches se metió a toda velocidad por la entrada lateral y antes de que Awad se acercara al mostrador para preguntar por su reserva, ya estaba parado allí uno de los agentes.
Este se dirigió rápidamente hacia el ascensor y al pasar junto a otro apostado bajo una planta le susurró:
– Seis once. -El que estaba bajo la palmera subió al ascensor. Estaba ya en el sexto piso cuando Awad seguía al botones que lo guió hasta su cuarto.
En menos de media hora el FBI tenía el cuarto de al lado y un agente en el conmutador telefónico. Awad no recibió ninguna llamada ni bajó tampoco a comer. A las ocho de la noche pidió por teléfono que le mandaran un bistec a su cuarto. Se lo subió un agente que recibió una moneda de veinticinco centavos como propina, la que sujetó cuidadosamente por el borde hasta llegar abajo donde debía ser investigadas las impresiones digitales. La vigilancia duró toda la noche.
El domingo 5 de enero amaneció frío y nublado. Moshevsky se sirvió un café bien cargado y le pasó una taza a Kabakov y otra a Corley. A través de las delgadas paredes de la casilla podían oír las paletas del rotor del gran helicóptero sacudiendo el aire al elevarse nuevamente.
Kabakov había actuado contrariando sus instintos al abandonar el hotel donde se alojaba Awad, pero el sentido común le decía que ése era el lugar donde debía apostarse y esperar. No podía vigilar muy de cerca sin correr el riesgo de ser visto por Awad o por Fasil si llegaba a ir allí. La vigilancia del hotel estaba bajo el control directo del agente de Nueva Orleans y era de lo mejorcito que había visto Kabakov. No dudaba ni por un momento de que vendrían a ver el helicóptero antes de revisar la bomba. Awad podría modificar la carga para que se adaptara al helicóptero, pero no podía modificar a éste para adaptarse a la carga. Tenían que ver primero el helicóptero.
Ese era el lugar más expuesto. Los árabes estarían a pie en este laberinto de materiales de construcción en medio de civiles, dos de los cuales sabían que eran peligrosos. Por suerte Maginty no había aparecido, lo que hacia sentirse muy aliviado a Kabakov. Durante los seis días que se había prolongado la espera, había dado parte de enfermo dos veces y había llegado tarde otras dos.
La radio de Corley chilló. Manipuló el botón de contacto.
– Unidad Cuatro a Unidad Uno. -Ese era el agente del sexto piso del Marriott llamando al agente a cargo de la operación.
– Adelante, Cuatro.
– Mayfly salió de su cuarto rumbo a los ascensores.
– Correcto, Cuatro. ¿Oyó eso, Cinco?
– Cinco a la orden -transcurrió un minuto.
– Unidad Cinco a Unidad Uno. Está en estos momentos en el vestíbulo de entrada -la voz de la radio era ahogada y Kabakov supuso que el agente del vestíbulo de entrada estaba hablando a un minúsculo micrófono colocado en su solapa.
Kabakov miró la radio y se le crispó un músculo de la mandíbula. Si Awad se dirigía a otro lugar de la ciudad, podría unirse a sus perseguidores en cuestión de minutos. Oyó débilmente en la radio el ruido de la puerta giratoria y luego los de la calle al salir al exterior el agente en pos de Awad.
– Este es Cinco, Uno. Camina hacia el Oeste por Destur -una larga pausa-. Uno, va a entrar a la Bienville House.
– Tres, cubra el fondo.
– De acuerdo.
Pasó una hora y Awad no había salido. Kabakov pensó en todos los cuartos en que había tenido que esperar. Había olvidado qué enfermo y cansado se siente un hombre al tener que permanecer en un cuarto vigilando constantemente. Nadie conversaba. Kabakov miró por la ventana. Corley tenía la vista fija en la radio. Moshevsky inspeccionaba algo que se había sacado de la oreja.
– Unidad Cinco a Unidad Uno. Acaba de salir. Acompañado por Roach. -Kabakov inspiró profundamente y expiró lentamente. Roach era Muhammad Fasil.
Cinco seguía hablando.
– Tomaron un taxi. Patente número cuatro, siete, cinco, ocho. Patente comercial de Lousiana cuatro, siete, ocho, Juliett Lima. Móvil Doce tiene… -Un segundo mensaje lo interrumpió.
– Unidad Doce, lo tenemos. Doblaron hacia el Oeste por Magazine.
– De acuerdo, Doce.
Kabakov se aproximó a la ventana. Vio cómo el personal de tierra colocaba un aparejo en la próxima carga, actuando uno de ellos como director de cargas.
– Unidad Doce a Unidad Uno. Doblaron hacia el Norte por Poydras. Parece que van hacia ustedes, J-7.
– Este es J-7, gracias, Doce.
Corley permaneció en la casilla mientras Kabakov y Moshevsky se situaban afuera. Kabakov se escondió en la parte posterior de un camión, oculto por una cortina de lona. Moshevsky en un baño portátil que tenía un pequeño agujerito en la puerta. Los tres hombres formaban un triángulo perfecto alrededor de la pista de aterrizaje del helicóptero.
– J-7, J-7, ésta es la Unidad Doce. Los sujetos están en Poydras y Rampart, rumbo al Norte.
Corley esperó hasta que Jackson, que piloteaba el helicóptero, estuviera lejos del techo y listo para descender para hablarle por la frecuencia de su máquina.
– Va a tener compañía. Tómese un descanso dentro de cinco minutos.
– De acuerdo -Jackson parecía muy tranquilo.
– J-7, habla Unidad Doce. Están del otro lado de la calle, bajándose del taxi.
– De acuerdo.
Kabakov no había visto nunca a Fasil y ahora lo observaba por una rendija de la cortina como si fuera un extraño ser viviente. El monstruo de Munich. Seis mil kilómetros era una larga persecución.
La máquina fotográfica, pensó. Ahí es donde oculta su arma. Debía haberte liquidado en Beirut.
Fasil y Awad se detuvieron junto a una pila de tablas a un lado de la pista, observando el helicóptero. Estaban muy cerca de Moshevsky pero fuera de su ángulo de visión. Conversaban. Awad dijo algo y Fasil asintió con la cabeza. Awad, dio media vuelta y trató de abrir la puerta del escondite de Moshevsky. Estaba cerrada. Se acercó al siguiente baño portátil y al cabo de un momento se reunió nuevamente con Fasil.
Читать дальше