– Sí, hace tres o cuatro días. Mientras ustedes sujetaban una viga al guinche para cabriadas, Maginty. ¿Quién es, de todos modos?
– Un fugitivo. Lo estamos buscando.
– Bueno, pues entonces quédense por aquí. Dijo que pensaba volver.
– ¿Eso dijo?
– Así es. ¿Cómo se les ocurrió buscarlo aquí?
– Porque ustedes tienen lo que él necesita -respondió Corley-. Un helicóptero.
– ¿Para qué lo quiere?
– Para lastimar a muchas personas. ¿Cuándo dijo que volvería?
– No lo dijo. Para decirle la verdad no le presté mucha atención. Era un tipo siniestro tratando de hacerse simpático, ¿comprende? ¿Qué fue lo que hizo? En fin, como ustedes dijeron que era peligroso…
– Es un psicópata y un criminal, un fanático político -acotó Kabakov-. Ha cometido muchos crímenes. Pensaba matarlo a usted y robar el helicóptero en el momento oportuno. Cuéntenos qué pasó.
– Dios mío -exclamo Maginty secándose la cara con un pañuelo-. Esto no me gusta nada -Miró rápidamente hacia el exterior por la puerta de la casilla como si esperara ver aparecer al loco.
Jackson sacudió la cabeza como si estuviera tratando de convencerse de que estaba realmente despierto, pero cuando habló lo hizo con voz tranquila.
– Estaba parado junto al lugar de descenso cuando vine aquí a tomar un café. No le presté mayor atención ya que muchas personas se acercan a observar el trabajo, sabe. Pero luego comenzó a hacerme preguntas, cómo se cargaba y demás, cómo se llamaba el modelo. Me preguntó si podía mirar el interior. Le respondí que podría mirar por la puerta lateral del fuselaje, pero que no tocara nada.
– ¿Y miró?
– En efecto y esperé, creo que me preguntó cómo se hacía para ir de la cabina de mando al compartimiento de carga. Recuerdo que me llamó la atención la pregunta, ya que lo que casi todos quieren saber es qué peso puede levantar y si no me da miedo de que se caiga. Me contó después que tenía un hermano que era piloto de helicóptero y que le interesaría mucho ver esta máquina.
– ¿Le preguntó si trabajaban los domingos?
– A eso iba. Este tipo me preguntó tres veces si pensábamos trabajar durante el resto de las fiestas y yo le respondí tres veces que sí. Tenía que volver a mi tarea y él se empeñó en estrecharme la mano y todo.
– ¿Le preguntó cómo se llamaba? -inquirió Kabakov.
– Sí.
– ¿Y de dónde venía?
– Correcto.
Kabakov sintió instintivamente una gran simpatía por Jackson. Parecía un hombre con buenos nervios. Se necesitaba un gran dominio sobre los nervios para poder realizar su trabajo. Le dio además la impresión de que podía ser muy fuerte cuando las circunstancias lo requerían.
– ¿Fue piloto de la marina? -le preguntó Kabakov.
– Así es.
– ¿Vietnam?
– Treinta y ocho misiones. Al cabo de las cuales resulté herido levemente y me retiraron hasta el final de la guerra.
– Necesitamos que nos ayude, señor Jackson.
– ¿Para agarrar a este tipo?
– Sí -respondió Kabakov-. Queremos seguirlo cuando se vaya de aquí después de su próxima visita. Se limitará a venir con su falso hermano para echar un vistazo. No debe asustarse mientras esté aquí. Tendremos que seguirlo durante un rato antes de detenerlo. Por eso es que necesitamos su cooperación.
– Aja. Bueno, pues resulta que yo también preciso vuestra cooperación. Déjeme ver sus credenciales, señor FBI -dijo mirando a Kabakov, pero Corley le entregó su tarjeta de identificación. El piloto cogió el teléfono.
– El número es…
– Yo conseguiré el número, señor Corley.
– Pregunte por…
– Preguntaré por el jefe -respondió Jackson.
La Oficina de Nueva Orleans del FBI confirmó la identidad de Corley.
– Veamos -dijo Jackson colgando el teléfono-, usted quería saber si el chiflado me preguntó de dónde era yo. Eso quiere decir si no me equivoco, que piensa localizar a mi familia. Por si precisa presionarme.
– Es posible que haya pensado en eso. Si fuera necesario -agregó Kabakov.
– Bueno, ¿de modo que ustedes quieren que actúe normalmente cuando vuelva a venir el sujeto en cuestión?
– Lo cubriremos permanentemente. Lo que nos interesa es seguirlo cuando salga de aquí -manifestó Corley.
– ¿Cómo saben que su próxima visita no será el día que piensa dar el golpe?
– Porque traerá primero a su piloto para que se familiarice antes con la máquina. Sabemos que día piensa atacar.
– Ajá. Bueno, lo haré. Pero dentro de cinco minutos llamaré a mi mujer que está en Orlando. Quiero oírla decir que frente a la casa está aparcado un coche del gobierno con los cuatro fortachones más grandes que ha visto en su vida. ¿Comprenden?
– Permítame utilizar el teléfono -dijo Corley.
Hacía cuatro días que el helicóptero era vigilado permanentemente. Corley, Kabakov y Moshevsky estaban allí durante las horas de trabajo. Tres agentes del FBI los reemplazaban cuando era amarrado durante la noche hasta el día siguiente. Fasil no apareció.
Jackson llegaba todos los días de muy buen humor y dispuesto a trabajar, quejándose únicamente de los dos agentes federales que lo acompañaban trabajo. Decía que arruinaban su estilo.
Una tarde fue a tomar una copa al Royal Orleans invitado por Kabakov y Rachel, y sus dos guardaespaldas con caras serias y compungidas se sentaron en la mesa de al lado. Jackson había estado en muchos lugares y había visto muchas cosas, y a Kabakov le gustaba más que la mayoría de los norteamericanos que había conocido.
Maginty era otro asunto. Kabakov deseaba haber podido evitar el meterlo en el baile. La tensión del jefe de cargas se hacía cada vez más visible. Estaba nervioso e irritable.
La lluvia obligó a hacer una pausa en la operación de carga durante la mañana del 4 de enero y Jackson aprovechó para tomar un café en la casilla.
– ¿Qué es esa arma que tiene allí? -le preguntó a Moshevsky.
– Un Galil -Moshevsky había pedido a Israel el nuevo modelo de rifle automático de asalto con la venia de Kabakov. Le quitó el cargador y la bala que tenía en la recámara y se lo entregó a Jackson. Moshevsky le indicó el abridor de botellas anexado al soporte, detalle que le parecía de gran interés.
– En el helicóptero que utilizábamos en Vietnam solíamos llevar un AK-47 -dijo Jackson-. Alguien se lo quitó a un vietcong. Me gustaba más que el M-16.
Maginty entró en ese momento a la casilla y al ver el arma salió nuevamente. Kabakov decidió decirle a Moshevsky que guardara el rifle de la vista. No había objeto en poner más nervioso a Maginty de lo que estaba.
– Pero para decirle la verdad ninguna de esas cosas me gusta -decía Jackson-. Usted sabe que muchos tipos alardean de lo lindo con las armas… No me refiero a usted, ése es su trabajo, pero muéstreme uno que le guste realmente una pieza y yo…
La radio de Corley interrumpió a Jackson.
– J-7. J-7. J-7, adelante.
– Nos avisan de Nueva York que el candidato Mayfly salió de la aduana de JFK a las nueve y cuarenta, hora del Este. Tiene pasaje reservado en el Delta 704 que llegará a las doce y treinta al Central Standard de Nueva Orleans -Mayfly era el nombre en código de Abdel Awad.
– De acuerdo, J-7. Afuera. ¡Kabakov, ese hijo de puta viene para aquí! Nos conducirá a Fasil y al plástico y a la mujer.
Kabakov lanzó un suspiro de alivio. Era la primera prueba realmente convincente de que la pista que seguía era la correcta, y que el blanco del atentado sería el Super Bowl.
– Espero que podamos separarlos del plástico cuando los detengamos. De lo contrario se oirá un ruido muy fuerte.
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