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Iris Johansen: Marea De Pasión

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Iris Johansen Marea De Pasión

Marea De Pasión: краткое содержание, описание и аннотация

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Nadando desnuda en la noche en compañía de sus delfines, Melis había encontrado por fin la paz y algo parecido a la felicidad. Vivía en una isla solitaria alejada del mundo… pero el mundo no estaba dispuesto a olvidarla. Porque esta muchacha hermosa y aparentemente frágil tiene la clave para el mayor descubrimiento arqueológico de la humanidad, un premio que atrae a los hombres como la sangre a los tiburones. Uno de ellos es Jed Kelby, seductor millonario, curtido ex-comando de la Armada y ambicioso buscador de tesoros. El otro es Hugh Archer, traficante de armas y uno de los más despiadados criminales que existen. Melis resiste bien las presiones, pero cuando la gente comienza a morir a su alrededor se ve obligada a aceptar la colaboración de Kelby. Juntos, zarparán en busca de un sueño y se enfrentarán a la muerte que les acecha continuamente. Pero para encontrar el tesoro Melis tendrá que superar antes la más dura de las pruebas, plantar cara a un terrible secreto del pasado que, en manos de su enemigo, es un arma devastadora.

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Nicholas tomó la cuerda que habían traído y le ató las muñecas.

– Esto es horrible, Melis.

– El es horrible.

Dios, cuanto miedo sentía al contemplar el barco. El vestido de organdí, las manos atadas, la sensación de indefensión. Casi podía oír el redoble de los tambores de Kafas. Quería gritar o lloriquear.

Pero no estaba indefensa. Lo hacía por propia y libre voluntad. Así que adelante.

– Una cosa más, Nicholas. Déjame inconsciente.

– ¿Qué?

– Dame un golpe. Asegúrate de que me deje un moretón, pero te agradecería que no me partieras la mandíbula. Quiero que cuando Archer me vea con sus binoculares crea que estoy totalmente indefensa.

– No me gusta…

– Me importa un comino lo que te guste o no. Sabes que debes hacerlo. Pégame, maldita sea.

– Entonces, no me mires.

– Vaya chamán. -Melis desvió la vista hacia el barco.

– Los chamanes eran magos, no guerreros. Aunque oficiaban cuando quemaban a alguien en la hoguera. Y ahora, así es precisamente cómo me siento…

El dolor estalló en la quijada de Melis cuando él le propinó un gancho de derecha.

Nicholas contempló a Melis, caída sobre el asiento. Con aquel vestido parecía una niña pequeña durmiendo.

Y él se sentía como un hijo de puta. Tuvo la tentación de dar vuelta al bote y regresar al Trina.

No podía hacerlo. Era un hombre entregado a su trabajo y en situaciones semejantes casi siempre era un suicidio cambiar de idea. Además, Melis había llegado demasiado lejos para engañarla. Le acarició la mejilla.

– Buena suerte.

Conectó el temporizador para que la bengala de salvamento se disparara dentro de tres minutos, dejó caer su bulto impermeable por la borda y después saltó él mismo. Avanzó por el mar dando larguísimas brazadas. Le tomaría no menos de veinte minutos nadar hasta la isla desde donde Kelby vigilaba el barco. No tendría una bienvenida amistosa. Para ese momento habrían llevado a Melis al barco de Archer y Kelby probablemente se habría enterado.

Un silbido estridente sacudió el aire a sus espaldas.

Miró atrás por encima del hombro para ver la bengala de salvamento que estallaba en la oscuridad del cielo.

– ¿Qué demonios es eso? -Archer salió corriendo a cubierta con los ojos clavados en la bengala-. Destrex, enciende los reflectores.

Cogió los binoculares que le tendía el primer oficial. Al principio creyó que estaban siendo atacados pero Kelby no habría llamado la atención hacia su persona de una manera tan escandalosa. Y la posibilidad de que se tratara de un salvamento auténtico era mínima.

Su mirada barrió las aguas en la zona donde apareció la bengala. Nada.

– ¿Dónde están esos reflectores, maldita sea?

Los dedos de luz registraron la superficie del agua. Un bote de motor se balanceaba sobre las olas con el motor apagado.

– Está demasiado lejos para hundirlo -dijo Destrex-. Además, creo que está vacío.

Archer enfocó el bote.

Un destello blanco… Ajustó de nuevo el foco.

Una niñita de cabello dorado, sus delicadas muñecas atadas con una cuerda.

¡Melis!

Sí.

La excitación lo estremecía. Kelby había cedido. Era tan claro. La tenía.

Se volvió hacia Destrex.

– Ve y tráela. Revisa la gabarra, cerciórate de que no hay trampas cazabobos, pero tráemela.

Vio cómo Destrex y otros dos hombres bajaban un bote y partían, deslizándose sobre el agua. Y enseguida volvió a enfocar los binoculares sobre Melis. Era obvio que estaba inconsciente. ¿La habrían drogado? Para obligarla a ponerse ese vestido habían tenido que inmovilizarla de alguna manera. Eso habría despertado demasiados recuerdos de pesadilla.

Pero si Kelby la había obligado a ponérselo, eso quería decir sin lugar a dudas que se rendía en todos los frentes. No sólo entregaba a Melis, sino que la envolvía en el embalaje que Archer había escogido. En lo que sentía hacia ella no había definitivamente nada, ni una pizca de aprecio.

Destrex había llegado a la gabarra y la examinaba. Después levantó a Melis y se la entregó a uno de los dos hombres del bote. Regresaron a toda velocidad.

El corazón de Archer latía dolorosamente mientras veía cómo el bote se aproximaba a él. No estaba seguro de que fuera odio, lujuria o expectación lo que hacía que la sangre circulara como un torrente por sus venas. Y no tenía importancia. Ella llegaba.

Cuando vio cómo subían a Melis al barco, las manos de Kelby se cerraron con fuerza sobre los binoculares hasta que las venas comenzaron a hinchársele. En el bote estaba sin sentido, pero en ese momento comenzaba a agitarse.

Y cuando llegó a cubierta ya podía ponerse de pie.

Pero sólo por un instante. La mano de Archer golpeó con inquina y la derribó sobre cubierta.

– Jed.

Era Nicholas a sus espaldas.

Kelby no bajó los binoculares.

– Ahora no, hijo de puta.

Uno de los hombres levantó a Melis y la empujó hacia la escalera que conducía a los camarotes. La chica desapareció de su vista.

Kelby se volvió con celeridad hacia Nicholas. La furia que lo invadía apenas le permitía hablar.

– Hijo de puta, ¿qué has hecho?

– Lo que Melis quería. Desde el inicio el plan fue suyo. No ibas a dejar que participara, así que se lanzó ella misma.

– Con tu ayuda, maldita sea.

– Hubiera hallado la vía para ir sola. Te equivocaste, Jed. No hay forma de mantenerla fuera de esto.

– No me diste la menor oportunidad.

– No, porque si estuviera en el lugar de ella, sentiría lo mismo. Tiene que hacerlo. Tiene que cobrársela. En Cadora se sintió timada. Además, necesitábamos esa distracción.

La imagen de Melis caída sobre cubierta apareció de nuevo ante Kelby.

– Él la tiene.

– Entonces, vamos a rescatarla antes de que le haga mucho daño. Te he traído el traje de inmersión y el equipo -dijo Nicholas-. Melis hará estallar los explosivos a la una y cuarenta y cinco. Eso nos da algo más de una hora para llegar nadando hasta allí y ponernos en posición. Cuando tenga lugar la explosión todo el mundo correrá hacia la cocina. Ésa será nuestra oportunidad de subir a bordo. Después, todo depende de nosotros. Le dije a Melis que se escondiera después de lanzar los explosivos y que permaneciera oculta.

– Si todavía está viva.

– Es muy lista, Jed. No va a hacer ninguna tontería.

Kelby lo sabía pero eso no hacía desaparecer el miedo que lo devoraba. Tenía que sobreponerse o no podría actuar.

– Bien, ¿dónde están los explosivos?

– En su zapato derecho -sonrió Nicholas -. En el izquierdo puse uno de mis estiletes favoritos y una llave maestra.

– ¿El acceso es fácil?

– Lo único que debe hacer es arrancar la tira trasera y arrancar la suela. Puede hacerlo con una sola mano.

– Pero tiene las dos atadas. ¿Fue idea tuya?

– Ya te dije que todo había sido idea de Melis. Si él no la desata, ella podrá usar el estilete. Será horrible pero podrá hacerlo.

– Si tiene la oportunidad.

– Sí. Si tiene la oportunidad.

– Pudiste impedírselo.

– Preferí no intentarlo. -Miró a los ojos de Kelby-. Puedes recriminarme todo lo que quieras. Eso no va a cambiar nada. Ya está hecho.

Tenía razón. Ya estaba hecho. Y no había manera de que Kelby pudiera dar marcha atrás en el tiempo.

El rostro de Nicholas se ablandó al ver la desesperación en la expresión de su amigo.

– Siento mucho que tuviera que ser así. Yo tampoco me siento bien con respecto a todo esto, Jed. Estoy muy preocupado.

– ¿Preocupado? No tienes ni puta idea. -Se volvió-. Vamos ya. ¿Dónde está mi traje de inmersión?

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