Iris Johansen
Marea De Pasión
Eve Duncan 07
Norte de Irak
6 de enero de 1991
A gua fresca, lisa como el cristal mientras Kelby la atravesaba a nado. Dios, qué sed. Sabía que lo único que tenía que hacer era abrir los labios y el agua fluiría garganta abajo, pero antes quería ver más allá del arco de la entrada. Era enorme, lleno de ornamentos tallados y lo incitaba a seguir adelante…
Entonces cruzó la arcada y la ciudad se desplegó delante de él.
Enormes columnas blancas, construidas para durar eternamente. Calles tendidas en perfecto orden. Gloria y simetría por doquier…
– Kelby.
Lo sacudían. Era Nicholas. De inmediato se puso alerta.
– ¿Ya es la hora? -susurró.
Nicholas asintió.
– Dentro de cinco minutos deben venir de nuevo a por ti. Sólo quería cerciorarme de que estamos en la misma sintonía. He decidido abandonar el plan y eliminarlos yo solo.
– Vete a la mierda.
– Lo echarás a perder para ambos. No has comido ni bebido nada en tres días y cuando te trajeron de vuelta a la celda parecía que te había atropellado un camión.
– Cállate. Me duele la garganta cuando discuto. -Se reclinó contra las piedras y cerró los ojos -. Seguiremos el plan. Yo te daré la señal. Solo avísame cuando echen a andar por el pasillo. Estaré preparado.
Volver al mar. Allí hay fuerza. Ninguna sed que no pueda ser saciada. Podría moverse sin dolor por el agua que lo sustentaría.
Columnas blancas resplandecientes…
– Ahí vienen -susurró Nícholas.
Kelby abrió los ojos un mínimo mientras corrían el cerrojo de la puerta. Los dos guardianes de siempre. Hassan llevaba una Uzi colgando del brazo. Kelby estaba tan atontado que no podía recordar el nombre del otro. Pero recordaba la punta de su bota cuando el hombre le pateaba las costillas. Sí, eso podía recordarlo.
Alí, así se llamaba el hijo de puta.
– Levántate, Kelby. -Hassan estaba de pie junto a él-. ¿Está listo el perro americano para recibir su paliza?
Kelby gruñó.
– Levántalo, Alí. Está demasiado débil para ponerse de pie y enfrentarse de nuevo a nosotros.
Alí sonreía al llegar junto a Hassan.
– Esta vez se quebrará. Podremos llevarlo arrastrando a Bagdad para que todo el mundo vea qué clase de cobardes son los americanos.
Se agachó para agarrar la camisa de Kelby.
– ¡Ahora! -El pie de Kelby salió disparado hacia arriba y fue a dar con las pelotas de Alí. A continuación rodó hacia un lado barriendo las piernas del árabe.
Oyó que Hassan mascullaba un taco mientras él se incorporaba. Se puso a espaldas de Alí antes de que este pudiera ponerse de rodillas y su brazo se cerró en torno al cuello del guardián.
Se lo quebró con un solo movimiento.
Se giró rápidamente para ver cómo Nicholas le rompía la cabeza a Hassan con la Uzi. Salpicó la sangre. Nícholas volvió a golpearlo.
– Vamos fuera -Kelby agarró la pistola y el cuchillo de Alí y corrió hacia la puerta – No pierdas el tiempo con él.
– Él perdió mucho tiempo contigo. Quería cerciorarme de que se marchara con a Alá.
Pero echó a correr por el pasillo detrás de Kelby.
En la oficina del frente otro guardia se puso de pie de un salto y llevó la mano a su pistola. Kelby le cortó el gaznate antes de que pudiera levantarla.
A continuación salieron de la choza y echaron a correr hacia las colinas.
Disparos a sus espaldas.
Sigue adelante.
Nicholas miró por encima del hombro.
– ¿Estás bien?
– Perfectamente. Sigue corriendo, demonios. Un dolor agudo en su costado.
No te detengas.
La adrenalina se esfumaba y la debilidad le atenazaba cada miembro.
Aléjate de eso. Concéntrate. Estás nadando hacia la arcada. Ahí no hay dolor.
Ahora corría más de prisa, con más fuerza. Las colinas estaban ahí delante. Podía llegar.
Había atravesado la arcada. Las columnas blancas se destacaban en la distancia.
Marinth…
Isla Lontana
Antillas Menores
Época actual
Calados dorados, como de encaje.
Cortinas de terciopelo.
Tambores.
Alguien iba hacia ella.
Iba a ocurrir de nuevo.
Indefensa. Indefensa. Indefensa.
El grito que brotó de la garganta de Melis la hizo despertarse de un salto.
Quedó sentada en la cama, muy erguida. Temblaba, su camiseta estaba empapada de sudor.
Kafas.
¿O Marinth?
A veces no estaba segura… No tenía importancia.
Sólo era un sueño.
Ella no estaba indefensa. Nunca volvería a estar indefensa. Ahora era fuerte.
Salvo cuando tenía los sueños. Le robaban la fuerza y la obligaban a recordar. Pero ahora los sueños llegaban con menos frecuencia. Había pasado un mes desde que tuvo el último. De todos modos, se sentiría mejor si tuviera alguien con quién hablar. Quizá debería llamar a Carolyn y…
No, afróntalo. Sabía lo que tenía que hacer después de los sueños para librarse de aquellos temblores y retornar a la bendita normalidad. Se quitó de un tirón la camisa de dormir mientras salía del dormitorio y se encaminó hacia la galería.
Un segundo después saltó de la galería al mar.
Era de madrugada pero el agua sólo estaba fresca, no fría, y su cuerpo la percibía como seda líquida. Limpia, acariciante, balsámica…
Sin amenazas. Sin sometimiento. Nada que no fuera la noche y el mar. Dios, qué bueno era estar sola.
Pero no estaba sola.
Algo elegante y fresco le acarició la pierna.
– ¿Susie?
Tenía que ser Susie. El delfín hembra era mucho más cariñoso físicamente que Pete. El macho rara vez la tocaba, y cuando lo hacía era algo muy especial.
Pero Pete estaba en el agua a su lado. Lo vio de reojo mientras nadaba hacia la red que cerraba la rada.
– ¡Hola, Pete! ¿Cómo te va?
El delfín emitió una serie de sonidos quedos y a continuación se sumergió bajo el agua. Un segundo después Pete y Susie salieron juntos a la superficie y nadaron delante de ella hacia las redes. Era extraño: siempre sabían cuándo estaba alterada. Habitualmente se comportaban de manera juguetona, a veces con una exuberancia atolondrada. Sólo se volvían tan dóciles cuando percibían que ella estaba alterada. Se suponía que era ella la que entrenaba a los delfines, pero cada día que pasaba en su compañía aprendía algo. Enriquecían su vida y Melis les daba las gracias por…
Algo andaba mal.
Susie y Pete emitían sonidos con frenesí mientras se acercaban a la red. ¿Un tiburón al otro lado?
Se puso tensa.
Habían bajado la red.
Qué demonios… Nadie podía soltar la red a no ser que supiera dónde se enganchaba.
– Yo me ocupo de todo. Volved a casa.
Los delfines hicieron caso omiso y siguieron nadando en torno a ella mientras examinaba la red. No había cortes ni desgarrones en los gruesos alambres. Le llevó escasos minutos volver a tensarla. Echó a nadar hacia el chalet con brazadas amplias, potentes… y preocupada.
No tenía por qué tratarse de un problema. Podía ser Phil, que hubiera regresado de su último viaje. Su padre de acogida llevaba esta vez siete meses fuera y sólo le había telefoneado o enviado una tarjeta postal de modo ocasional para decirle que estaba vivo todavía.
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